Desde el interior observan

27.9.09

SoulMate

La felicidad que me había producido la sonrisa eterna de Andy se estaba esfumando y no sabía por qué. Los días de bienestar interior fueron largos y muy buenos, pero estaban agotando su vida útil. Necesitaba un alma que estuviese conmigo y compartiera mi dolor. Necesitaba alguien sobre quién descargar la furia de Alfred de otra manera. Acompañado sería mucho más fácil de soportar. Recordé que un tiempo atrás tuve a esa alma a mi lado, pero en un arrebato de locura incontenible le arranqué los ojos mientras dormía en mi sofá. Todavía guardaba esos ojos que tanto amaba en un lugar muy seguro. Fui a buscarlos con la esperanza de que su contacto devolviera algo de eso que había perdido aquella noche. Me di cuenta de que la extrañaba, Alfred también sufría su ausencia a su manera. Ambos estábamos pudriéndonos de a poco sin su compañía. Fue con ese sentimiento de abandono que decidí hacer algo al respecto. Iba a crearme un alma para que me acompañara. Y ya sabía cuál sería el envase.
Hacía unos días Male me había estado mostrando un poco de su ser interior, me dejó saber que ella también tenía una persona así, pero que la había dejado de lado, por así decir. Mi móvil. Yo necesitaba a mi alma compañera. Mi motivo. Pactamos que la pasaría a buscar por su casa e iríamos a la Capilla Buffo. Mi excusa. No preparé nada, quería que el nacimiento de mi alma gemela fuese espontáneo y puro. No llevé ningún arma de ningún tipo, quería que su nacimiento fuese artesanal. Fui a su casa.
Me estaba esperando, no me dio tiempo a frenar el auto que ya se estaba subiendo. Ella estaba ansiosa por irse. Yo estaba ansioso por crearla. Me dolió un poco tener que mentirle y decirle que debíamos ir a casa primero, después de todo iba a ser el contenedor de mi alma gemela. Llegamos a casa y la hice bajar con la excusa de que me ayudara a preparar un par de cosas para llevar. Todo se iba desarrollando fluidamente.
Mientras ella buscaba algo en la alacena, yo fui a buscar una soga. Silenciosamente me situé detrás de ella, estaba muy concentrada en lo que buscaba como para notarme. Doblé la soga en dos, en tres partes. Me enredé los extremos en las manos y levanté los brazos. Di un paso más, acercándome lo más posible a Male y la así por el cuello con la cuerda. Ella no entendía lo que sucedía, sólo sabía que debía salvarse. Yo sólo sabía que necesitaba un frasco para el alma que iba a crear. Pataleó y forcejeó un buen rato, más de lo esperado. Jadeaba fuertemente en busca de su preciado aire, pero éste no llegaba a sus pulmones gracias a mi cuerda. Luego de unos minutos de lucha, finalmente quedó quieta. Era el momento de crearla. Fui a buscar mis ojos, esos que contenían el alma que me hacía estar en paz. Los contemplé tiernamente, les sonreí. Pronto íbamos a estar juntos una vez más. Iba a reivindicar el error que había cometido al arrebatarle la vida sólo para saciar mi sed de aquella noche.
Tomé un cuchillo y, con cuidado de no rasgar los párpados, extraje casi con la precisión de un cirujano los glóbulos oculares de Male. Los miré con displicencia y los dejé a un lado, en el piso. El pulso empezaba a temblarme, estaba ansioso. Ya casi era el momento. Delicadamente, extraje del frasco los ojos de Guada. Más delicadamente aún, los introduje en las órbitas del cráneo de Male. No podía permitirme que esa alma se dañara de ninguna manera. Cuando terminé, observé con lágrimas de felicidad en mis propios ojos, que los suyos quedaban a la perfección albergados en las órbitas de Male. El momento se acercaba cada vez más. Fui apresuradamente hacia el baño. Una felicidad aniñada me llenaba de gozo. Volví con las tijeras en la mano. Me arrodille junto al cadáver de Male y empecé a darle forma a su cabello. Al cabo de pocos minutos tenía frente a mí una copia casi exacta de Guada. La levanté y la cargué hasta la habitación. La acosté tiernamente en la cama. Me retiré unos momentos a buscar algo esencial. Volví con una sonrisa en la boca y una polera violeta en las manos, la misma que ella llevaba puesta la noche en que la maté. Usaría la misma prenda al nacer que cuando murió. Al terminar de vestirla, contemplé mi creación. Su alma me miraba a través de sus hermosos ojos. Una vez más, tenía a mi lado el alma que una vez me comprendió. Y esta vez no me abandonaría jamás.

14.9.09

DrivenbyEmpathy

Muchos pensarán que soy una persona horrenda, pero hay veces que me manejan el amor, la belleza, la empatía. Enamorarse del producto creado con las propias manos; igualar y hasta superar a la Belleza misma; liberar a alguien de todos sus males y pesares; todos ellos son placeres que no se comparan con nada en este mundo. Es la pura fuerza motora de la vida actuando directamente a través de uno.
Nunca me costó notar el estado de ánimo interno de las personas que me rodean. Y una vez que lo noto, siempre puedo comprenderlo, hasta hacerlo propio diría. Durante el transcurso de una semana pude notar que el ánimo interno de Andy no era nada positivo. Acostumbrado a verla sonreír y revolotear por todo el gimnasio, verla con la capa por el piso me afectó bastante. Uno de los momentos del día que con más ansias esperaba era su llegada al lugar. Su sonrisa iluminaba mi alma y me hacía sentir que valía la pena estar vivo. Con la caída de su ánimo, cayó el mío. Al principio, procuré no hacerle caso, trataba de convencerme de que no me era necesaria su sonrisa para estar bien. Pero era solo eso, un intento en vano de convencerme. Sabía que necesitaba la luz de su alegría para mitigar la niebla de mis días. Pasaron los días y su ánimo no mejoró, el mío tampoco. Fue así que decidí acercarme a ella y escucharla. Tratar de identificar el mal que la aquejaba y extirparlo de una vez y por todas. Así, la luz volvería a mis días grises.

Frank – Estás rara, Andy, qué pasa?
Andy – Nada…
Frank – Segura?
Andy – …
Frank – No me gusta que estés así. Vos siempre te estás riendo, no puede ser que ahora estés así, tonta.
Andy – Es que las cosas no están funcionando…

Era obvio que las cosas no funcionaban. Me negaba su sonrisa, me negaba mi bienestar. Era momento de encaminar el asunto.

Frank – No sé qué puedo hacer para que sonrías de nuevo…
Andy – No hay mucho que hacer.
Alfred – No, no es mucho… Pero lo soluciona al toque.
Frank – Pero si hay algo…
Alfred – Obvio que lo hay, y lo sabés.
Frank – … que pueda hacer, decimeló.
Andy – Gracias, Fran… En serio.

Seguimos hablando durante un rato. Me era casi imposible seguir viéndola así. Necesitaba su sonrisa. Así que recurrí a los temas más triviales para poder hacerla olvidar un poco y que al menos esbozara una sonrisa. Mientras, en mi cabeza, Alfred se agitaba. Él podía sentir que algo bueno, algo grande se acercaba. Un poco más tarde, Andy y yo nos quedamos hablando en la vereda cuando cerró el gimnasio. Sin darnos cuenta, el reloj había avanzado muchísimo en su eterna marcha. Ella anunció su partida. Nos saludamos y se dirigió a la parada del colectivo, yo subí al auto.
La miré cómo caminaba con las manos prendidas a su cartera y sus ojos clavados en sus botas. La calle estaba casi desierta. Todavía estaba estacionado cuando ella llegó a la parada. Desde donde me encontraba podía verla patear una piedra sin ganas. Su mano que estaba en ese momento en su bolsillo, se elevó y pude ver cómo se secaba las lágrimas.

Frank – Esto no puede ser! Tiene que sonreír de nuevo, no puedo estar así!
Alfred – Va a sonreír para siempre, vas a ver.

Mi propio ánimo estaba tan por el piso que no pude contener a Alfred. Encendí el auto y salí en dirección a la parada. El rugido del motor me ensordeció. Mis ojos no veían otra cosa más que la silueta de Andy bajo el techo de la parada. El pie en el acelerador no aflojó la presión ni un instante. Estaba casi por llegar al punto exacto y cambié bruscamente de carril. Ahora iba en contramano. Andy se volteó sobresaltada y vio cómo aceleraba a fondo en el carril incorrecto. Llegué al punto exacto y subí el auto a la vereda. Las luces altas alumbraban directamente a los sorprendidos ojos de Andy que no sabía qué hacer. Sólo se escucharon un golpe seco y una frenada precipitada en la tierra. Bajé apresuradamente del auto y retrocedí unos cuantos metros. Ahí estaba su cuerpo magullado y empolvado, tirado en medio de la vereda de tierra. Su cartera había volado hasta el medio de la calle. La fui a buscar y me acerqué a Andy tímidamente. Di vuelta su esbelto cadáver y coloqué la cartera entre sus dedos, simulando la posición que había adoptado minutos antes. Al instante, me fije en su rostro, tenía el cabello revuelto. Con todo el cuidado y el cariño del mundo le acomodé el pelo, le aparté los mechones despeinados de la cara y los fijé detrás de sus orejas. Sus ojos estaban todavía abiertos. Con una caricia los sumí en la oscuridad con sus párpados. Acaricié sus labios, sintiendo sus emociones y su ánimo interno. Pensaba en cómo su sonrisa iluminaba mis días. Con ternura, dibujé una hermosa sonrisa en su rostro con sus labios ya muertos, y vi cómo al instante ella iluminaba mi alma. “Ahí tenés. Sonríe para siempre”, me susurró Alfred.
Muchos pensarán que soy una persona horrenda y que me manejaron el egoísmo y la mera locura. No. La empatía que sentía por Andy pudo más que cualquier egoísmo. Hice lo posible por extirparle sus males y verla sonreír de nuevo. Así fue y ahora sonríe eternamente… Y por qué no ganar algo en el proceso? Mi alma iluminada constantemente con su alegría, mí alegría.

4.9.09

AhoyAhoo

La presunta muerte de Mike me había dado un tiempo de tranquilidad. Todo había acabado, al fin gozaba de paz. El mal primordial que nos impulsaba al homicidio y al desastre había sido arrancado. Los días pasaban y sentía que la sed de matar no llegaba. Era perfecto, todo en orden, todo en su preciso lugar. Paz. Pensé que hasta podría rehacer mi vida. La locura, la psicosis, la neurosis, todo había desaparecido en el instante en que Mike partió… Aparentemente.
Todo estaba bien hasta que empecé a verlo en todos lados. Todos me hablaban de él o hacían alusión a él. Ahoo esto, Ahoo lo otro. Todos preferían a Ahoo. Al principio pude soportarlo. Pero luego de varias semanas de lo mismo empecé a perder la compostura. Cada vez más seguido me encontraba escuchando sobre Ahoo. Y cada vez que escuchaba algo sobre él me sorprendía a mí mismo pensando en cómo deshacerme de él. La semilla del odio estaba sembrada. Y los comentarios sobre Ahoo la regaban cada día. El odio hacia Ahoo se hizo incontrolable. Me obsesionaba su muerte, su final. Constantemente estaba pensando en como retorcer su cuerpo para exprimir hasta la última gota de su asquerosa existencia. La fatalidad estuvo de mi lado. Un día nos encontramos en la calle.

Ahoo – Frank, qué casualidad! Justo venía pensando en vos.
Frank – Y yo en vos…
Ahoo – Che, tengo unos trabajos acá que te quiero mostrar, vamos para casa?
Frank – Cómo no?
Ahoo – Genial.

El viaje en colectivo se hizo insoportable. Casi no podía contenerme y varias veces estuve a punto de desatar el Pandemonio en el mismo vehículo. Ya no soportaba más, quería destrozarlo, desgarrarlo y despedazarlo ahí mismo. Me obligué a aguantar.

Alfred – Haa, haa, haa… Dale…
Frank – Esperá… Un poco más… Un poco…
Alfred – Grrrnnn… N-no p-puedo…
Frank – Fuerza, podemos…

Llegamos a su hogar y para mi placer descubrimos que no había nadie. Alfred no pudo contenerse, mucho menos yo. Apenas vimos la puerta de entrada cerrada. Mis manos se clavaron en su rostro y azotaron la cabeza contra la puerta. La sorpresa fue tal que no tuvo tiempo ni de gritar. Los golpes se sucedieron unos a otros. La puerta se rajó. Una grieta la cruzaba en toda su longitud. La frente de Ahoo ya empezaba a sangrar. Las puntas de mis dedos se hundían en su carne como cuchillos en manteca. Fue ahí cuando lanzó un grito de furia y dolor e intentó dar pelea. Pero mi odio era más fuerte que cualquier otra cosa. El agarre de mis manos en su cara era perfecto, me daba total control sobre su cuerpo. Así, lo arrastré unos pasos hacia la derecha y su cabeza encontró otro obstáculo. Esta vez un poco más duro que la mera madera. Golpeé la bóveda de su cabeza contra la pared varias veces. La pintura blanca de la pared se convertía de a poco en pintura roja. Seguía profiriendo insultos y maldiciones. Seguía forcejeando en defensa propia. Pero el odio y el rechazo que sentía hacia su persona lo sometieron al instante. Mis pulgares se enterraron en sus ojos. Obtuve dos cosas: un río de sangre que regó el piso y un grito gutural extraído de las más profundas fosas del Averno. Esos dos ingredientes terminaron de despertar a mis demonios.
Ya no éramos solamente Frank y Alfred purificando nuestro odio. Todos mis demonios y yo mismo conformando una Legión demente y ansiosa de sangre y dolor. La Legión concentró toda su fuerza en mis manos. Mis manos, mis propias manos convertidas en los instrumentos demenciales del Infierno. Todo el odio que podía sentir estaba concentrado en la punta de mis dedos. Mis dedos ya no encontraban carne que perforar en el rostro de Ahoo, pero no estaban satisfechos. La fuerza que ejercía la Legión era impresionante, tanto que con un leve apretón de mis manos, mis dedos empezaron a abrirse paso por el cráneo de Ahoo. Mis manos y su cabeza estaban fundidas muy profundamente, sin posibilidad de separarlas sin romper las unas o la otra. Sabía que mis manos no iban a romperse.
Con una furia animal, golpeé, azoté, apaleé y magullé la cabeza de Ahoo contra todo lo que encontraba. Él ya no luchaba, se limitaba a gritar como un alma que se lleva el Diablo. El pánico, el terror y el dolor se habían apoderado de su consciencia. Paredes, mesa, piso, puerta, sillas, todo fue objeto de muerte para la vida que se iba. En uno de los tantos golpes, Ahoo dejó de chillar. Ya había muerto, pero mi odio no estaba aplacado. La Legión seguía con sed. Seguí machacando ese cráneo deshecho y sin vida contra el piso. Lo golpeé tanto que los huesos se deshicieron bajo mis manos. Ya no había cráneo que golpear, pero seguía golpeando. Sentía la necesidad de profanar eso que antes había sido una persona, seguía golpeando, desparramando carne, huesos, sangre por todos lados. Cuando la cabeza desapareció, la Legión en mis manos se concentró en el torso de lo que instantes antes había sido Ahoo. Los golpes de puño llovían sobre el cuerpo sin vida, el odio todavía no se aplacaba. Lo apaleé hasta que sentí romperse las costillas, hasta que sentí desgarrarse los músculos. Ahí, los puños dieron lugar a las garras y empecé a cortar la piel con mis uñas. Parecía un demonio salido de las propias aguas del Tártaro. Mis ojos estaban inyectados de sangre, una sonrisa me partía la cara. La estaba pasando bien. El odio finalmente empezaba a cesar. Seguí desgarrando con mis dedos piel y músculo, dejando al descubierto los órganos.
Cuando vi sus vísceras esparcidas por todo el lugar paré. Sentí cómo mis manos se aflojaban y volvían a ser las mismas de siempre. Sentí cómo un río de endorfinas era liberado justo en el centro de mi cerebro. El odio se había ido, y yo estaba feliz. Me había deshecho de la raíz de mis males. No más Ahoo, no más males…