Desde el interior observan

14.8.09

Ginnungagap

Dentro de mí se había formado un enorme Vacío. El Hielo y el Fuego iban derramándose de a poco pero constantemente en ese Vacío. El Niflheim y el Muspelheim iban a tocarse en cualquier momento. Y todos saben lo que pasó la primera vez que el Reino del Fuego y el Reino del Hielo se encontraron: Se produjo el Etir, la sustancia de la vida. No podía permitir que eso sucediera bajo ningún pretexto y mucho menos dentro mío. Todos mis esfuerzos para que el Fuego y el Hielo no se encontraran en el segundo Ginnungagap dentro de mí eran en vano. El destino estaba sellado. Gracias al Etir, Él iba a nacer.
Sentía en mi interior al Hielo helándolo todo. Instantes después pasaba el Fuego quemándolo todo. La purificación era perfecta, y era el paso anterior a la mezcla que daría lugar al Etir. Debía hacer algo y hacerlo rápido, pero los cortes del Hielo y las mordeduras del Fuego eran demasiado dolor para un cuerpo mortal y simple como el mío. Pasaba del frío más lacerante al calor más abrasante en sólo instantes. Estaba destruyéndome. Todo era dolor puro, incesante e intolerable hasta que de repente todo paró. El frío se disipó, el calor se consumió, el dolor se apagó.
Todo había acabado de un momento a otro. Había burlado al destino, no había purificación, no había Etir, no había nacimiento. Jadeaba tirado en el piso. Trataba de recuperar mis fuerzas perdidas. Intenté ponerme de pie y fue sentir cómo las dos sustancias caían a pique dentro de mi Ginnungagap. Cayeron hasta el fondo de mi Vacío y se mezclaron irremediablemente. El Fuego derritió al Hielo y de sus gotas nació el Etir. Éste me bañó en todo mi interior. Pude sentir cómo Él se regocijaba en el líquido de la vida y se reía de mí.

Mike – Sí! Es mi momento!

Frank – Aaaaarrrgggghhh! Dueleee!!!
Mike – Jajaja! Sí, a vos te duele! A mí me fortalece! Voy a nacer!!!

Era impresionante, sentía cómo mi cuerpo se iba deformando al tiempo que Mike crecía dentro de mí. Crecía y se hacía cada vez más fuerte e incontenible. Tenía que parar todo eso. Debía sacar todo lo malo hacia fuera antes de que sea demasiado tarde. En un intento desesperado por lograrlo introduje mi mano casi en su totalidad en mi boca legando hasta la garganta. La arcada que sentí fue monumental, pero no fue suficiente.

Mike – Jamás! Jamás me vas a poder detener, ya es demasiado tarde!
Frank – Gggguuuaaaarrrjjjj!

Mi mano seguía presionando profundo en mi propia garganta. Las arcadas eran terriblemente dolorosas. Sentía que en cualquier momento me partiría en dos, ya sea por el esfuerzo del vómito contenido o por la presión que ejercía Mike desde adentro. Una vez más mi mano presionó y todo fue un torrente de Etir. Mi boca parecía un río de vida. Vomitaba Etir como una cascada vomita agua. Mike vio su torrente de fuerza despedido por mi boca y desesperó. Cayó al suelo de rodillas con la mirada perdida. Su cara rebotó en el piso como una pelota. Y ahí quedó inmóvil. Había detenido su nacimiento, al menos por ahora. Sonriendo de felicidad, dejé que el cansancio de apoderara de mí y me sumí en la total oscuridad de la inconsciencia.
Al rato, me desperté con un terrible dolor de cabeza. Estaba mojado por un líquido apestoso, pegajoso y verde. Su olor inconfundible me hizo dar cuenta de todo. Me había desmayado en un charco de mi propia bilis.

7.8.09

Ardía su culpa

Frank – Gggaaahhh!!!
Tata – Qué te pasa, waso!?
Frank – Ññnoooarrrgg!!
Mike – Ya está, ya es tarde.
Tata – Fran, qué carajo!?
Frank – Haa… Haa… Ya está. Dale, escondamos esto…
Tata – No sé. No sé si es buena idea ocultar todo.
Frank – Y dejar que te agarren?
Tata – Qué!?
Frank – Sí. Y dejar que te agarren y que pases el resto de tu vida pudriéndote en una celda?
Tata – De qué mierda estás hablando?
Frank – Te mandaste un mocazo, Tata. Si no hacemos algo ya, te van a agarrar.
Tata – Yo no hice nada, enfermo! Estás loco!?
Frank – Seguro? Si no hiciste nada… Por qué estás lleno de sangre que no es tuya? Y por qué tenés esa mancuerna en la mano?
Tata – Por que te paré y te la quité a vos!!
Frank – Esa es la culpa cubriéndolo todo. Estás loco y querés huir de la culpa de alguna manera… Y qué mejor que culparme a mí?
Tata – Estás enfermo, culiado!
Frank – Yo te entiendo, tenés miedo de lo que va a pasar. Dale, yo te ayudo.
Tata – Pero yo no…
Frank – Dale! No perdás el tiempo, dale!

Mientras Tata se debatía en su confusión, yo me llevé los dos restos amorfos al sótano. La cantidad de sangre era impresionante. Siempre me dijeron que en un cuerpo humano adulto había cinco litros de sangre, pero jamás pensé que diez litros del líquido pudiesen ser tan abundantes. La sangre regaba el piso, las paredes, los espejos, estaba en todas partes. Se hacía difícil caminar sobre el piso embadurnado arrastrando los cuerpos. Con un alarido saqué a Tata de su estupor, de un grito le ordené que bajara a ayudarme. Se dirigió hacia las escaleras. La sangre en el piso lo hacía resbalar. Bajó el primer escalón aferrándose al pasamano. Un trozo de algo que momentos antes había estado dentro del cráneo de Adriana descansaba en sobre el segundo peldaño. Tata, en su confusión, no lo notó y lo pisó. Resbaló y su nuca se estrelló contra el piso dejándolo aún más confundido. Eso me dio la ventaja.

Frank – Dale, movete! No puedo arreglar yo solo todo tu quilombo!
Tata – Yo no fui, enfermo.
Frank – El enfermo sos vos! Dale!

Casi no podía contener la risa. Estaba a punto de estallar. La función de mi Psycho Circus era genial.

Tata – No…
Frank – Sigh… Te quedan dos caminos. O me ayudás a limpiar tu desastre y me facilitás las cosas. O te matás y también me facilitás las cosas.
Tata – Matarme?
Frank – Vos elegís. Pero elegí ya.
Tata – Matarme?
Frank – Sí. Es la salida más fácil. Si me ayudás, después vas a tener que vivir escondiéndote. Pero si te matás…
Tata - Y si me mato?
Frank – Si te matás se acabó todo. Te vas con la gloria. Con la gloria y dos cadáveres en tu haber. Además no vas a…

No me dejó terminar la frase. No creí que fuese capaz de hacerlo, pero vi cómo levantaba la mancuerna y se la estrellaba en su propia frente. Su mirada se perdía al segundo contacto con la mancuerna. Y al tercero, cayó pesadamente, con el cráneo partido.

Mike – Juajaaa! No pensé que fuese tan fácil!
Frank – Hijo de mil puta! Era mi amigo!
Mike – Memento mori, Frank, memento mori… A todos nos va a tocar, de una u otra manera a todos nos toca.
Frank – Tenés los días contados, oíste!?
Mike – Ah sí?

Y procedí a limpiarme y escapar impunemente, dejando atrás una escena de homicidio y suicidio pasional…

4.8.09

Ardía-na mi mente

La tarde estaba demasiado tranquila en el gimnasio, no había casi nadie y la música no ayudaba a mitigar el tedio. Encima estaba ella. Ella, con su personalidad secante, con sus preguntas de niña de cinco años y con su cara que no ayudaba a mitigar el odio. Tedio, odio. Odio, tedio. No son buenos compañeros.
Su estúpida personalidad no le permitía ver que no la soportaba. Se acercaba cada dos por tres a preguntar alguna estupidez digna de ella. Yo respondía con los dientes apretados. Intentaba relajarme y pensar en otra cosa, pero era imposible. Él se iba despertando poco a poco.
Observaba atentamente cómo Adriana lidiaba con su máquina. Renegando con la palanca que infinitas veces le habían enseñado a mover... Y aún así no entendía. "Es una imbécil... La rompamos...", me susurraron al oído. No le hice caso. Discutía conmigo mismo, cuando se acercó a pedirme ayuda. Sólo la miré y procedí a ayudarla. Mientras lo hacía, ella escupía idiotez tras idiotez. Idioteces que impacientaban cada vez más a Alfred. Logré controlarlo un poco y volví a mi asiento a observar el accionar de Adriana. El tedio y el odio crecían cada vez más. En determinado momento ella dejó caer una pesa al suelo que partió varios cerámicos. Al instante sentí cómo una ráfaga de viento cálido pasaba a mi lado. Era Alfred tomando el control.
Con toda la furia contenida salté por encima del escritorio como un demonio. En un abrir y cerrar de ojos estaba parado a su lado. La tomé de los hombros y mientras le decía que iba a ser la última vez que hiciera una de sus idioteces le apliqué toda la fuerza de empuje que pude sacar de mis músculos. Su frente dio de lleno contra uno de los caños de la máquina. Gritó. A diferencia de otras veces, sus gritos me irritaban aún más. No podía concebir que un ser tan idiota pisara el mismo suelo que yo, respirara el mismo aire que yo. Y otra vez su frente besó el caño, esta vez dejándole una marca de su labial rojo… rojo sangre. Sus gritos habían alterado a la otra persona que había en el gimnasio, que se acercó rápidamente. Al ver la escena, intentó detenerme. ¿Para qué? Fue peor para él. La ira de Alfred se canalizó directamente hacia su persona. Una patada en el pecho lo sentó en el piso. Una patada en la cara lo acostó en el piso. Me aseguré de que Adriana no se movería de su charco de sangre y lágrimas y tomé a su "salvador" por las piernas y lo arrastré hacia el fondo del local. Lo dejé tirado a un lado y fui en busca de una barra. Cuando volví, intentaba pararse pero un golpe de la barra en su espalda acabó con todo intento de ponerse de pie. Otro golpe más y una de sus piernas quedó inmovilizada en un ángulo imposible. Aún otro golpe y su espalda se partió estrepitosamente. Jadeaba, pero no de placer. Estaba cansado, quería acabar con todo de una vez por todas. Quería acabar con la estúpida Adriana y su estúpido defensor. Un último golpe de la barra y la cabeza del cuerpo a mis pies se abrió como una calabaza desparramando todo su contenido por el piso.
Volví con Adriana. El susto y la conmoción habían hecho estragos con su mente. Balbuceaba algo tendida en su charco de sangre. “Parate”, le grite. No me hizo caso. Estaba realmente perdiendo los estribos. No podía aguantar un segundo más su idiotez. “Parate”, le rugí por segunda vez. Mi grito la atemorizó y se puso a llorar a los gritos como la idiota que era. No pude más y la levanté de los pelos. Ella chillaba como un chancho en el matadero. Todavía tomándola por el cabello la arrastré hasta donde estaba el cadáver de su "salvador". La tiré de bruces al suelo. Su cara quedó alineada con la cara destrozada del muerto. En ese momento toda cordura que pudo haber tenido la abandonó completamente. Empezó a querer taparse los ojos. Hacía de todo para no ver la expresión reventada de ese cráneo deshecho. Gritaba como si la estuviesen atravesando con un hierro ardiente. Su locura llegó al máximo. Comenzó a arañarse sus propios ojos con tal de no ver lo que tenía en frente. Yo no soportaba sus gritos, era demasiado. No podía más. La ira era mi único escape. Y el odio hacia ella, mi único móvil.
Me senté a horcajadas sobre su vientre y comencé a golpearle la cara con mis puños. La golpeé una vez, dos veces, tres veces. La golpeé incansablemente. Mis puños empezaron a pasarme factura y el dolor en los nudillos se hacía insoportable. Una mancuerna apareció en el rabillo de mi ojo. La tomé desesperadamente y la estrellé contra su cara. En el preciso momento en que la mancuerna le rompió el tabique ella dejó de gritar. Pero la mancuerna siguió golpeando. La golpeé con mi instrumento de destrucción incontables veces. Mientras la azotaba dejé de ver. Mis ojos se habían vuelto hacia atrás, quedando en blanco completamente. De mi boca empezó a salir una espesa espuma. La locura se había apoderado de mí. La golpeé hasta que su cabeza quedó hecha una masa amorfa de huesos, carne y órganos deshechos. Seguía golpeando. La sangre lo manchaba todo. Mi ropa, mi cara, la pared, el piso. Todo era color rojo.
Aún golpeaba la mancuerna sobre esa masa incomprensible cuando sentí que algo me sacudía de los hombros.
El sacudón era cada vez más fuerte. No tuve otra opción que volver mis ojos a su posición normal. La luz me cegó.

Tata – Waso, pará! Qué mierda estás haciendo!?
Frank – Gggaaahhh!!! La odio, la odio!
Alfred – Sí, sí! Volvete loco!
Tata – Y ahora qué mierda hacemos!?
Frank – Haa… haa…
Alfred – Ahora te toca a vos, jejeje!
Frank – Ayudame… Ayudame a limpiar todo esto y a esconder estas dos cosas… Por favor!
Mike – No conviene. Nos puede salir mal.
Tata – No sé, waso, no sé!
Mike – Te lo dije.
Frank – Dale! No me podés dejar en banda así!
Alfred – No, lo matemos! Él va hablar!
Mike – Dejame a mí.
Frank – Tata... Por Dios, ayudame. Ayudame y todo va a estar bien.
Tata – Qué palomón, culiadazo!
Mike – Duda. Todo mal. Dejame…
Frank – No!, No quiero!
Tata – Qué!?
Frank – No quiero hacerte nada, ayudame!
Alfred – No se puede, no va a salir. Hay que matarlo.
Mike – Dejame.
Frank – Nooo!
Tata – Fran, qué mierda te pasa!?
Frank – Ayudame!!!
Tata – Carajo mierda, está bien!
Alfred – Está mal... Todo está mal.
Mike – No conviene…

Y Mike se hizo con el control.