Desde el interior observan

24.11.09

Un perfecto desastre

Estoy decepcionado de mí mismo. Jamás pensé que podría causar tanto daño a un ser que amara tanto. Aunque Eva no sea perfecta, la amo con todo mi corazón, es mía y yo soy de ella. Nada puede separarnos. O al menos eso creía. En mi afán de convertirla en la mujer de un dios la dañé. La dañé irreparablemente. Me dejé llevar por mi avaricia y mi narcisismo y lo eché todo a perder.
Había conseguido otra de las piezas del rompecabezas que era su perfección. La piel. La piel de Sabrina. La conocía de hacía bastante, pero reparé en su tersa piel sólo unas semanas atrás. Y lo que es más raro, es que lo hice a través de fotos. Fotos intercambiadas por Internet, el más impersonal y vano de los medios. Al notar su delicada vestimenta natural, decidí desencadenar la serie de eventos que me llevarían a poseerla. Comenzamos a conocernos y no tardamos en trabar relación. Debía actuar rápido, los días pasaban y yo me sentía cada vez más deseoso de su piel. Luego de unos cuántos días de conversaciones interminables, finalmente decidí invitarla a casa. Accedió y yo me regodeé en mi habilidad para hacerla caer.
No recuerdo casi nada de ese día, todo lo que sucedió está en la niebla del olvido. Desconozco cómo la maté, los instrumentos que utilicé, las excusas que di, si dije algo o no. Nada está claro. Empecé a ser yo de nuevo una vez que los dos cuerpos desnudos estuvieron acostados uno al lado del otro en la mesa de mi taller.
Ahí estaban los dos: el cuerpo de Eva a punto de ser elevado aún más y el de Sabrina que me brindaría su piel, su envoltorio, para cubrir el alma de mi mujer. Estaba exaltado. En pocos minutos pondría en práctica todo lo que había aprendido sobre taxidermia. Lavé el cadáver de Sabrina y me dispuse a aplicar mis nuevos conocimientos cuando una idea me taladró el cerebro.

Alfred – Le saquemos primero la piel a Eva…
Frank – Para!?
Alfred – Así la piel de Sabrina no está tanto tiempo sin el contacto de la sangre que la mantiene en buen estado y no se arruina… Gil.
Frank – Por fin! Por fin decís algo que sirve!

Aún más exaltado que antes me acerqué a Eva para despojarla de su vestidura original. Me desempeñe como un verdadero maestro, parecía que realizaba este tipo de tarea desde hacía años, cuando en realidad había empezado a leer sobre el tema escasos días antes. Mis tijeras y cuchillos desprendían la piel de Eva de sus músculos oscurecidos con una facilidad inusitada. Mis manos bailaban sobre su cuerpo como las manos de un pianista sobre las teclas. Al cabo de un tiempo inacabable, Eva quedó al descubierto por completo. Para protegerla, la cubrí de hielo en su totalidad. Sin perder tiempo me incliné sobre el cadáver de Sabrina. De nuevo me sorprendí de mi habilidad en la taxidermia, pero la respuesta se hizo presente casi al mismo instante que la sorpresa: estaba abocado a una tarea en la cuál depositaba todo mi amor. Era obvio que saldría bien.
Unas horas mas tarde, tenía listo el nuevo vestido de Eva. Sólo quedaba ponérselo. Comencé por los pies, el hilo y la aguja iban realizando un trabajo impecable. Cuando empecé a cubrir sus piernas no pude evitar pensar en los eternos momentos de amor y placer que disfrutaríamos juntos. El corazón se me aceleró, estaba totalmente excitado y extasiado, quería terminar en ese preciso momento. Eva estaba cubierta hasta la cadera, contemplé su sexo y mis pensamientos se nublaron un segundo. Mi ansiedad dificultaba muchísimo la labor. Quería, tenía que terminar. Desesperado, decidí apresurarme. Estiré la piel de Sabrina para acomodarla sobre la carne de Eva, pero no noté que estaba enganchada en una esquina de la mesa. Mis sentidos nublados por la pasión no me dejaron ver nada de lo que sucedía y tironeé con fuerza. Un sonido desgarrador me trajo de nuevo a la realidad. Un chasquido horrible y la piel quedó partida en dos pedazos: uno colgaba de mis manos temblorosas y el otro se balanceaba enganchado en el borde de la mesa mientras yo lo miraba atónito y con lágrimas en los ojos. Mi apuro, mi estupidez habían arruinado una piel hermosa. Lo que era aún peor, es que por apurado también y haber hecho caso a Alfred, Eva también estaba arruinada. El hielo comenzó a derretirse rápidamente y ella quedó sin su protección gélida. No podía hacer nada para salvarla. Mientras veía cómo se derretía el hielo sobre su cuerpo, empecé a llorar. Mis lágrimas sólo aceleraron el proceso de derretimiento del hielo. Por ende, aceleraron también la muerte de mi mujer. La muerte de Eva.
Por no aceptarla tal como era, por pretender ser Dios, por dejarme llevar por mi avaricia y mi narcisismo, arruiné a una mujer ya perfecta. Y una vez más, estoy solo...

3.11.09

La perfección en mis manos… y en las suyas

Ya las había soportado lo suficiente, de más, diría. No podía soportar una caricia más de las manos imperfectas de mi Eva. Decidí salir en busca de las manos que había elegido para ella. Como había entablado una relación amistosa con Yanina, no se me hizo difícil engañarla para que nos encontráramos en casa a “tomar algo”. Y así fue.
El tiempo que estuvimos conversando se me hizo eterno, quería empezar a hacer el trabajo de Dios de inmediato, pero Yanina me engatusó con su elocuencia. Aguanté lo más que pude, pensando en lo que venía, en el placer que me produciría hacer a mi Eva un poco más perfecta. Mientras, Yanina hablaba y yo trataba de abstraerme y no escucharla en absoluto, mi vaso veía pasar una bebida tras otra... y mis sentidos se iban nublando. Si seguía así no podría hacer lo mío. Agarré su vaso para rellenárselo; pero junto con el vino fue una pastilla de Clonazepam. No era necesario que Yanina presenciara todo el proceso, mucho menos me importaba si sufría o no. El Clonazepam era sólo para detener sus movimientos, para drogarla y facilitar mi labor ya mancillada por mis embotados sentidos.
Sin reprochar el hecho de que la estaba drogando frente a sus ojos, se tomó el vino. A los pocos minutos ya estaba totalmente perdida en otro lugar, pero algo aún la unía a la realidad y le permitía seguir razonando.

Yanina – Qué me pasa, Fran?
Frank – No sé qué te pasa… Pero sé lo que te va a pasar.
Yanina – Jajaja, no seas pelotudo, si no sabés nada vos!
Alfred – Pelotudo yo? Justamente yo… pelotudo? Esta pobre diabla no sabe lo que le espera después…
Frank – …
Yanina – Oh, ya se enojó! No te enojes, pelotudo!
Frank – …
Alfred – Después me la vas a dar, no? Me sigue insultando…
Yanina – Qué te pasa, Fran?
Frank – …
Yanina – Dale, decime qué te pasa. Qué te pasa, Fran?
Frank – No me pasa nada. Estoy re bien así por que dentro de poco, voy a ser un poco más como Dios.
Yanina – Jajaja, Fran! Ya tomaste mucho, mirá las cosas que decís!
Frank – Vos reíte, no más…

Me levanté de la mesa y fui a la cocina. Ella me miraba constantemente con su mirada escrutiñadora pero perdida, vaga, al mismo tiempo. Su estupor era tal que cuando me vio acercarme con un cuchillo sobredimensionado en mis manos ni se inmutó. Hasta pareció divertirse con la visión. Supongo que ella pensaba que yo me encontraba en el mismo estado jocoso que ella. Yo sabía muy bien que no había nada de jocoso en mi labor superior. Me paré junto a ella y tome una de sus manos. Yanina observó todo con sumo detenimiento. Con sus ojos dilatados me miró sostenidamente, como tratando de averiguar lo que vendría a continuación. Puse su mano sobre la mesa exponiendo la muñeca. Ella observaba cada movimiento, parecía que realmente no comprendía lo que iba a venir. Con un terrible sesgo de mi cuchillo cercené una de las manos perfectas. No gritó. El cóctel vicioso que le había dado surtía efecto esplendorosamente. Como desde otro ángulo, hasta desde otra dimensión escrutó con detenimiento el muñón que coronaba su antebrazo, mientras de éste brotaba un manantial de sangre. Seguía estudiando su fuente de sangre cuando tomé su otra mano y la puse sobre la mesa. Otro sesgo, y otro manantial rojo fue creado. Su mirada pasó de un muñón al otro. Comprendí que estaba altamente afectada por la droga, ella estaba convencida de que nada de eso estaba pasando realmente.

Yanina – Fran, me estoy comiendo un mal viaje.
Frank – Jajaja! Qué ilusa…
Yanina – En serio, boludo! No tengo manos!
Frank – No tenés manos, Yaninita… Te las quité para dárselas a mi mujer.
Yanina – Y ahora me decís cosas raras, qué tomamos? Esto es un mal viaje, un muy mal viaje…
Frank – Pensá lo que quieras, no me interesa… Morite ahora si querés, o mirá todo el proceso. Hacé como quieras.
Yanina – Qué?
Frank – Bah.

Y se quedó ahí sentada. No dejaba de observarlo todo. Miró todo con detenimiento, pero prestó especial atención a mi Eva cuando la acosté en la mesa. Empezó a hablar, creo que la describía, supongo que en su afán de creer que todo era producto de la droga, quería recordar todo después. No le presté la más mínima atención, me aboqué totalmente a perfeccionar mi mujer. Tuve que concentrarme para burlar a mis manos temblorosas; no podía permitirme que por un error mío, Eva tuviese detalles imperfectos. Yanina seguía hablando, ahora se dirigía a mí pero yo no contestaba, debía atender a cosas más importantes, a algo superior que una mera mortal desangrándose en la silla, y que encima pensaba que todo era un mal viaje.

Yanina – Fran…
Frank – …
Yanina – Fran, tengo frío.
Frank – …
Yanina – Tengo frío, Fran! Me prestás una campera?
Frank – …
Yanina – Fran!!! Tengo mucho frío, por favor prestame algo! Tengo frío y tengo miedo, este mal viaje no se acaba más, Fran.
Frank – …
Yanina – Fran, por qué me hiciste comer este mal viaje?
Frank – No hay ningún mal viaje, tarada! Estás tan puesta que ni te das cuenta, o tenés tanto miedo que tu mentecita no te deja dar cuenta, no sé! Pero no es ningún mal viaje, es verdad todo. Tenés frío por que te estás desangrando, tenés miedo por que te estás muriendo! Ahora callate y dejame de joder que tengo algo más importante que hacer!

No contestó más. Me di vuelta para verla. Su cabeza colgaba flácida sobre sus hombros, sus brazos laxos colgaban al costado de la silla manchando el piso. Había muerto. Me había dejado en paz para terminar mi labor. Al rato, Eva ya tenía sus perfectas manos.

Alfred – Listo… Ahora, dejame desquitarme con esta tarada.
Frank – Como quieras.

Y Alfred se frotó las manos… Deseoso.