Desde el interior observan

28.4.09

It's not my time... yet

Abrí los ojos y no reconocí el lugar. No veía del todo bien, algo estaba mal. Sentía que algo me oprimía la cara. Me llevé las manos al rostro y toqué las vendas del lado derecho. Retiré las manos al instante, asustado. De repente recordé todo lo que había sucedido e identifiqué la habitación en la que estaba como la sala de emergencias de un hospital. Estar tirado en esa cama de hospital me hacía recordar. Recordé el forcejeo, el dolor, todo como si lo estuviera viviendo nuevamente. No podía seguir en eso, así que decidí que era momento de largarme de ahí. Me levante dificultosamente, el parante del suero cayó al suelo haciendo un estruendo. A los pocos segundos entró una enfermera.

Enfermera – No, no, qué hacés!?
Frank – Me las tomo…
Enfermera – No, no podés, estás muy mal. No te podés ir.
Frank – Mirá cómo me voy.
Enfermera – Te voy a tener que dar un tranquilizante, no te pod...

La agarré del cuello. “Me voy, te guste o no”, le lancé a la cara. Trató de zafarse, le oprimí más la garganta. Vi cómo el pánico afluía a sus ojos; cómo, desde lo más profundo de su ser, me miraba con un pánico sobrenatural, un pánico bestial. En ese momento me di cuenta de que no era Alfred el que actuaba, si no que era yo el que estaba disfrutando del dolor de la enfermera. En menos de un segundo pensé en soltarla, pero cambié de opinión y seguí presionando su cuello hasta que sus ojos se blanquearon. La solté y cayó pesadamente al suelo. Había perdido el conocimiento. No podía dejar de pensar en el placer que me había producido provocarle daño a la frágil enfermera. Intentaba dilucidar el por qué de semejante acto barbárico, cuando me lo explicó el propio mal encarnado.

Alfred – Jaja! Ya está, macho!
Frank – Ya está qué!? Por qué lo disfruté!? Por qué no la quise soltar!?
Alfred – Por eso… Por que ya está hecho… Jejeje
Frank – Qué!? Qué está hecho, otario!? Contestame!
Alfred – Ya no somos más uno y otro, no somos más dos… Ahora somos sólo uno, los dos del lado consciente. Eso que pasó recién era yo actuando pura y totalmente consciente… O eras vos haciéndolo... O éramos los dos… Ya no se puede distinguir…
Frank – No, no era yo, no puede ser, no era yo!
Alfred – Vos mismo lo dijiste… Lo disfrutaste. Eso quiere decir que parte mía ahora es tuya, y parte tuya ahora es mía. Ya no estamos más diferenciados.
Frank - …
Alfred – Mientras antes lo aceptes, mejor.

Estaba parado frente a un espejo cuando terminé la charla con Alfred. Vi que la mitad de mi cara estaba cubierta por vendas. No me atrevía a correrlas, pero la curiosidad pudo más y finalmente me las quité. Lo que vi me dejó pasmado. No era más una persona normal, me faltaba prácticamente todo el lado derecho del rostro. Donde se encontraba mi ojo, ahora había una horrible cuenca cubierta de una horrenda cicatriz. La mejilla casi no existía, dejando entrever parte de la dentadura. Era un monstruo. Una lágrima rodó de mi ojo izquierdo. Me volví a cubrir la herida al tiempo que juraba nunca más exponerla a la vista de nadie. Mientras lo hacía, noté que la enfermera estaba despertando. "Sin cabos sueltos", me dije. Busqué en la habitación y encontré un frasquito de bromuro de pancuronio. Recordé que era uno de los químicos de la inyección letal. Busqué una jeringa y la llené con el líquido. El paro cardíaco se presentó casi al instante. Terminé de vendarme, me vestí y salí de la habitación. Retirarme del hospital sin llamar la atención no fue tarea difícil. Al cabo de unos minutos estaba en la calle. Era de noche. Empecé a caminar silbando bajito con dos cosas en mente. Una, el placer que me había producido la muerte de la enfermera. La otra, Guadita…

14.4.09

Whattimeisyourtime

El alto volumen de la música y el calor del día me habían embotado. Me sentía como en otro lado, en otro cuerpo. El tiempo se había dilatado y no percibía bien las cosas. El sonido me llegaba como por debajo del agua, las imágenes eran lentas y borrosas, dejaban un rastro cada vez que movía la vista. Si bien era extremadamente raro me gustaba, me sentía como presa de una droga dulce que no lastimaba, sólo alentaba las cosas permitiendomé apreciar todos los detalles de lo que sucedía a mi alrededor.
Sentí que una fuerza que no era la mía me levantaba de mi asiento. Como en trance me paré frente al espejo. El sonido y las imágenes seguían retrasados. Me miré un largo momento al espejo, tratando de entender qué sucedía. Una sensación tibia me acarició debajo de la nariz. Vi que sangraba. Cuando me llevé la mano a la nariz para limpiarme un agudo dolor me apuñaló en la cabeza. Casi me tira al suelo. Me apoyé en el espejo pesadamente.

Alfred – Jajaja! Sí!
Frank – De qué te reís, tarado?
Alfred – Decime! Decime ya qué sentiste!
Frank – Qué?
Alfred – Sí! Qué sentiste?
Frank – No sé, estaba como drogado, veía y escuchaba todo lento…
Alfred – Sí, sí! Al fin!
Frank – Qué está pasando?
Alfred – Cada vez estoy tomando más el control, eso pasa, jajaja!
Frank – Cómo!? Recién fuiste vos!?
Alfred – Así es, amigo… Recién casi te mando para lado inconsciente quedándome yo al mando…
Frank – No! No puede ser! No te voy a dejar!
Alfred – Ah, no?

De nuevo sentí el cuchillo del dolor clavándose en mi cerebro. Conducido por la agonía, golpeé el espejo que se rompió en grandes pedazos. Noté cómo Alfred ganaba cada vez más terreno. Sabía que se me venía una dura prueba encima… Mi mano derecha se alzó por sí sola y se aferró con fuerza a mi rostro. Esa garra que antes era mi mano, me arañaba fuerte la cara, me arrancaba pedazos de piel mientras yo trataba de zafarme del agarre. Seguí luchando contra la fuerza de Alfred, retorciéndome en el suelo. La mano poseída continuaba rasgando mi rostro, tanto que ya no me quedaba piel en el lado derecho de la cara. La sangre regaba el piso, la pared y los restos del espejo. En un momento, la garra se separó de mi rostro, pensé que Alfred se había rendido. No podía estar más equivocado. Arremetió nuevamente, pero esta vez clavándome uno de sus infames dedos en el ojo derecho, destruyéndolo por completo. Mi alarido fue atroz, me sorprendí a mí mismo de lo fuerte que podía gritar. Alfred seguía deshaciendo mi cara mientras yo trataba de frenarlo en vano. Seguimos debatiéndonos un rato, hasta que se me vino la forma de pararlo. Debía dejarlo inconsciente… y para eso debía dejarme inconsciente a mí. Me incorporé como pude, me acerqué lo más posible a la pared y empecé a darle cabezazos.

Alfred – Qué hacés, tarado!?
Frank – Lo que sea necesario para bajarte de la moto…
Alfred – Nos vas a matar a los dos! Dejame el lado consciente y esto se acaba acá!
Frank – No way… O te paro o nos mato, no me importa…

Y golpeé fuerte mi cabeza contra la pared repetidas veces. Sentía cómo los huesos se iban debilitando al mismo tiempo que mis sentidos se nublaban y mis fuerzas flaqueaban. Con cada golpe, la fuerza de Alfred disminuía un poco. Hasta que con el último golpe soltó mi mano que cayó inmóvil al costado de mi cuerpo, totalmente teñida de rojo, aún con pedazos de piel y carne entre los dedos. Con el último golpe sentí cómo se partía mi cráneo. Empecé a caer lentamente al suelo y alcancé a ver que estaba cubierto de sangre casi en mi totalidad, al igual que la pared y el piso. Cuando caí, el ruido seco que produjo mi cráneo contra el suelo fue lo último que escuché. Mientras mi mente se iba a otro lado, mientras perdía totalmente la consciencia sentía cómo el charco de sangre que crecía abajo mío me mojaba la ropa… Y pensaba “Mierda, voy a quedar desfigurado…”

4.4.09

Tengo su corazón... para siempre

Las ganas de ir al baño me hicieron despertar. Sentí un peso sobre mi pecho que me inmovilizaba. Me debatí en vano. Al despertarme del todo, me di cuenta de que era ella que me abrazaba estrechamente. Con cuidado de no despertarla me solté de su atadura. Fui al baño. La escuchaba revolverse en la cama desde donde me encontraba. El crujir de las sábanas me hizo pensar en la posición que habría adoptado. Boca abajo? De lado? Boca arriba?
Volví a la habitación y la encontré boca arriba, casi destapada. Aún dormía. Me senté a su lado y le acaricié el pelo. Me quedé así un rato, mirándola cómo dormía, acariciándole el pelo. Fue ahí cuando me lo pidió...

Alfred – La quiero
Frank – Ni lo sueñes, a ella no
Alfred – Por qué? Qué la hace tan especial? Es igual a todas las otras personas sobre la Tierra
Frank – No y punto
Alfred – Mirá, dejame hacer lo mío y va a ser nuestra por siempre. Nadie más la va a poder tener jamás
Frank – No... No se puede, no…
Alfred – Dale, la querés, no? La querés sólo para vos, verdad? Dejame hacerlo y va a ser nuestra para siempre
Frank – Mía…
Alfred – Nuestra, Frank, somos dos, no lo olvides
Frank – Para siempre?
Alfred – Siempre… siempre
Frank – …
Alfred – Jejeje

La tirita de la musculosa se le había deslizado por el hombro descubriendo un poco su pecho. La caricia del pelo bajó por la mejilla, resbaló por el mentón, corrió por el cuello y llego al pecho. Mi otra mano se movió casi por sí sola. Se elevó por sobre su cara y bajó de repente sobre su boca. Se ciñó fuerte para evitar que gritara. Sus ojos se abrieron al instante. Intentó zafarse pero una rodilla sobre su abdomen suprimió todo intento de forcejeo. Con la mano libre tomé sus muñecas y las puse bajo la presión de la rodilla junto con el resto del cuerpo. Seguí acariciándola mientras sus lágrimas mojaban la almohada. Una vez la mano había llegado nuevamente al pecho, se levantó en el aire, se convirtió en puño y cayó fuertemente sobre su lado izquierdo. Cayó repetidas veces rompiendo las costillas, mientras la mano cómplice sofocaba los aullidos de dolor y miedo. Bastaron unos cuántos golpes de puño para deshacer las costillas izquierdas y debilitar la zona. Luego, a fuerza de uñas y presión, comencé a rasgar la piel y el músculo, mientras ella trataba inútilmente de soltarse. Sacaba con mi garra piel y carne, pedazos de hueso astillado, hasta que el pánico la pudo y se desmayó. Yo proseguí con mi labor, continué desgarrando músculo hasta que al fin apareció. Aún se movía, débilmente, pero se movía. Bañado en sangre, con un rebote rítmico ahí estaba: su corazón al aire. Era tan rojo como roja había quedado la cama. Era tan rojo y bonito como me lo había imaginado. Sin dudarlo un instante más, metí la mano en su pecho, agarré su corazón y lo arranqué de un tirón. En el momento en que se cortaron las arterias ella abrió los ojos. Una cascada de paz le baño la cara y lentamente sus párpados cayeron. Su corazón, en mi mano, chorreaba lo último de sangre que le quedaba adentro, bañando mi brazo. Lo levanté con el objeto de que su sangre me bañara todo el cuerpo. Abracé ese tesoro que había conseguido, que había robado, lo besé, me lo pasé por la cara tiñéndome de rojo. Al fin habló…

Alfred – Te dije, es todo nuestro, para siempre. Nunca nadie más va a tener su corazón
Frank – Mío, mía
Alfred – Nuestro, nuestra… Cuántas veces te lo voy a tener que decir?
Frank – Mío, mía… para siempre… siempre
Alfred – Andá, loco de mierda!