Desde el interior observan

16.10.09

Una columna de perfección

Pasé unos cuantos días felices con mi compañera, estaba todo en orden. Pero la paz entre guerras dura poco. Me había equivocado. Por más que lo deseara, ella no era perfecta. Tenía incontables fallas que yo me propuse remediar. Algunas no eran fallas per se, sólo caprichos míos, pero como pude ponerle el alma que yo deseaba, por qué no podría subsanar esos caprichos también? Con eso en mente, decidí crear a mi mujer perfecta de una vez y por todas. Sin fallas, que cumpliera todos mis caprichos. La mujer perfecta de verdad. El espiritismo de la creación por la muerte dejó de embelesarme. Ya no me interesaba ver las expresiones de las mujeres que mataba en el momento preciso, o la belleza de las obras de arte que había creado alguna vez, o las energías canalizadas en el instante de la partida del alma. Sólo me interesaban sus partes, sus materiales de construcción. Las piedras angulares que podía encontrar esparcidas en tantas mujeres, todas ellas las pondría en una sola. Crearía a la mujer perfecta por antonomasia y me parecería a Dios. Una vez alcanzado eso, nada podría lastimarme.
Lo que primero me llamó la atención de mi ángel fue su cuello. No tenía fallas, no era un mal cuello. Pero no terminaba de convencerme. Había otro cuello que me quitaba el sueño y mi mujer no lo tenía. Era el cuello de Noelia. Hacía una semana aproximadamente había reparado en ella. Elogié su cuello como el entendido que elogia una pieza de arte. Desde la primera vez que lo aprecié quedó grabado en mi retina y no pude quitarlo. En mis sueños competía con el cuello de mi compañera, y siempre le ganaba. Era una fijación sobrenatural la que tenía por ese cuello. Debía ser parte de mi doncella. Con ese cuello, ella se acercaría un poco más a la perfección.
Un día encontré a Noe en la calle y la fijación por su cuello me atacó como nunca antes. Ese era el día en que se lo quitaría. No recuerdo cómo logré que me acompañara a casa, qué excusa usé, esos detalles ya carecían de importancia para mí. Sin preámbulos y obviando los discursillos melodramáticos y megalómanos que solía enunciar un tiempo atrás, me dirigí a la habitación, ella siguiéndome, siempre a mis espaldas.

Frank – Vas a pasar a la historia, Noe…
Noe – Qué?
Frank – Querés ser perfecta? Bah, ser parte de la perfección, más bien.
Noe – No entien…

Un cartucho del .44 la silenció de inmediato. Un perfecto orificio circular abría su frente y un hilillo de sangre comenzaba a decorar su rostro y mi alfombra. El corazón se me aceleró, el momento estaba cerca. Cargué su peso muerto con ansiedad, casi torpeza. La torpeza de un novio primerizo que carga a su novia igualmente primeriza a la habitación. La torpeza con la que Dios cargó el cuerpo de Eva. Llevé ese cadáver a mi taller y con una sierra cercené la cabeza a la altura de los hombros, dejé caer el cuerpo al piso. La ansiedad hacía temblar mis manos estrepitosamente, dificultando mi trabajo. Me obligué a calmarme, pero estaba muy excitado, la emoción de encontrar y tener en mis manos uno de los elementos que deseaba era muy grande. Tuve que alterar mi consciencia para trabajar adecuadamente. El Clonazepam se hizo presente. Fui corriendo a buscarlo y tragué dos pastillas. Al cabo de unos eternos segundos, todo transcurría en cámara lenta. Podía ver cada movimiento de mis manos y dedos, sentía cada tendón y cada músculo activándose bajo mi piel cada vez que yo lo comandaba. El estado perfecto para trabajar.
Volví al taller. Con la delicadeza que me brindaron las patillas, comencé a separar el cráneo del cuello con un bisturí. Al terminar, sostuve su cabeza entre mis manos. Sus ojos aún abiertos me miraban desde lejos. No sentí absolutamente nada por esa cabeza. La arrojé al piso. Tomé el cuello perfecto. Lo lavé con cariño, lo sequé. Ya estaba listo para formar parte del ser perfecto.
El cuerpo de mi compañera aguardaba acostado en la otra mesa, del otro lado del recinto. Procedí a insertar el cuello donde correspondía. Me sorprendí a mí mismo, operaba como si realmente supiera dónde debía cortar y dónde coser. Caí en la cuenta de que uno sabe perfectamente qué y cómo hacer cuando la causa es mayor, cuando a uno lo mueve el puro amor. Caí en la cuenta de que no era necesario para mí estudiar la anatomía humana para poder crear a la mujer perfecta ya que cada segundo que pasaba me parecía más y más a Dios. “Dios lo puede todo”, me dijeron desde lo más profundo de mi mente.
Unas horas más tarde, todo había terminado. Mi mujer estaba sentada en la mecedora del living. Sus ojos perfectos, su nuevo cuello perfecto. Un poco más perfecta, más cerca de la Diosa que sería para acompañar al nuevo Dios que la creaba. Y yo me sentía en paz conmigo mismo y con el mundo. Me acerqué para besarla y reparé en sus manos.

Alfred – Esas manos no son de Diosa…
Frank – No.
Alfred – Hay que hacer algo al respecto…
Frank – Ya tengo a una.
Alfred – Y después?
Frank – Y después qué?
Alfred – De quién va a ser?
Frank – Qué carajos?
Alfred – Nada… Nada…
Frank - No te hagás el boludo.