Desde el interior observan

13.12.09

DoNotWalk

El rencor me comía el cerebro y el alma. No soportaba ya mi pérdida, me odiaba a mí mismo por haber terminado con la vida de Eva y odiaba todo lo que me recordaba de alguna manera a ella. Ese odio irracional y el deseo de no sentir más mi pesar, me llevaron a terminar con todo lo que me trajera a Eva a la mente.
Entonces decidí acabar con Gaby. La visión de sus piernas paseándose por el gimnasio me atormentaba. Era casi como ver las torneadas piernas de Eva que nunca caminarían. El eterno vaivén de las piernas de Gaby me recordaba a cada momento que mi mujer no estaba más conmigo, me recordaba la torpeza que había cometido y me recordaba que yo era el culpable de la muerte de Eva. Ese vaivén me llenaba de una tristeza profunda causada por el saber de que ella nunca estaría conmigo de nuevo, me llenaba de un odio terrible hacia mí mismo... Ya no me sentía cómodo tratando de frenar ese odio, tenía que canalizarlo de alguna manera. Y qué mejor que canalizar hacia la propia fuente?
Un fin de semana cualquiera, logré que Gaby fuese a casa. Me costó lograr que accediera, siempre ponía alguna excusa y declinaba mi oferta, lo que retrasaba la culminación de mi odio hacia sus piernas, hacia ella, hacia su persona... hacia mí. Pero finalmente, tras largas tratativas, logré ingresarla en la guarida del león.
Realmente necesitaba descargar todo lo que llevaba dentro. Antes de empezar con lo que la llevaría a su final, decidí, por primera vez, abrir mi corazón a una de mis víctimas. Estábamos sentados a la mesa, uno en frente del otro:

Frank – La extraño, la extraño mucho...
Gaby – A quién?
Frank – A ella, la extraño a ella. Extraño saber que hay alguien para mí, extraño el sentimiento de seguridad que tenía al estar abrazado con ella.
Gaby – No sé de quién me hablás...
Frank – No importa, sólo escuchame... Necesito que me escuchen...
Alfred – Blah blah blah...
Frank – Necesito sacarme algo de adentro antes de poder seguir.
Gaby – Seguir con qué?
Frank – Con lo que sigue... No importa. Escuchame. Nada más te pido.
Alfred – Sigh... Va a tomar mucho tiempo esto?
Gaby – Ok...
Frank – Extraño a esa mujer que estaba al lado mío y que ahora está andá a saber dónde. Extraño poder apoyarme en ella, sostenerme de ella, más bien. Era mi apoyo, mi soporte en este tiempo turbulento que estoy pasando. Tengo muchos problemas en la cabeza y ella me servía de válvula de escape... Ponía mucho de mí en ella, y ahora que no está... me siento perdido... Vagando en un desierto blanco sin paredes ni piso ni techo, donde no hay dirección que valga. Y no consigo depositar todo eso en nada ni nadie más. Era ella. Era ella la que lograba todo eso, sin que yo se lo pida. Ahora te veo a vos, y encuentro algunas cosas de ella en vos, pero no sos ella... Y eso me hace sentir todavía peor. Por qu...
Alfred – Al carajo, suficiente de esta pelotudez.

EL maldito se desató y no me dejó terminar con mi descargue. No pude terminar de sacarme de adentro todo lo que tenía para decir. Él tenía otra forma de hacerlo.
Casi sin notarlo, salté sobre la mesa y me disparé contra Gaby. Caímos al piso junto con la silla. Ella quedó anonadada en el piso, sin entender lo que había pasado. De un saque, tomé lo que tenía más al alcance de la mano. Agarré la silla por su respaldo y la blandí contra el cuerpo de Gaby que empezaba a mostrar los típicos signos del terror irracional. Gritaba, pataleaba e insultaba como una loca. Pero la silla seguía castigándola duramente. En el frenesí, recordé que sus piernas habían desatado todo mi odio. Golpeé sus miembros con muchísima fuerza, mientras ella intentaba escaparse gateando. Los golpes llovían sobre sus piernas como una tormenta de granizo. Uno dio tan bien en el blanco que quebró el hueso, dejando una herida en el muslo. Gaby cayó al piso, desencadenando su total aniquilación. Otro golpe más, otra fractura. La silla ya no era silla sino unos pedazos de madera sin forma alguna que seguían golpeando las piernas de Gaby que lloraba aterradamente. Sus súplicas no llegaban a mis oídos, el odio me cegaba, el odio hacia a mí por haber matado a Eva. Y sus piernas ya no tenían el torneado que tenían momentos antes, eran dos cuerpos de carne y hueso fracturado que nacían de la parte baja de Gaby, ya no eran las bellas piernas de Eva, ya no tenían relación alguna a mi bella Eva. Al deformar las piernas de Gaby, había limpiado un poco la mancha que llevaba en mi alma.
Dejé de golpearla jadeando. Solté uno de los palos y cayó al suelo cerca de una de sus manos. Ella seguía llorando a los gritos, pero el instinto de supervivencia la llevó a tomar el palo caído. La miré con lágrimas en los ojos, sentía el llanto acercarse como un río embravecido. El odio daba paso a la tristeza por la pérdida de las piernas que me recordaban a las de mi mujer. De repente, su llanto cesó. Se incorporó un poco mientras yo lloraba parado a su lado. Un dolor intenso en mi rodilla derecha me trajo de nuevo a la realidad y me tiró al piso. Desconcertado, miré hacia la fuente del dolor. El palo que había dejado caer hacía un momento sobresalía de mi muslo, justo encima de mi rodilla. La sangre brotaba y el dolor crecía.

Alfred – Mi pierna! Mirá lo que me hiciste!!!
Frank – Te equivocaste...
Gaby – Jaja, ahora no sos tan machito, eh?
Alfred – Te voy a reventar, puta! Me duele! Me duele mucho!!!
Frank – Realmente te equivocaste...

El otro palo que todavía estaba en mi mano se clavó duramente en el pecho de Gaby. Ella quedó confundida. No entendía muy bien qué había pasado. Se llevó las manos al pecho y tanteó la estaca. Se notaba que su visión se iba desvaneciendo, sus ojos perdidos lo delataban. Un hilo de sangre le corrió por la mejilla y pasó a mejor vida con la misma expresión confundida con que miró la estaca.

Alfred – Aaaggghhh!!! Mi pierna! Esta puta, me rompió la pierna!!!
Frank – Te equivocaste...
Alfred – Callate, imbécil! Obvio que se equivocó! Me hizo percha la pierna!!!
Frank – Te equivocaste...
Alfred – Callate!!!
Frank – Te equivocaste, Frank, te equivocaste...

Empecé a sentir la punzada del dolor. Me agarré la rodilla y pegué un alarido que sorprendió a Alfred, quien se replegó cojeando en los rincones de mi mente.