Desde el interior observan

13.12.09

DoNotWalk

El rencor me comía el cerebro y el alma. No soportaba ya mi pérdida, me odiaba a mí mismo por haber terminado con la vida de Eva y odiaba todo lo que me recordaba de alguna manera a ella. Ese odio irracional y el deseo de no sentir más mi pesar, me llevaron a terminar con todo lo que me trajera a Eva a la mente.
Entonces decidí acabar con Gaby. La visión de sus piernas paseándose por el gimnasio me atormentaba. Era casi como ver las torneadas piernas de Eva que nunca caminarían. El eterno vaivén de las piernas de Gaby me recordaba a cada momento que mi mujer no estaba más conmigo, me recordaba la torpeza que había cometido y me recordaba que yo era el culpable de la muerte de Eva. Ese vaivén me llenaba de una tristeza profunda causada por el saber de que ella nunca estaría conmigo de nuevo, me llenaba de un odio terrible hacia mí mismo... Ya no me sentía cómodo tratando de frenar ese odio, tenía que canalizarlo de alguna manera. Y qué mejor que canalizar hacia la propia fuente?
Un fin de semana cualquiera, logré que Gaby fuese a casa. Me costó lograr que accediera, siempre ponía alguna excusa y declinaba mi oferta, lo que retrasaba la culminación de mi odio hacia sus piernas, hacia ella, hacia su persona... hacia mí. Pero finalmente, tras largas tratativas, logré ingresarla en la guarida del león.
Realmente necesitaba descargar todo lo que llevaba dentro. Antes de empezar con lo que la llevaría a su final, decidí, por primera vez, abrir mi corazón a una de mis víctimas. Estábamos sentados a la mesa, uno en frente del otro:

Frank – La extraño, la extraño mucho...
Gaby – A quién?
Frank – A ella, la extraño a ella. Extraño saber que hay alguien para mí, extraño el sentimiento de seguridad que tenía al estar abrazado con ella.
Gaby – No sé de quién me hablás...
Frank – No importa, sólo escuchame... Necesito que me escuchen...
Alfred – Blah blah blah...
Frank – Necesito sacarme algo de adentro antes de poder seguir.
Gaby – Seguir con qué?
Frank – Con lo que sigue... No importa. Escuchame. Nada más te pido.
Alfred – Sigh... Va a tomar mucho tiempo esto?
Gaby – Ok...
Frank – Extraño a esa mujer que estaba al lado mío y que ahora está andá a saber dónde. Extraño poder apoyarme en ella, sostenerme de ella, más bien. Era mi apoyo, mi soporte en este tiempo turbulento que estoy pasando. Tengo muchos problemas en la cabeza y ella me servía de válvula de escape... Ponía mucho de mí en ella, y ahora que no está... me siento perdido... Vagando en un desierto blanco sin paredes ni piso ni techo, donde no hay dirección que valga. Y no consigo depositar todo eso en nada ni nadie más. Era ella. Era ella la que lograba todo eso, sin que yo se lo pida. Ahora te veo a vos, y encuentro algunas cosas de ella en vos, pero no sos ella... Y eso me hace sentir todavía peor. Por qu...
Alfred – Al carajo, suficiente de esta pelotudez.

EL maldito se desató y no me dejó terminar con mi descargue. No pude terminar de sacarme de adentro todo lo que tenía para decir. Él tenía otra forma de hacerlo.
Casi sin notarlo, salté sobre la mesa y me disparé contra Gaby. Caímos al piso junto con la silla. Ella quedó anonadada en el piso, sin entender lo que había pasado. De un saque, tomé lo que tenía más al alcance de la mano. Agarré la silla por su respaldo y la blandí contra el cuerpo de Gaby que empezaba a mostrar los típicos signos del terror irracional. Gritaba, pataleaba e insultaba como una loca. Pero la silla seguía castigándola duramente. En el frenesí, recordé que sus piernas habían desatado todo mi odio. Golpeé sus miembros con muchísima fuerza, mientras ella intentaba escaparse gateando. Los golpes llovían sobre sus piernas como una tormenta de granizo. Uno dio tan bien en el blanco que quebró el hueso, dejando una herida en el muslo. Gaby cayó al piso, desencadenando su total aniquilación. Otro golpe más, otra fractura. La silla ya no era silla sino unos pedazos de madera sin forma alguna que seguían golpeando las piernas de Gaby que lloraba aterradamente. Sus súplicas no llegaban a mis oídos, el odio me cegaba, el odio hacia a mí por haber matado a Eva. Y sus piernas ya no tenían el torneado que tenían momentos antes, eran dos cuerpos de carne y hueso fracturado que nacían de la parte baja de Gaby, ya no eran las bellas piernas de Eva, ya no tenían relación alguna a mi bella Eva. Al deformar las piernas de Gaby, había limpiado un poco la mancha que llevaba en mi alma.
Dejé de golpearla jadeando. Solté uno de los palos y cayó al suelo cerca de una de sus manos. Ella seguía llorando a los gritos, pero el instinto de supervivencia la llevó a tomar el palo caído. La miré con lágrimas en los ojos, sentía el llanto acercarse como un río embravecido. El odio daba paso a la tristeza por la pérdida de las piernas que me recordaban a las de mi mujer. De repente, su llanto cesó. Se incorporó un poco mientras yo lloraba parado a su lado. Un dolor intenso en mi rodilla derecha me trajo de nuevo a la realidad y me tiró al piso. Desconcertado, miré hacia la fuente del dolor. El palo que había dejado caer hacía un momento sobresalía de mi muslo, justo encima de mi rodilla. La sangre brotaba y el dolor crecía.

Alfred – Mi pierna! Mirá lo que me hiciste!!!
Frank – Te equivocaste...
Gaby – Jaja, ahora no sos tan machito, eh?
Alfred – Te voy a reventar, puta! Me duele! Me duele mucho!!!
Frank – Realmente te equivocaste...

El otro palo que todavía estaba en mi mano se clavó duramente en el pecho de Gaby. Ella quedó confundida. No entendía muy bien qué había pasado. Se llevó las manos al pecho y tanteó la estaca. Se notaba que su visión se iba desvaneciendo, sus ojos perdidos lo delataban. Un hilo de sangre le corrió por la mejilla y pasó a mejor vida con la misma expresión confundida con que miró la estaca.

Alfred – Aaaggghhh!!! Mi pierna! Esta puta, me rompió la pierna!!!
Frank – Te equivocaste...
Alfred – Callate, imbécil! Obvio que se equivocó! Me hizo percha la pierna!!!
Frank – Te equivocaste...
Alfred – Callate!!!
Frank – Te equivocaste, Frank, te equivocaste...

Empecé a sentir la punzada del dolor. Me agarré la rodilla y pegué un alarido que sorprendió a Alfred, quien se replegó cojeando en los rincones de mi mente.

24.11.09

Un perfecto desastre

Estoy decepcionado de mí mismo. Jamás pensé que podría causar tanto daño a un ser que amara tanto. Aunque Eva no sea perfecta, la amo con todo mi corazón, es mía y yo soy de ella. Nada puede separarnos. O al menos eso creía. En mi afán de convertirla en la mujer de un dios la dañé. La dañé irreparablemente. Me dejé llevar por mi avaricia y mi narcisismo y lo eché todo a perder.
Había conseguido otra de las piezas del rompecabezas que era su perfección. La piel. La piel de Sabrina. La conocía de hacía bastante, pero reparé en su tersa piel sólo unas semanas atrás. Y lo que es más raro, es que lo hice a través de fotos. Fotos intercambiadas por Internet, el más impersonal y vano de los medios. Al notar su delicada vestimenta natural, decidí desencadenar la serie de eventos que me llevarían a poseerla. Comenzamos a conocernos y no tardamos en trabar relación. Debía actuar rápido, los días pasaban y yo me sentía cada vez más deseoso de su piel. Luego de unos cuántos días de conversaciones interminables, finalmente decidí invitarla a casa. Accedió y yo me regodeé en mi habilidad para hacerla caer.
No recuerdo casi nada de ese día, todo lo que sucedió está en la niebla del olvido. Desconozco cómo la maté, los instrumentos que utilicé, las excusas que di, si dije algo o no. Nada está claro. Empecé a ser yo de nuevo una vez que los dos cuerpos desnudos estuvieron acostados uno al lado del otro en la mesa de mi taller.
Ahí estaban los dos: el cuerpo de Eva a punto de ser elevado aún más y el de Sabrina que me brindaría su piel, su envoltorio, para cubrir el alma de mi mujer. Estaba exaltado. En pocos minutos pondría en práctica todo lo que había aprendido sobre taxidermia. Lavé el cadáver de Sabrina y me dispuse a aplicar mis nuevos conocimientos cuando una idea me taladró el cerebro.

Alfred – Le saquemos primero la piel a Eva…
Frank – Para!?
Alfred – Así la piel de Sabrina no está tanto tiempo sin el contacto de la sangre que la mantiene en buen estado y no se arruina… Gil.
Frank – Por fin! Por fin decís algo que sirve!

Aún más exaltado que antes me acerqué a Eva para despojarla de su vestidura original. Me desempeñe como un verdadero maestro, parecía que realizaba este tipo de tarea desde hacía años, cuando en realidad había empezado a leer sobre el tema escasos días antes. Mis tijeras y cuchillos desprendían la piel de Eva de sus músculos oscurecidos con una facilidad inusitada. Mis manos bailaban sobre su cuerpo como las manos de un pianista sobre las teclas. Al cabo de un tiempo inacabable, Eva quedó al descubierto por completo. Para protegerla, la cubrí de hielo en su totalidad. Sin perder tiempo me incliné sobre el cadáver de Sabrina. De nuevo me sorprendí de mi habilidad en la taxidermia, pero la respuesta se hizo presente casi al mismo instante que la sorpresa: estaba abocado a una tarea en la cuál depositaba todo mi amor. Era obvio que saldría bien.
Unas horas mas tarde, tenía listo el nuevo vestido de Eva. Sólo quedaba ponérselo. Comencé por los pies, el hilo y la aguja iban realizando un trabajo impecable. Cuando empecé a cubrir sus piernas no pude evitar pensar en los eternos momentos de amor y placer que disfrutaríamos juntos. El corazón se me aceleró, estaba totalmente excitado y extasiado, quería terminar en ese preciso momento. Eva estaba cubierta hasta la cadera, contemplé su sexo y mis pensamientos se nublaron un segundo. Mi ansiedad dificultaba muchísimo la labor. Quería, tenía que terminar. Desesperado, decidí apresurarme. Estiré la piel de Sabrina para acomodarla sobre la carne de Eva, pero no noté que estaba enganchada en una esquina de la mesa. Mis sentidos nublados por la pasión no me dejaron ver nada de lo que sucedía y tironeé con fuerza. Un sonido desgarrador me trajo de nuevo a la realidad. Un chasquido horrible y la piel quedó partida en dos pedazos: uno colgaba de mis manos temblorosas y el otro se balanceaba enganchado en el borde de la mesa mientras yo lo miraba atónito y con lágrimas en los ojos. Mi apuro, mi estupidez habían arruinado una piel hermosa. Lo que era aún peor, es que por apurado también y haber hecho caso a Alfred, Eva también estaba arruinada. El hielo comenzó a derretirse rápidamente y ella quedó sin su protección gélida. No podía hacer nada para salvarla. Mientras veía cómo se derretía el hielo sobre su cuerpo, empecé a llorar. Mis lágrimas sólo aceleraron el proceso de derretimiento del hielo. Por ende, aceleraron también la muerte de mi mujer. La muerte de Eva.
Por no aceptarla tal como era, por pretender ser Dios, por dejarme llevar por mi avaricia y mi narcisismo, arruiné a una mujer ya perfecta. Y una vez más, estoy solo...

3.11.09

La perfección en mis manos… y en las suyas

Ya las había soportado lo suficiente, de más, diría. No podía soportar una caricia más de las manos imperfectas de mi Eva. Decidí salir en busca de las manos que había elegido para ella. Como había entablado una relación amistosa con Yanina, no se me hizo difícil engañarla para que nos encontráramos en casa a “tomar algo”. Y así fue.
El tiempo que estuvimos conversando se me hizo eterno, quería empezar a hacer el trabajo de Dios de inmediato, pero Yanina me engatusó con su elocuencia. Aguanté lo más que pude, pensando en lo que venía, en el placer que me produciría hacer a mi Eva un poco más perfecta. Mientras, Yanina hablaba y yo trataba de abstraerme y no escucharla en absoluto, mi vaso veía pasar una bebida tras otra... y mis sentidos se iban nublando. Si seguía así no podría hacer lo mío. Agarré su vaso para rellenárselo; pero junto con el vino fue una pastilla de Clonazepam. No era necesario que Yanina presenciara todo el proceso, mucho menos me importaba si sufría o no. El Clonazepam era sólo para detener sus movimientos, para drogarla y facilitar mi labor ya mancillada por mis embotados sentidos.
Sin reprochar el hecho de que la estaba drogando frente a sus ojos, se tomó el vino. A los pocos minutos ya estaba totalmente perdida en otro lugar, pero algo aún la unía a la realidad y le permitía seguir razonando.

Yanina – Qué me pasa, Fran?
Frank – No sé qué te pasa… Pero sé lo que te va a pasar.
Yanina – Jajaja, no seas pelotudo, si no sabés nada vos!
Alfred – Pelotudo yo? Justamente yo… pelotudo? Esta pobre diabla no sabe lo que le espera después…
Frank – …
Yanina – Oh, ya se enojó! No te enojes, pelotudo!
Frank – …
Alfred – Después me la vas a dar, no? Me sigue insultando…
Yanina – Qué te pasa, Fran?
Frank – …
Yanina – Dale, decime qué te pasa. Qué te pasa, Fran?
Frank – No me pasa nada. Estoy re bien así por que dentro de poco, voy a ser un poco más como Dios.
Yanina – Jajaja, Fran! Ya tomaste mucho, mirá las cosas que decís!
Frank – Vos reíte, no más…

Me levanté de la mesa y fui a la cocina. Ella me miraba constantemente con su mirada escrutiñadora pero perdida, vaga, al mismo tiempo. Su estupor era tal que cuando me vio acercarme con un cuchillo sobredimensionado en mis manos ni se inmutó. Hasta pareció divertirse con la visión. Supongo que ella pensaba que yo me encontraba en el mismo estado jocoso que ella. Yo sabía muy bien que no había nada de jocoso en mi labor superior. Me paré junto a ella y tome una de sus manos. Yanina observó todo con sumo detenimiento. Con sus ojos dilatados me miró sostenidamente, como tratando de averiguar lo que vendría a continuación. Puse su mano sobre la mesa exponiendo la muñeca. Ella observaba cada movimiento, parecía que realmente no comprendía lo que iba a venir. Con un terrible sesgo de mi cuchillo cercené una de las manos perfectas. No gritó. El cóctel vicioso que le había dado surtía efecto esplendorosamente. Como desde otro ángulo, hasta desde otra dimensión escrutó con detenimiento el muñón que coronaba su antebrazo, mientras de éste brotaba un manantial de sangre. Seguía estudiando su fuente de sangre cuando tomé su otra mano y la puse sobre la mesa. Otro sesgo, y otro manantial rojo fue creado. Su mirada pasó de un muñón al otro. Comprendí que estaba altamente afectada por la droga, ella estaba convencida de que nada de eso estaba pasando realmente.

Yanina – Fran, me estoy comiendo un mal viaje.
Frank – Jajaja! Qué ilusa…
Yanina – En serio, boludo! No tengo manos!
Frank – No tenés manos, Yaninita… Te las quité para dárselas a mi mujer.
Yanina – Y ahora me decís cosas raras, qué tomamos? Esto es un mal viaje, un muy mal viaje…
Frank – Pensá lo que quieras, no me interesa… Morite ahora si querés, o mirá todo el proceso. Hacé como quieras.
Yanina – Qué?
Frank – Bah.

Y se quedó ahí sentada. No dejaba de observarlo todo. Miró todo con detenimiento, pero prestó especial atención a mi Eva cuando la acosté en la mesa. Empezó a hablar, creo que la describía, supongo que en su afán de creer que todo era producto de la droga, quería recordar todo después. No le presté la más mínima atención, me aboqué totalmente a perfeccionar mi mujer. Tuve que concentrarme para burlar a mis manos temblorosas; no podía permitirme que por un error mío, Eva tuviese detalles imperfectos. Yanina seguía hablando, ahora se dirigía a mí pero yo no contestaba, debía atender a cosas más importantes, a algo superior que una mera mortal desangrándose en la silla, y que encima pensaba que todo era un mal viaje.

Yanina – Fran…
Frank – …
Yanina – Fran, tengo frío.
Frank – …
Yanina – Tengo frío, Fran! Me prestás una campera?
Frank – …
Yanina – Fran!!! Tengo mucho frío, por favor prestame algo! Tengo frío y tengo miedo, este mal viaje no se acaba más, Fran.
Frank – …
Yanina – Fran, por qué me hiciste comer este mal viaje?
Frank – No hay ningún mal viaje, tarada! Estás tan puesta que ni te das cuenta, o tenés tanto miedo que tu mentecita no te deja dar cuenta, no sé! Pero no es ningún mal viaje, es verdad todo. Tenés frío por que te estás desangrando, tenés miedo por que te estás muriendo! Ahora callate y dejame de joder que tengo algo más importante que hacer!

No contestó más. Me di vuelta para verla. Su cabeza colgaba flácida sobre sus hombros, sus brazos laxos colgaban al costado de la silla manchando el piso. Había muerto. Me había dejado en paz para terminar mi labor. Al rato, Eva ya tenía sus perfectas manos.

Alfred – Listo… Ahora, dejame desquitarme con esta tarada.
Frank – Como quieras.

Y Alfred se frotó las manos… Deseoso.

16.10.09

Una columna de perfección

Pasé unos cuantos días felices con mi compañera, estaba todo en orden. Pero la paz entre guerras dura poco. Me había equivocado. Por más que lo deseara, ella no era perfecta. Tenía incontables fallas que yo me propuse remediar. Algunas no eran fallas per se, sólo caprichos míos, pero como pude ponerle el alma que yo deseaba, por qué no podría subsanar esos caprichos también? Con eso en mente, decidí crear a mi mujer perfecta de una vez y por todas. Sin fallas, que cumpliera todos mis caprichos. La mujer perfecta de verdad. El espiritismo de la creación por la muerte dejó de embelesarme. Ya no me interesaba ver las expresiones de las mujeres que mataba en el momento preciso, o la belleza de las obras de arte que había creado alguna vez, o las energías canalizadas en el instante de la partida del alma. Sólo me interesaban sus partes, sus materiales de construcción. Las piedras angulares que podía encontrar esparcidas en tantas mujeres, todas ellas las pondría en una sola. Crearía a la mujer perfecta por antonomasia y me parecería a Dios. Una vez alcanzado eso, nada podría lastimarme.
Lo que primero me llamó la atención de mi ángel fue su cuello. No tenía fallas, no era un mal cuello. Pero no terminaba de convencerme. Había otro cuello que me quitaba el sueño y mi mujer no lo tenía. Era el cuello de Noelia. Hacía una semana aproximadamente había reparado en ella. Elogié su cuello como el entendido que elogia una pieza de arte. Desde la primera vez que lo aprecié quedó grabado en mi retina y no pude quitarlo. En mis sueños competía con el cuello de mi compañera, y siempre le ganaba. Era una fijación sobrenatural la que tenía por ese cuello. Debía ser parte de mi doncella. Con ese cuello, ella se acercaría un poco más a la perfección.
Un día encontré a Noe en la calle y la fijación por su cuello me atacó como nunca antes. Ese era el día en que se lo quitaría. No recuerdo cómo logré que me acompañara a casa, qué excusa usé, esos detalles ya carecían de importancia para mí. Sin preámbulos y obviando los discursillos melodramáticos y megalómanos que solía enunciar un tiempo atrás, me dirigí a la habitación, ella siguiéndome, siempre a mis espaldas.

Frank – Vas a pasar a la historia, Noe…
Noe – Qué?
Frank – Querés ser perfecta? Bah, ser parte de la perfección, más bien.
Noe – No entien…

Un cartucho del .44 la silenció de inmediato. Un perfecto orificio circular abría su frente y un hilillo de sangre comenzaba a decorar su rostro y mi alfombra. El corazón se me aceleró, el momento estaba cerca. Cargué su peso muerto con ansiedad, casi torpeza. La torpeza de un novio primerizo que carga a su novia igualmente primeriza a la habitación. La torpeza con la que Dios cargó el cuerpo de Eva. Llevé ese cadáver a mi taller y con una sierra cercené la cabeza a la altura de los hombros, dejé caer el cuerpo al piso. La ansiedad hacía temblar mis manos estrepitosamente, dificultando mi trabajo. Me obligué a calmarme, pero estaba muy excitado, la emoción de encontrar y tener en mis manos uno de los elementos que deseaba era muy grande. Tuve que alterar mi consciencia para trabajar adecuadamente. El Clonazepam se hizo presente. Fui corriendo a buscarlo y tragué dos pastillas. Al cabo de unos eternos segundos, todo transcurría en cámara lenta. Podía ver cada movimiento de mis manos y dedos, sentía cada tendón y cada músculo activándose bajo mi piel cada vez que yo lo comandaba. El estado perfecto para trabajar.
Volví al taller. Con la delicadeza que me brindaron las patillas, comencé a separar el cráneo del cuello con un bisturí. Al terminar, sostuve su cabeza entre mis manos. Sus ojos aún abiertos me miraban desde lejos. No sentí absolutamente nada por esa cabeza. La arrojé al piso. Tomé el cuello perfecto. Lo lavé con cariño, lo sequé. Ya estaba listo para formar parte del ser perfecto.
El cuerpo de mi compañera aguardaba acostado en la otra mesa, del otro lado del recinto. Procedí a insertar el cuello donde correspondía. Me sorprendí a mí mismo, operaba como si realmente supiera dónde debía cortar y dónde coser. Caí en la cuenta de que uno sabe perfectamente qué y cómo hacer cuando la causa es mayor, cuando a uno lo mueve el puro amor. Caí en la cuenta de que no era necesario para mí estudiar la anatomía humana para poder crear a la mujer perfecta ya que cada segundo que pasaba me parecía más y más a Dios. “Dios lo puede todo”, me dijeron desde lo más profundo de mi mente.
Unas horas más tarde, todo había terminado. Mi mujer estaba sentada en la mecedora del living. Sus ojos perfectos, su nuevo cuello perfecto. Un poco más perfecta, más cerca de la Diosa que sería para acompañar al nuevo Dios que la creaba. Y yo me sentía en paz conmigo mismo y con el mundo. Me acerqué para besarla y reparé en sus manos.

Alfred – Esas manos no son de Diosa…
Frank – No.
Alfred – Hay que hacer algo al respecto…
Frank – Ya tengo a una.
Alfred – Y después?
Frank – Y después qué?
Alfred – De quién va a ser?
Frank – Qué carajos?
Alfred – Nada… Nada…
Frank - No te hagás el boludo.

27.9.09

SoulMate

La felicidad que me había producido la sonrisa eterna de Andy se estaba esfumando y no sabía por qué. Los días de bienestar interior fueron largos y muy buenos, pero estaban agotando su vida útil. Necesitaba un alma que estuviese conmigo y compartiera mi dolor. Necesitaba alguien sobre quién descargar la furia de Alfred de otra manera. Acompañado sería mucho más fácil de soportar. Recordé que un tiempo atrás tuve a esa alma a mi lado, pero en un arrebato de locura incontenible le arranqué los ojos mientras dormía en mi sofá. Todavía guardaba esos ojos que tanto amaba en un lugar muy seguro. Fui a buscarlos con la esperanza de que su contacto devolviera algo de eso que había perdido aquella noche. Me di cuenta de que la extrañaba, Alfred también sufría su ausencia a su manera. Ambos estábamos pudriéndonos de a poco sin su compañía. Fue con ese sentimiento de abandono que decidí hacer algo al respecto. Iba a crearme un alma para que me acompañara. Y ya sabía cuál sería el envase.
Hacía unos días Male me había estado mostrando un poco de su ser interior, me dejó saber que ella también tenía una persona así, pero que la había dejado de lado, por así decir. Mi móvil. Yo necesitaba a mi alma compañera. Mi motivo. Pactamos que la pasaría a buscar por su casa e iríamos a la Capilla Buffo. Mi excusa. No preparé nada, quería que el nacimiento de mi alma gemela fuese espontáneo y puro. No llevé ningún arma de ningún tipo, quería que su nacimiento fuese artesanal. Fui a su casa.
Me estaba esperando, no me dio tiempo a frenar el auto que ya se estaba subiendo. Ella estaba ansiosa por irse. Yo estaba ansioso por crearla. Me dolió un poco tener que mentirle y decirle que debíamos ir a casa primero, después de todo iba a ser el contenedor de mi alma gemela. Llegamos a casa y la hice bajar con la excusa de que me ayudara a preparar un par de cosas para llevar. Todo se iba desarrollando fluidamente.
Mientras ella buscaba algo en la alacena, yo fui a buscar una soga. Silenciosamente me situé detrás de ella, estaba muy concentrada en lo que buscaba como para notarme. Doblé la soga en dos, en tres partes. Me enredé los extremos en las manos y levanté los brazos. Di un paso más, acercándome lo más posible a Male y la así por el cuello con la cuerda. Ella no entendía lo que sucedía, sólo sabía que debía salvarse. Yo sólo sabía que necesitaba un frasco para el alma que iba a crear. Pataleó y forcejeó un buen rato, más de lo esperado. Jadeaba fuertemente en busca de su preciado aire, pero éste no llegaba a sus pulmones gracias a mi cuerda. Luego de unos minutos de lucha, finalmente quedó quieta. Era el momento de crearla. Fui a buscar mis ojos, esos que contenían el alma que me hacía estar en paz. Los contemplé tiernamente, les sonreí. Pronto íbamos a estar juntos una vez más. Iba a reivindicar el error que había cometido al arrebatarle la vida sólo para saciar mi sed de aquella noche.
Tomé un cuchillo y, con cuidado de no rasgar los párpados, extraje casi con la precisión de un cirujano los glóbulos oculares de Male. Los miré con displicencia y los dejé a un lado, en el piso. El pulso empezaba a temblarme, estaba ansioso. Ya casi era el momento. Delicadamente, extraje del frasco los ojos de Guada. Más delicadamente aún, los introduje en las órbitas del cráneo de Male. No podía permitirme que esa alma se dañara de ninguna manera. Cuando terminé, observé con lágrimas de felicidad en mis propios ojos, que los suyos quedaban a la perfección albergados en las órbitas de Male. El momento se acercaba cada vez más. Fui apresuradamente hacia el baño. Una felicidad aniñada me llenaba de gozo. Volví con las tijeras en la mano. Me arrodille junto al cadáver de Male y empecé a darle forma a su cabello. Al cabo de pocos minutos tenía frente a mí una copia casi exacta de Guada. La levanté y la cargué hasta la habitación. La acosté tiernamente en la cama. Me retiré unos momentos a buscar algo esencial. Volví con una sonrisa en la boca y una polera violeta en las manos, la misma que ella llevaba puesta la noche en que la maté. Usaría la misma prenda al nacer que cuando murió. Al terminar de vestirla, contemplé mi creación. Su alma me miraba a través de sus hermosos ojos. Una vez más, tenía a mi lado el alma que una vez me comprendió. Y esta vez no me abandonaría jamás.

14.9.09

DrivenbyEmpathy

Muchos pensarán que soy una persona horrenda, pero hay veces que me manejan el amor, la belleza, la empatía. Enamorarse del producto creado con las propias manos; igualar y hasta superar a la Belleza misma; liberar a alguien de todos sus males y pesares; todos ellos son placeres que no se comparan con nada en este mundo. Es la pura fuerza motora de la vida actuando directamente a través de uno.
Nunca me costó notar el estado de ánimo interno de las personas que me rodean. Y una vez que lo noto, siempre puedo comprenderlo, hasta hacerlo propio diría. Durante el transcurso de una semana pude notar que el ánimo interno de Andy no era nada positivo. Acostumbrado a verla sonreír y revolotear por todo el gimnasio, verla con la capa por el piso me afectó bastante. Uno de los momentos del día que con más ansias esperaba era su llegada al lugar. Su sonrisa iluminaba mi alma y me hacía sentir que valía la pena estar vivo. Con la caída de su ánimo, cayó el mío. Al principio, procuré no hacerle caso, trataba de convencerme de que no me era necesaria su sonrisa para estar bien. Pero era solo eso, un intento en vano de convencerme. Sabía que necesitaba la luz de su alegría para mitigar la niebla de mis días. Pasaron los días y su ánimo no mejoró, el mío tampoco. Fue así que decidí acercarme a ella y escucharla. Tratar de identificar el mal que la aquejaba y extirparlo de una vez y por todas. Así, la luz volvería a mis días grises.

Frank – Estás rara, Andy, qué pasa?
Andy – Nada…
Frank – Segura?
Andy – …
Frank – No me gusta que estés así. Vos siempre te estás riendo, no puede ser que ahora estés así, tonta.
Andy – Es que las cosas no están funcionando…

Era obvio que las cosas no funcionaban. Me negaba su sonrisa, me negaba mi bienestar. Era momento de encaminar el asunto.

Frank – No sé qué puedo hacer para que sonrías de nuevo…
Andy – No hay mucho que hacer.
Alfred – No, no es mucho… Pero lo soluciona al toque.
Frank – Pero si hay algo…
Alfred – Obvio que lo hay, y lo sabés.
Frank – … que pueda hacer, decimeló.
Andy – Gracias, Fran… En serio.

Seguimos hablando durante un rato. Me era casi imposible seguir viéndola así. Necesitaba su sonrisa. Así que recurrí a los temas más triviales para poder hacerla olvidar un poco y que al menos esbozara una sonrisa. Mientras, en mi cabeza, Alfred se agitaba. Él podía sentir que algo bueno, algo grande se acercaba. Un poco más tarde, Andy y yo nos quedamos hablando en la vereda cuando cerró el gimnasio. Sin darnos cuenta, el reloj había avanzado muchísimo en su eterna marcha. Ella anunció su partida. Nos saludamos y se dirigió a la parada del colectivo, yo subí al auto.
La miré cómo caminaba con las manos prendidas a su cartera y sus ojos clavados en sus botas. La calle estaba casi desierta. Todavía estaba estacionado cuando ella llegó a la parada. Desde donde me encontraba podía verla patear una piedra sin ganas. Su mano que estaba en ese momento en su bolsillo, se elevó y pude ver cómo se secaba las lágrimas.

Frank – Esto no puede ser! Tiene que sonreír de nuevo, no puedo estar así!
Alfred – Va a sonreír para siempre, vas a ver.

Mi propio ánimo estaba tan por el piso que no pude contener a Alfred. Encendí el auto y salí en dirección a la parada. El rugido del motor me ensordeció. Mis ojos no veían otra cosa más que la silueta de Andy bajo el techo de la parada. El pie en el acelerador no aflojó la presión ni un instante. Estaba casi por llegar al punto exacto y cambié bruscamente de carril. Ahora iba en contramano. Andy se volteó sobresaltada y vio cómo aceleraba a fondo en el carril incorrecto. Llegué al punto exacto y subí el auto a la vereda. Las luces altas alumbraban directamente a los sorprendidos ojos de Andy que no sabía qué hacer. Sólo se escucharon un golpe seco y una frenada precipitada en la tierra. Bajé apresuradamente del auto y retrocedí unos cuantos metros. Ahí estaba su cuerpo magullado y empolvado, tirado en medio de la vereda de tierra. Su cartera había volado hasta el medio de la calle. La fui a buscar y me acerqué a Andy tímidamente. Di vuelta su esbelto cadáver y coloqué la cartera entre sus dedos, simulando la posición que había adoptado minutos antes. Al instante, me fije en su rostro, tenía el cabello revuelto. Con todo el cuidado y el cariño del mundo le acomodé el pelo, le aparté los mechones despeinados de la cara y los fijé detrás de sus orejas. Sus ojos estaban todavía abiertos. Con una caricia los sumí en la oscuridad con sus párpados. Acaricié sus labios, sintiendo sus emociones y su ánimo interno. Pensaba en cómo su sonrisa iluminaba mis días. Con ternura, dibujé una hermosa sonrisa en su rostro con sus labios ya muertos, y vi cómo al instante ella iluminaba mi alma. “Ahí tenés. Sonríe para siempre”, me susurró Alfred.
Muchos pensarán que soy una persona horrenda y que me manejaron el egoísmo y la mera locura. No. La empatía que sentía por Andy pudo más que cualquier egoísmo. Hice lo posible por extirparle sus males y verla sonreír de nuevo. Así fue y ahora sonríe eternamente… Y por qué no ganar algo en el proceso? Mi alma iluminada constantemente con su alegría, mí alegría.

4.9.09

AhoyAhoo

La presunta muerte de Mike me había dado un tiempo de tranquilidad. Todo había acabado, al fin gozaba de paz. El mal primordial que nos impulsaba al homicidio y al desastre había sido arrancado. Los días pasaban y sentía que la sed de matar no llegaba. Era perfecto, todo en orden, todo en su preciso lugar. Paz. Pensé que hasta podría rehacer mi vida. La locura, la psicosis, la neurosis, todo había desaparecido en el instante en que Mike partió… Aparentemente.
Todo estaba bien hasta que empecé a verlo en todos lados. Todos me hablaban de él o hacían alusión a él. Ahoo esto, Ahoo lo otro. Todos preferían a Ahoo. Al principio pude soportarlo. Pero luego de varias semanas de lo mismo empecé a perder la compostura. Cada vez más seguido me encontraba escuchando sobre Ahoo. Y cada vez que escuchaba algo sobre él me sorprendía a mí mismo pensando en cómo deshacerme de él. La semilla del odio estaba sembrada. Y los comentarios sobre Ahoo la regaban cada día. El odio hacia Ahoo se hizo incontrolable. Me obsesionaba su muerte, su final. Constantemente estaba pensando en como retorcer su cuerpo para exprimir hasta la última gota de su asquerosa existencia. La fatalidad estuvo de mi lado. Un día nos encontramos en la calle.

Ahoo – Frank, qué casualidad! Justo venía pensando en vos.
Frank – Y yo en vos…
Ahoo – Che, tengo unos trabajos acá que te quiero mostrar, vamos para casa?
Frank – Cómo no?
Ahoo – Genial.

El viaje en colectivo se hizo insoportable. Casi no podía contenerme y varias veces estuve a punto de desatar el Pandemonio en el mismo vehículo. Ya no soportaba más, quería destrozarlo, desgarrarlo y despedazarlo ahí mismo. Me obligué a aguantar.

Alfred – Haa, haa, haa… Dale…
Frank – Esperá… Un poco más… Un poco…
Alfred – Grrrnnn… N-no p-puedo…
Frank – Fuerza, podemos…

Llegamos a su hogar y para mi placer descubrimos que no había nadie. Alfred no pudo contenerse, mucho menos yo. Apenas vimos la puerta de entrada cerrada. Mis manos se clavaron en su rostro y azotaron la cabeza contra la puerta. La sorpresa fue tal que no tuvo tiempo ni de gritar. Los golpes se sucedieron unos a otros. La puerta se rajó. Una grieta la cruzaba en toda su longitud. La frente de Ahoo ya empezaba a sangrar. Las puntas de mis dedos se hundían en su carne como cuchillos en manteca. Fue ahí cuando lanzó un grito de furia y dolor e intentó dar pelea. Pero mi odio era más fuerte que cualquier otra cosa. El agarre de mis manos en su cara era perfecto, me daba total control sobre su cuerpo. Así, lo arrastré unos pasos hacia la derecha y su cabeza encontró otro obstáculo. Esta vez un poco más duro que la mera madera. Golpeé la bóveda de su cabeza contra la pared varias veces. La pintura blanca de la pared se convertía de a poco en pintura roja. Seguía profiriendo insultos y maldiciones. Seguía forcejeando en defensa propia. Pero el odio y el rechazo que sentía hacia su persona lo sometieron al instante. Mis pulgares se enterraron en sus ojos. Obtuve dos cosas: un río de sangre que regó el piso y un grito gutural extraído de las más profundas fosas del Averno. Esos dos ingredientes terminaron de despertar a mis demonios.
Ya no éramos solamente Frank y Alfred purificando nuestro odio. Todos mis demonios y yo mismo conformando una Legión demente y ansiosa de sangre y dolor. La Legión concentró toda su fuerza en mis manos. Mis manos, mis propias manos convertidas en los instrumentos demenciales del Infierno. Todo el odio que podía sentir estaba concentrado en la punta de mis dedos. Mis dedos ya no encontraban carne que perforar en el rostro de Ahoo, pero no estaban satisfechos. La fuerza que ejercía la Legión era impresionante, tanto que con un leve apretón de mis manos, mis dedos empezaron a abrirse paso por el cráneo de Ahoo. Mis manos y su cabeza estaban fundidas muy profundamente, sin posibilidad de separarlas sin romper las unas o la otra. Sabía que mis manos no iban a romperse.
Con una furia animal, golpeé, azoté, apaleé y magullé la cabeza de Ahoo contra todo lo que encontraba. Él ya no luchaba, se limitaba a gritar como un alma que se lleva el Diablo. El pánico, el terror y el dolor se habían apoderado de su consciencia. Paredes, mesa, piso, puerta, sillas, todo fue objeto de muerte para la vida que se iba. En uno de los tantos golpes, Ahoo dejó de chillar. Ya había muerto, pero mi odio no estaba aplacado. La Legión seguía con sed. Seguí machacando ese cráneo deshecho y sin vida contra el piso. Lo golpeé tanto que los huesos se deshicieron bajo mis manos. Ya no había cráneo que golpear, pero seguía golpeando. Sentía la necesidad de profanar eso que antes había sido una persona, seguía golpeando, desparramando carne, huesos, sangre por todos lados. Cuando la cabeza desapareció, la Legión en mis manos se concentró en el torso de lo que instantes antes había sido Ahoo. Los golpes de puño llovían sobre el cuerpo sin vida, el odio todavía no se aplacaba. Lo apaleé hasta que sentí romperse las costillas, hasta que sentí desgarrarse los músculos. Ahí, los puños dieron lugar a las garras y empecé a cortar la piel con mis uñas. Parecía un demonio salido de las propias aguas del Tártaro. Mis ojos estaban inyectados de sangre, una sonrisa me partía la cara. La estaba pasando bien. El odio finalmente empezaba a cesar. Seguí desgarrando con mis dedos piel y músculo, dejando al descubierto los órganos.
Cuando vi sus vísceras esparcidas por todo el lugar paré. Sentí cómo mis manos se aflojaban y volvían a ser las mismas de siempre. Sentí cómo un río de endorfinas era liberado justo en el centro de mi cerebro. El odio se había ido, y yo estaba feliz. Me había deshecho de la raíz de mis males. No más Ahoo, no más males…

14.8.09

Ginnungagap

Dentro de mí se había formado un enorme Vacío. El Hielo y el Fuego iban derramándose de a poco pero constantemente en ese Vacío. El Niflheim y el Muspelheim iban a tocarse en cualquier momento. Y todos saben lo que pasó la primera vez que el Reino del Fuego y el Reino del Hielo se encontraron: Se produjo el Etir, la sustancia de la vida. No podía permitir que eso sucediera bajo ningún pretexto y mucho menos dentro mío. Todos mis esfuerzos para que el Fuego y el Hielo no se encontraran en el segundo Ginnungagap dentro de mí eran en vano. El destino estaba sellado. Gracias al Etir, Él iba a nacer.
Sentía en mi interior al Hielo helándolo todo. Instantes después pasaba el Fuego quemándolo todo. La purificación era perfecta, y era el paso anterior a la mezcla que daría lugar al Etir. Debía hacer algo y hacerlo rápido, pero los cortes del Hielo y las mordeduras del Fuego eran demasiado dolor para un cuerpo mortal y simple como el mío. Pasaba del frío más lacerante al calor más abrasante en sólo instantes. Estaba destruyéndome. Todo era dolor puro, incesante e intolerable hasta que de repente todo paró. El frío se disipó, el calor se consumió, el dolor se apagó.
Todo había acabado de un momento a otro. Había burlado al destino, no había purificación, no había Etir, no había nacimiento. Jadeaba tirado en el piso. Trataba de recuperar mis fuerzas perdidas. Intenté ponerme de pie y fue sentir cómo las dos sustancias caían a pique dentro de mi Ginnungagap. Cayeron hasta el fondo de mi Vacío y se mezclaron irremediablemente. El Fuego derritió al Hielo y de sus gotas nació el Etir. Éste me bañó en todo mi interior. Pude sentir cómo Él se regocijaba en el líquido de la vida y se reía de mí.

Mike – Sí! Es mi momento!

Frank – Aaaaarrrgggghhh! Dueleee!!!
Mike – Jajaja! Sí, a vos te duele! A mí me fortalece! Voy a nacer!!!

Era impresionante, sentía cómo mi cuerpo se iba deformando al tiempo que Mike crecía dentro de mí. Crecía y se hacía cada vez más fuerte e incontenible. Tenía que parar todo eso. Debía sacar todo lo malo hacia fuera antes de que sea demasiado tarde. En un intento desesperado por lograrlo introduje mi mano casi en su totalidad en mi boca legando hasta la garganta. La arcada que sentí fue monumental, pero no fue suficiente.

Mike – Jamás! Jamás me vas a poder detener, ya es demasiado tarde!
Frank – Gggguuuaaaarrrjjjj!

Mi mano seguía presionando profundo en mi propia garganta. Las arcadas eran terriblemente dolorosas. Sentía que en cualquier momento me partiría en dos, ya sea por el esfuerzo del vómito contenido o por la presión que ejercía Mike desde adentro. Una vez más mi mano presionó y todo fue un torrente de Etir. Mi boca parecía un río de vida. Vomitaba Etir como una cascada vomita agua. Mike vio su torrente de fuerza despedido por mi boca y desesperó. Cayó al suelo de rodillas con la mirada perdida. Su cara rebotó en el piso como una pelota. Y ahí quedó inmóvil. Había detenido su nacimiento, al menos por ahora. Sonriendo de felicidad, dejé que el cansancio de apoderara de mí y me sumí en la total oscuridad de la inconsciencia.
Al rato, me desperté con un terrible dolor de cabeza. Estaba mojado por un líquido apestoso, pegajoso y verde. Su olor inconfundible me hizo dar cuenta de todo. Me había desmayado en un charco de mi propia bilis.

7.8.09

Ardía su culpa

Frank – Gggaaahhh!!!
Tata – Qué te pasa, waso!?
Frank – Ññnoooarrrgg!!
Mike – Ya está, ya es tarde.
Tata – Fran, qué carajo!?
Frank – Haa… Haa… Ya está. Dale, escondamos esto…
Tata – No sé. No sé si es buena idea ocultar todo.
Frank – Y dejar que te agarren?
Tata – Qué!?
Frank – Sí. Y dejar que te agarren y que pases el resto de tu vida pudriéndote en una celda?
Tata – De qué mierda estás hablando?
Frank – Te mandaste un mocazo, Tata. Si no hacemos algo ya, te van a agarrar.
Tata – Yo no hice nada, enfermo! Estás loco!?
Frank – Seguro? Si no hiciste nada… Por qué estás lleno de sangre que no es tuya? Y por qué tenés esa mancuerna en la mano?
Tata – Por que te paré y te la quité a vos!!
Frank – Esa es la culpa cubriéndolo todo. Estás loco y querés huir de la culpa de alguna manera… Y qué mejor que culparme a mí?
Tata – Estás enfermo, culiado!
Frank – Yo te entiendo, tenés miedo de lo que va a pasar. Dale, yo te ayudo.
Tata – Pero yo no…
Frank – Dale! No perdás el tiempo, dale!

Mientras Tata se debatía en su confusión, yo me llevé los dos restos amorfos al sótano. La cantidad de sangre era impresionante. Siempre me dijeron que en un cuerpo humano adulto había cinco litros de sangre, pero jamás pensé que diez litros del líquido pudiesen ser tan abundantes. La sangre regaba el piso, las paredes, los espejos, estaba en todas partes. Se hacía difícil caminar sobre el piso embadurnado arrastrando los cuerpos. Con un alarido saqué a Tata de su estupor, de un grito le ordené que bajara a ayudarme. Se dirigió hacia las escaleras. La sangre en el piso lo hacía resbalar. Bajó el primer escalón aferrándose al pasamano. Un trozo de algo que momentos antes había estado dentro del cráneo de Adriana descansaba en sobre el segundo peldaño. Tata, en su confusión, no lo notó y lo pisó. Resbaló y su nuca se estrelló contra el piso dejándolo aún más confundido. Eso me dio la ventaja.

Frank – Dale, movete! No puedo arreglar yo solo todo tu quilombo!
Tata – Yo no fui, enfermo.
Frank – El enfermo sos vos! Dale!

Casi no podía contener la risa. Estaba a punto de estallar. La función de mi Psycho Circus era genial.

Tata – No…
Frank – Sigh… Te quedan dos caminos. O me ayudás a limpiar tu desastre y me facilitás las cosas. O te matás y también me facilitás las cosas.
Tata – Matarme?
Frank – Vos elegís. Pero elegí ya.
Tata – Matarme?
Frank – Sí. Es la salida más fácil. Si me ayudás, después vas a tener que vivir escondiéndote. Pero si te matás…
Tata - Y si me mato?
Frank – Si te matás se acabó todo. Te vas con la gloria. Con la gloria y dos cadáveres en tu haber. Además no vas a…

No me dejó terminar la frase. No creí que fuese capaz de hacerlo, pero vi cómo levantaba la mancuerna y se la estrellaba en su propia frente. Su mirada se perdía al segundo contacto con la mancuerna. Y al tercero, cayó pesadamente, con el cráneo partido.

Mike – Juajaaa! No pensé que fuese tan fácil!
Frank – Hijo de mil puta! Era mi amigo!
Mike – Memento mori, Frank, memento mori… A todos nos va a tocar, de una u otra manera a todos nos toca.
Frank – Tenés los días contados, oíste!?
Mike – Ah sí?

Y procedí a limpiarme y escapar impunemente, dejando atrás una escena de homicidio y suicidio pasional…

4.8.09

Ardía-na mi mente

La tarde estaba demasiado tranquila en el gimnasio, no había casi nadie y la música no ayudaba a mitigar el tedio. Encima estaba ella. Ella, con su personalidad secante, con sus preguntas de niña de cinco años y con su cara que no ayudaba a mitigar el odio. Tedio, odio. Odio, tedio. No son buenos compañeros.
Su estúpida personalidad no le permitía ver que no la soportaba. Se acercaba cada dos por tres a preguntar alguna estupidez digna de ella. Yo respondía con los dientes apretados. Intentaba relajarme y pensar en otra cosa, pero era imposible. Él se iba despertando poco a poco.
Observaba atentamente cómo Adriana lidiaba con su máquina. Renegando con la palanca que infinitas veces le habían enseñado a mover... Y aún así no entendía. "Es una imbécil... La rompamos...", me susurraron al oído. No le hice caso. Discutía conmigo mismo, cuando se acercó a pedirme ayuda. Sólo la miré y procedí a ayudarla. Mientras lo hacía, ella escupía idiotez tras idiotez. Idioteces que impacientaban cada vez más a Alfred. Logré controlarlo un poco y volví a mi asiento a observar el accionar de Adriana. El tedio y el odio crecían cada vez más. En determinado momento ella dejó caer una pesa al suelo que partió varios cerámicos. Al instante sentí cómo una ráfaga de viento cálido pasaba a mi lado. Era Alfred tomando el control.
Con toda la furia contenida salté por encima del escritorio como un demonio. En un abrir y cerrar de ojos estaba parado a su lado. La tomé de los hombros y mientras le decía que iba a ser la última vez que hiciera una de sus idioteces le apliqué toda la fuerza de empuje que pude sacar de mis músculos. Su frente dio de lleno contra uno de los caños de la máquina. Gritó. A diferencia de otras veces, sus gritos me irritaban aún más. No podía concebir que un ser tan idiota pisara el mismo suelo que yo, respirara el mismo aire que yo. Y otra vez su frente besó el caño, esta vez dejándole una marca de su labial rojo… rojo sangre. Sus gritos habían alterado a la otra persona que había en el gimnasio, que se acercó rápidamente. Al ver la escena, intentó detenerme. ¿Para qué? Fue peor para él. La ira de Alfred se canalizó directamente hacia su persona. Una patada en el pecho lo sentó en el piso. Una patada en la cara lo acostó en el piso. Me aseguré de que Adriana no se movería de su charco de sangre y lágrimas y tomé a su "salvador" por las piernas y lo arrastré hacia el fondo del local. Lo dejé tirado a un lado y fui en busca de una barra. Cuando volví, intentaba pararse pero un golpe de la barra en su espalda acabó con todo intento de ponerse de pie. Otro golpe más y una de sus piernas quedó inmovilizada en un ángulo imposible. Aún otro golpe y su espalda se partió estrepitosamente. Jadeaba, pero no de placer. Estaba cansado, quería acabar con todo de una vez por todas. Quería acabar con la estúpida Adriana y su estúpido defensor. Un último golpe de la barra y la cabeza del cuerpo a mis pies se abrió como una calabaza desparramando todo su contenido por el piso.
Volví con Adriana. El susto y la conmoción habían hecho estragos con su mente. Balbuceaba algo tendida en su charco de sangre. “Parate”, le grite. No me hizo caso. Estaba realmente perdiendo los estribos. No podía aguantar un segundo más su idiotez. “Parate”, le rugí por segunda vez. Mi grito la atemorizó y se puso a llorar a los gritos como la idiota que era. No pude más y la levanté de los pelos. Ella chillaba como un chancho en el matadero. Todavía tomándola por el cabello la arrastré hasta donde estaba el cadáver de su "salvador". La tiré de bruces al suelo. Su cara quedó alineada con la cara destrozada del muerto. En ese momento toda cordura que pudo haber tenido la abandonó completamente. Empezó a querer taparse los ojos. Hacía de todo para no ver la expresión reventada de ese cráneo deshecho. Gritaba como si la estuviesen atravesando con un hierro ardiente. Su locura llegó al máximo. Comenzó a arañarse sus propios ojos con tal de no ver lo que tenía en frente. Yo no soportaba sus gritos, era demasiado. No podía más. La ira era mi único escape. Y el odio hacia ella, mi único móvil.
Me senté a horcajadas sobre su vientre y comencé a golpearle la cara con mis puños. La golpeé una vez, dos veces, tres veces. La golpeé incansablemente. Mis puños empezaron a pasarme factura y el dolor en los nudillos se hacía insoportable. Una mancuerna apareció en el rabillo de mi ojo. La tomé desesperadamente y la estrellé contra su cara. En el preciso momento en que la mancuerna le rompió el tabique ella dejó de gritar. Pero la mancuerna siguió golpeando. La golpeé con mi instrumento de destrucción incontables veces. Mientras la azotaba dejé de ver. Mis ojos se habían vuelto hacia atrás, quedando en blanco completamente. De mi boca empezó a salir una espesa espuma. La locura se había apoderado de mí. La golpeé hasta que su cabeza quedó hecha una masa amorfa de huesos, carne y órganos deshechos. Seguía golpeando. La sangre lo manchaba todo. Mi ropa, mi cara, la pared, el piso. Todo era color rojo.
Aún golpeaba la mancuerna sobre esa masa incomprensible cuando sentí que algo me sacudía de los hombros.
El sacudón era cada vez más fuerte. No tuve otra opción que volver mis ojos a su posición normal. La luz me cegó.

Tata – Waso, pará! Qué mierda estás haciendo!?
Frank – Gggaaahhh!!! La odio, la odio!
Alfred – Sí, sí! Volvete loco!
Tata – Y ahora qué mierda hacemos!?
Frank – Haa… haa…
Alfred – Ahora te toca a vos, jejeje!
Frank – Ayudame… Ayudame a limpiar todo esto y a esconder estas dos cosas… Por favor!
Mike – No conviene. Nos puede salir mal.
Tata – No sé, waso, no sé!
Mike – Te lo dije.
Frank – Dale! No me podés dejar en banda así!
Alfred – No, lo matemos! Él va hablar!
Mike – Dejame a mí.
Frank – Tata... Por Dios, ayudame. Ayudame y todo va a estar bien.
Tata – Qué palomón, culiadazo!
Mike – Duda. Todo mal. Dejame…
Frank – No!, No quiero!
Tata – Qué!?
Frank – No quiero hacerte nada, ayudame!
Alfred – No se puede, no va a salir. Hay que matarlo.
Mike – Dejame.
Frank – Nooo!
Tata – Fran, qué mierda te pasa!?
Frank – Ayudame!!!
Tata – Carajo mierda, está bien!
Alfred – Está mal... Todo está mal.
Mike – No conviene…

Y Mike se hizo con el control.

29.7.09

EineFrauleinStirbt

Hacía frío, mucho frío. El aire de afuera cortaba como una hoja de afeitar. Al más mínimo contacto con el aire un escalofrío recorría todo el cuerpo. Hacía mucho frío, pero nosotros no lo sentíamos. Nosotros no sentíamos frío en absoluto. La cama conservaba el calor de nuestros cuerpos y las frazadas no lo dejaban escapar, manteniéndolo en su lugar. Bajo las mantas habíamos construido nuestro mundo juntos. El calor de nuestros cuerpos hacía añicos cualquier rastro del frío. El abrazo eterno que nos unía mantenía a raya a toda intranquilidad. Book of the Month perfumaba el ambiente y hacía nuestro mundo aún más cálido. El perfume de la canción era dulce, dulce como nuestro abrazo. Todo estaba en su perfecto lugar, no había que cambiar nada. Yo estaba con ella en nuestro mundo, en paz. Y ellos... Ellos estaban en otra parte. No aparecían por ningún lado. Eso hizo el momento inmaculado.
El hecho de que ellos no estuviesen cerca me confió. Me confié y me dejé llevar por su beso. Y me olvidé de todo lo demás. Del frío, del perfume del tema, del calor, de todo. De todo menos de su cuerpo. Lo recorría suavemente con mis manos, acariciaba cada centímetro de su cuerpo como si fuese la última vez que lo haría. Recorría cada una de sus hermosas curvas con las palmas de mis manos. Dibujaba sobre su vientre con las yemas de mis dedos como Dalí dibujaba sobre su lienzo con sus pinceles. Su respiración y la mía estaban sincronizadas. Parecíamos un solo ser, inhalando y exhalando sistemáticamente. Las caricias nos unían cada vez más, nos fundían lentamente y la respiración era cada vez más armoniosa. Pronto, las caricias dejaron de ser suficientes y los besos comenzaron a emigrar de mi boca. Mis besos se deslizaban por su cuello como si fuese un tobogán. Se balanceaban en sus pechos, subían y bajaban y volvían a subir. Bailaban en la pista de baile de su vientre y corrían por sus piernas. Se mezclaban con el sudor producido por el calor de nuestro mundo bajo las frazadas. Mis besos se deshacían en los pliegues de su piel y se volvían a armar en donde ésta estaba tensa y tersa.
Para ese entonces ya me había olvidado de todo. Había olvidado quién había sido en el pasado, y no sabía quién sería en el futuro. El pasado se había esfumado y le futuro estaba destruido, sólo me quedaba mirar el presente. Así que lo viví como si fuese el único momento de consciencia que podía disfrutar. Disfruté su aroma, su calidez, su suavidad; disfruté su sabor, su movimiento, su fluir; disfruté su disfrutar. Así estábamos, amándonos, llegando al clímax de nuestro cariño cuando sentí el Frío. No podía ser posible, nuestro mundo estaba libre de frío… Pero aún así podía sentirlo, podía sentir como de a poco se iba filtrando por todos los lugares posibles. El Frío se abrió paso y congeló todo en un instante. Y una sombra se cernió sobre nosotros. Una sombra que yo ya conocía bien. Una sombra que me desplazó y que tomó el control de todo como ya lo había hecho tantas veces. Nuestro mundo quedó paralizado bajo las frazadas. El Tiempo dejó de correr. En ese instante en que todo se detuvo, un ínfimo e insignificante momento en la basta superficie del Tiempo, todo se fue al carajo. Enloquecí de repente, sentí el deseo de acabar con todo. Con su vida, con la vida de quién se cruzara en mi camino, hasta con mi propia vida. Todo debía acabar en ese preciso momento.
Seguí besándola. La besé en la boca para mantenerla distraída. Una de mis manos seguía acariciando su aterciopelada piel, mientras que la otra buscaba algo. Tanteaba nerviosa, buscaba, olfateaba como un sabueso. Estaba inquieta, no encontraba lo que buscaba. Seguí besándola y acariciándola. Seguí amándola, aunque ya no la amaba. Al fin, mi mano encontró su premio. El velador cayó de la mesa de luz tironeado por su cable. Rápidamente, mi mano demonizada enredó el cable en su perfecto cuello. El beso se cortó, la caricia se truncó, el amor se apagó. Sus ojos volvieron a la luz y su piel volvió al Frío lacerante de afuera. La calidez del mundo que habíamos construido se vio asfixiada por el frío de mi cable. Asfixiada al igual que ella. Mientras mi mano ceñía el cable alrededor de su garganta, ella indagó...

Fraulein – P-por q-que?
Frank – …
Alfred – Por que todo tiene que morir. Tengo que acabar con todo.
Fraulein – Y n-nuestro a-amor? N-nuestro m-mundo?
Frank – …
Alfred – También! Todo, todo tiene que morir!
Mike – Memento Mori...
Alfred – Y yo me voy a encargar de que todo muera!
Fraulein – P-pero y-yo... t-te a...

Y Alfred apretó del todo y la calló. La calló para siempre. Su reinado de terror y frío conquistó la calidez de nuestro mundo bajo las frazadas. Mientras Alfred reía su victoria, yo lloraba la muerte de mi Fraulein... Y Mike... Mike miraba en silencio con su sonrisa mortecina en los labios.

22.7.09

Burn(ed)-ette

Habían pasado varios días desde que me desperté envuelto en mi propia sangre y había descubierto que mi presa ya no estaba. Mis heridas físicas ya se habían recuperado, pero el daño que me causó en la psique el descarado que se llevó a mi juguete todavía no estaba cicatrizado. La Furia fue mi compañera de cama muchas noches, no me abandonó nunca. Conversábamos y urdíamos planes imposibles para cobrar venganza. Pero eran eso, planes imposibles. Estaba llegando al límite de la cordura. Alfred caminaba como un animal salvaje enjaulado. Mike no paraba de decir cosas sin sentido. Y yo… Yo no dormía. Así pasaron días y días. Ya había bajado los brazos cuando el destino hizo lo suyo.

Frank – Miren quién va ahí.
Alfred – Oh casualidad! Justo que no aguantaba más!
Mike – No, esto no es casualidad…
Frank – Es causalidad.
Alfred – Tienen razón.
Mike – Es todo para que consigamos lo que tanto buscábamos.
Alfred – No aguanto más…

Mike intentó pararlo. Yo intenté pararlo. No hubo caso. Su deseo era más fuerte que cualquier cosa.
Detuve el auto a escasos centímetros de ella. Como un rayo me bajé, me situé a su lado sin darle tiempo a nada y la golpeé tan fuerte como pude. Unos minutos después descansaba en el asiento trasero del auto. Llegué a casa y la metí en el taller. Todavía estaba inconsciente. La até a la mesa que tanta sangre había bebido. Le miré la cara, aún se notaban los destrozos de mi palo de jockey. Qué buen trabajo había realizado. Decidí dejarla ahí hasta que se despertara. Mientras, yo tenía que preparar algunas cosas.
Ya en la casa, puse el atizador en el fuego del hogar para que se calentara al máximo. Estando parado al lado del hogar vi algo en el suelo. Y todo se hizo más que claro en mi mente. Estaba degustando mis ideas cuando escuché el grito de una Valkiria enfurecida. “Es hora”, rebotó en mi cráneo la frase y salí corriendo hacia el taller. Sus alaridos eran molestos. Era la primera vez que me pasaba. No podía soportarlos... Me dirigí hacia el taller. Un solo golpe del conocido palo de jockey deshizo lo que habían reconstruido de su cara, su cara dos veces deshecha a golpes. Otro golpe más y su mandíbula no pudo articular otro sonido en lo poco que le quedaba de vida. Los golpes del palo llovían sobre sus piernas torneadas. Se retorcía tanto en sus ataduras que logró soltar su brazo derecho. Muy mal para ella. Mi palo se dirigió hacia el codo. Lo golpeó tan duramente que lo rompió al instante creando un ángulo impensable en su brazo. Lloraba, lloraba tanto que parecía una cascada. Trató de gritar, pero su mandíbula despedazada la castigó con un dolor inaguantable, y lloró aún más. Levanté el palo sobre su cabeza y estaba por asestar el golpe de gracia cuando recordé lo mejor. El atizador… al rojo vivo. En menos de un minuto estaba parado nuevamente a su lado, solo que esta vez blandía un hierro incandescente. Vi cómo el Terror se posaba en sus ojos y hacía presa de su cordura. Le acerqué la punta del atizador a la cara. Estaba tan caliente como un sol. Su mejilla empezó a derretirse al contacto con el hierro. Esta vez el castigo de la mandíbula rota no fue suficiente y su grito empapado en terror puro inundó toda la estancia. Fue magnífico, aunque seguían molestándome sus graznidos. Le pedí a gritos que se callara mientras el atizador ardiente caía con toda la fuerza de un mar de furia sobre el brazo que le quedaba entero. Fue como cortar manteca con un cuchillo caliente. La carne sólo se derritió dando lugar a un jugo asqueroso y mal oliente que embadurnó la mesa. El horror fue más poderoso que cualquier dolor que pudiese experimentar y siguió gritando a viva voz. Ni mis repetidos golpes ni el flagelo de su quijada pudieron silenciarla. Yo no soportaba más ese sonido infernal y decidí acabar con todo de una vez y para siempre. Manoteé el alcohol de quemar que había visto junto al hogar y la bañe con el líquido. La miré por última vez y le acerqué la punta blanca del atizador. Ardió en un instante. Una sola masa incandescente de fuego y carne, carne que se derretía dejando su hedor impregnado en todo lo que tocaba. Sus gritos no cesaron hasta que se consumió casi por completo. Cuando terminó de quemarse, sus alaridos todavía retumbaban en mi mente. El atizador se resbaló de mis dedos y cayó al suelo haciendo un estruendo que me trajo de vuelta a la realidad.

Alfred – Haa… Haa… Haa…
Mike – …
Alfred – Terminó. Espero no tener que pasar por esto de nuevo. Ni volver a escuchar unos gritos así.
Mike – Esperemos que no. A ninguno le gustó estar ahí.
Frank – No.
Alfred – Ahí dónde?
Frank – Ahí.
Mike – Nos encerraste, hijo de puta.
Alfred – …

14.7.09

Psychotic Interlude

No entendía muy bien lo que pasaba. Estábamos cómodos, acostados bajo lo que parecía ser un árbol. Ella me abrazaba estrechamente. No hacía falta decir nada, todo estaba perfecto así. En realidad, estaba todo casi perfecto. Dos detalles llamaban mi atención. Primero, sabía que ella ya no existía. Segundo, no me sentía totalmente yo.

Frank – Me gusta estar así…
Guada – A mí también.
Frank – …
Guada – Qué pasa? Estás rarito…
Frank – Nada. No sé…

Mientras esa conversación con alguien imposible continuaba, vi algo que me dejó helado. Los vi acercarse. Cada uno con su cuerpo, tan tangibles como yo o como la belleza al lado mío. No lo podía creer. Trataba de convencerme de lo imposible de la visión pero era inútil. Mike y Alfred se acercaban cada vez más. A pesar de que venían de frente, ella parecía no notarlos, estuvo tranquila todo el tiempo. A mí me era imposible estar tranquilo con esas dos bestias acercándose.

Guada – Qué pasa, tontito?
Mike – Sí, qué pasa… tontito?
Frank – No, nada… No pasa nada...
Guada – Seguro?
Mike – Seguro?
Frank – Sí, seguro.
Guada – Mmm… bueno.
Mike – Al, llevatelo.
Alfred – A la orden, oh capitán, mi capitán!
Frank – Qué!?
Mike – Sí, vos te vas con Al, y yo me quedo acá… Con ella.
Frank – No!

Al fin comprendí por qué tenía tanto éxito en mis matanzas. La fuerza de Alfred era imparable. Me tomó del brazo y fue como si una trampa de osos se cerrara alrededor de mi carne. Luché por quedarme junto a Guada, pero Alfred me arrastró lejos como si nada. Vi cómo Mike tomaba mi lugar a su lado. Lo peor de todo fue que ella no notó la diferencia, fue como si nunca me hubiesen arrancado de su abrazo. Alfred se detuvo en seco. Estábamos lejos, pero aún podíamos escuchar lo que decían.

Alfred – Vamos a divertirnos ahora… jejeje.
Frank – No! Guada!!!
Alfred – Jaja, No te escucha. Lo escucha a él, pero te ve a vos. Es perfecto.
Frank – Soltame, hijo de puta! La tengo que ayudar!
Alfred – Ya te dije, no vas a poder. Ahora shhh, escuchemos…

Guada – En serio estás bien?
Mike – Sí, hermosa… Vos estás bien?
Guada – Mmm, sí…
Mike – Segura?
Guada – Estoy muy bien, no puedo estar mejor. Pero hay algo que me molesta…
Mike – Decime qué es?
Guada – Es que no sé qué es. Sólo sé que hay algo que me molesta, lo llevo dentro y no lo puedo sacar.
Mike – Es lo peor cuando pasa eso. Pero te podés deshacer de lo que te molesta...
Guada – Cómo?
Mike – Fácil. Acabando con todo.
Guada – No…
Mike – De hecho, sí. Si es algo que llevás adentro lo que te molesta, te abrís, lo sacás y listo.
Guada – Fran!
Mike – Sí. La sangre te va a lavar. Va a expulsar todo lo malo que tenés adentro y vas a quedar limpia, sin nada malo en tu interior. Como nueva para empezar otra vez. Creeme.
Guada – No sé… Tengo miedo.
Mike – Yo estoy con vos, no tengas miedo.

Con toda la desesperación del mundo sobre mis hombros vi cómo se pasaba el cuchillo que le había entregado Mike por las muñecas y volvía a acostarse a su lado. Él la abrazó y me miró directamente a los ojos por encima de la cabeza de Guada. Alcancé a ver una sádica sonrisa entre las sombras de su rostro. Los ríos de sangre que fluían de sus manos iban creciendo al tiempo que ella le decía algo a Mike, algo que no logré escuchar por la carcajada de Alfred. En ese momento me soltó. Salí disparado hacia donde se encontraban Mike y lo que quedaba de Guada. Cuando llegué, él se levantó y se retiró riéndose. La sacudí, la golpeé suavemente, le hablé, le grité… Desde sus pupilas perdidas manaba luz. Una luz que iba creciendo linealmente.
Esa luz me cegó cuando abrí los ojos. Estaba mareado y todo se veía borroso. Hacía frío y estaba mojado con algo pegajoso. Me incorporé con mucho esfuerzo y una puntada de dolor en la espalda me flageló como un látigo. Con el dolor vino el recuerdo. La Morocha ya no estaba en el sillón y la mitad de mi sangre ya no estaba en mis venas. “Vendetta”, pensé.

10.7.09

Burn-ette

Un mensaje en el celular me abstrajo de lo que pensaba. Remitente: Morocha. Suspiré. “No estoy con Tata”, pensé. Empecé a leer: “Si todavía estás con Tata…”. Levanté el brazo para estampar el teléfono contra el piso, pero me detuve un instante a reflexionar. “Esto puede resultar excelentemente bien", me dije y le respondí. El mensaje leía: Estoy con Tata en casa, dice que te vengas para acá. Era todo mentira, por supuesto. Su mensaje en respuesta confirmaba su presencia en casa para dentro de los próximos 10 minutos.

Alfred – La destrozo, la destrozo!
Mike – Soñá. A esta la convenzo yo de que se destroce.
Frank – Ja! A esta la hago yo.
Mike – Como digas, pero hacelo bien.
Alfred – Se la entregás así como así!?
Mike – Si lo va a hacer bien, sí.
Alfred – Pero y yo!? Cómo me divierto?
Frank – Callensé. Me hartan. Hoy el juego es mío y punto.

Debatía con ellos la forma de llevarlo a cabo cuando me sorprendió el timbre. Tenía que improvisar. Le grité por la ventana que pasara, que estaba abierto. Con la rapidez de un rayo busqué el palo de jockey y me aposté atrás de la puerta. Escuchaba perfectamente cada uno de sus pasos. Calculé que estaría a diez metros de la puerta. Su andar era confiado y decidido, no sospechaba absolutamente nada. Me agazapé bien, apreté el mango del palo. Comprimí la mandíbula. El corazón cabalgaba en mi pecho. El sudor de la adrenalina me perlaba la frente. La tensión que yo mismo había creado intensificaba todo a la máxima potencia. Escuché cómo su andar se detenía frente a la reja de la galería. El tintineo del perno del candado retumbó largamente en mi mente. Cuando entró, cerró la reja con más fuerza de la necesaria produciendo un estampido que casi me vuela los tímpanos. Los últimos tres pasos fueron eternos. Podía sentir la vibración que produjeron sus pies al tocar el piso, parecían terremotos para mis sentidos afinados por la expectativa. Los cinco segundos que duraron esos tres pasos no pasaron más. Todo iba en cámara lenta. Finalmente toco la cortina con sus manos y el crujido de la tela fue un trueno. Todavía corría la cámara lenta. Pude percibir todo. Cada una de mis fibras musculares tensándose, el aire pegándome en el rostro al levantarme, su cara de susto al verme de repente detrás de la puerta y la piel de su cara al removerse bajo el palo de jockey que se estrellaba contra ella. La cámara lenta volvió a la normalidad y ella cayó pesadamente en el suelo. Su cabeza rebotó violentamente y quedó inconsciente. Un charco de sangre empezó a formarse bajo su nuca.
Cuando despertó, se encontró sentada en el sofá. Me miró con unos ojos todavía mareados por el tremendo golpe. Me preguntó qué estaba pasando.

Frank – Nada. No te das cuenta que no pasa nada?
Mike – Bien!
Alfred – Pegale, pegale de nuevo!
Frank – Sigh… Me gustaría decirte que la cosa no es con vos, que estabas parada en un mal lugar en un mal momento y todos esos clichés. Pero no puedo. La cosa sí es contra vos, Morochita. Te tengo que matar, acá y ahora.
Morocha – Estás flayando, chabón! Qué mierda te pasó por la cabeza!?
Frank – Ja, sos la última a la que me interesa explicarle eso, Morochón. Bye.
Morocha – No, pará! Pa…

El crujido de su mandíbula destrozada bajo mi palo de jockey la silenció al instante. El impacto la dejó atolondrada. Pero seguía consciente y, lo que era peor, seguía en este mundo. Un golpe más y todo habría acabado. Levanté el palo sobre mi cabeza. Mientras ceñía el agarre en el mango, pensaba en lo bien que me sentiría al asestarle ese golpe último. La expectativa volvía a crecer. Ya no podía contener más a mis músculos que querían descargar toda la furia del infierno sobre el cráneo de la Morocha. No podía más y solté la rienda que contenía al caballo de batalla que eran mis brazos. Se escuchó un estampido hermoso. Pero ella todavía no estaba muerta.
No entendía muy bien qué pasaba. Algo me golpeó la cabeza. Era el palo que se me caía de las manos. No entendía nada. Menos entendía el frío que empezaba a sentir de repente. Las piernas me temblaron. Me caí. Con las últimas fuerzas que me quedaban me retorcí en el piso y pude reconocer una figura que sostenía un arma y la apuntaba hacia mí. Los párpados se me cayeron y quedé sumido en la total oscuridad...

4.7.09

Mike.gov

Mike – Ya fue, ya pasó.
Frank – Eso decís vos.
Mike – Move on, man! Tenemos muchas cosas por hacer, no podés estar así.
Frank – No me rompas.
Alfred – Es verdad, hay tarea que hacer. Tenés que estar concentrado.
Frank – Dejenmé ser nihilista por un día! Dejenmé tranquilo, por Dios! Un solo día les pido.
Alfred – Uh. Lo agarramos en mal momento.
Mike – Vos de nihilista no tenés ni un pelo.
Frank – Hoy soy lo más nihilista que viene.
Mike – Seguro?
Frank – …
Mike – No esperás nada de la vida?
Frank – No.
Mike – No tenés ni una más mínima expectativa del futuro?
Alfred – Dejá de perder el tiempo con este muñeco de trapo! Vamos a jugar un poker por lo menos…
Frank – No.
Mike – Podrías ponerle un poco más de ganas, viste? Tratar de vivir y dejar de andar agachando la cabeza.
Frank – Capaz.
Mike – Ahí estás de nuevo. Asentís, nada más asentís. Así no vas a ningún lado. Y por consiguiente nosotros tampoco. Levantate.
Frank – Sí.
Mike – Así que hoy somos nihilistas. Decime, Frank, qué esperás de hoy? Qué planes tenés para hoy?
Frank – Nada. Ninguno… El devenir se desarrollará por sí solo hoy. No me importa qué resulte.
Mike – Dónde dejaste la Bull la última vez?
Frank – En el cajón, donde siempre.
Mike – Vamos a buscarla?
Frank – Bueno…
Mike – Mirá, así no es como me gusta vivir. Hay muchas cosas por hacer ahí afuera.
Frank – No me importa…
Mike – Así que agarrá la Bull que tanto les gusta a ustedes dos primitivos y salgamos a reventar a alguien.
Alfred – Seeee!!
Frank – No. No vamos a hacer más eso.
Alfred – Qué?
Frank – No vamos a hacer más nada… nunca. Nos vamos a quedar acá, hasta que me muera de hambre. Quietos. Callados. Pensando.
Alfred – …
Mike – Qué re mil mierda te pasa!?
Alfred – Uy, se enojó...
Frank – Odio la existencia. Odio MI existencia. Por qué me tocó ser así?
Mike – Bueno, a la mierda! Me cansé. Agarra la Bull.
Frank – Acá está…
Mike – Bien. Ponetelá en la sien.
Alfred – Qué!? Te volviste loco!? Qué carajos te creés que hacés!?
Mike – Acabo con todo esto. Me cansó el nihilista.
Alfred – Y nosotros? Y yo!?
Mike – Dale, en la sien. Dale, dejá de llorar como una nena y ponete la puta pistola en la sien, carajo!!!
Alfred – No, pará! No le hagás caso! Está bien sentirse mal a veces!
Mike – Sí, sentirse mal, sí. Pero ser un pelotudo desganado no!
Alfred – Pero con él nos vamos nosotros!
Mike – La Bull en la sien.
Frank – …
Mike – Bien. Si realmente creés que no hay nada bueno en la vida para nosotros, apretá el gatillo ahora.
Alfred – Pará! No! No lo escuches!
Mike – Dale, apretá el gatillo, maricón!
Alfred – No!
Frank – …
Alfred – Ay, no!
Mike – Aaaahhh! Ahí está el gallito que no quería vivir! Por qué soltás el arma si tenías tantas ganas de terminar con todo! Ves que sos un simple idiota!?
Alfred – Qué… carajo?
Mike – Este pelotudo que no sirve para nada! Ni para matarse! Sólo sirve para decir boludeces. Pero a la hora de la verdad no se anima a apretarse el gatillo en la sien.
Alfred – No me digás que tenías todo previsto.
Mike – Obvio.
Alfred – Sos un hijo de puta. Me das miedo.
Frank – …
Mike – Bueno, nenito, levantate y salgamos a hacer algo.
Frank – Sí.

30.6.09

Frankinthemirror

Desperté y me encontraba en un lugar horrendo. Las paredes estaban hechas de lo que aparentaba ser carne. Las columnas eran de hueso puro. Era un lugar perturbador, las paredes no estaban nunca estáticas, siempre se movían. Con tan sólo verlas un momento, el estado de descompostura que experimentaba era tal que no podía mantenerme en pie. Me paré dificultosamente. Intenté caminar, pero el viento era terriblemente fuerte y venía cargado de a arena fina. Castigaba el rostro como un látigo, pero tenía que salir de ese lugar espantoso. Necesitaba un soporte, la cortina que colgaba de la pared servía perfectamente a tal fin. Cuando la así, la tuve que soltar al instante. Mi horror era inmensurable. Era piel lo que colgaba de la pared, no una cortina. Decidí burlar al viento y huir en dirección contraria, me paré y di media vuelta. Comencé a caminar y de pronto el viento estaba castigándome el rostro nuevamente. Quise enfrentármele y seguir mi camino, pero algo a mis pies me hizo tropezar. Un tentáculo amorfo y enorme sobresalía del contorno escurridizo de la pared. Fue ahí cuando note la presencia de varios tentáculos idénticos en toda la habitación. Se movían de forma errática y arrítmica. Pero en su arritmia, se notaba que buscaban algo, tanteaban, tropezaban, volvían a tantear. Era aterrador.
El viento cambió de dirección una vez más y se arremolinó en el centro del techo. Al tiempo en que el viento subía a encontrarse en ese vórtice, del techo del salón empezó a llover sangre. Un torrencial de sangre caía sobre mi cabeza, mientras el viento se juntaba con su arena en el centro del techo. El sonido agudo que producía el mismo viento, comenzó a rasgar mis tímpanos. Parecía el aullido de las almas en pena tragadas por el Infierno. Tumbado sobre el mugriento piso, pensaba en lo poderoso que tenía que ser el viento para reproducir ese aullido y me quedé helado. La vi pasar frente a mis ojos. Era sin duda alguna un alma en pena que estaba siendo succionada por el vórtice. La vi ascender en contra de su voluntad y al instante la siguió otra y otra y otra más. Las almas que pasaban frente a mis ojos eran miles. Y el aullido del viento, no era del viento. Era el lamento de las atormentadas almas que estaban siendo arrastradas al Infierno sin más. No era posible. Estaba volviéndome loco seguramente. El Infierno no existe. Las almas en pena tampoco. Paro aún así lo estaba viendo con mis propios ojos. Las veía y sentía su sufrimiento cuando me miraban con sus cuencas vacías.
De repente, todo se hizo negro. Todo se hizo silencio. La lluvia de sangre cesó. Los aullidos de las almas se cortaron. La velocidad del viento bajó a cero. Los tentáculos dejaron de moverse. Las paredes se hicieron rectas al fin. Estaba parado. Y al frente mío estaba el cadáver destrozado de alguien a quién no conocía. Estaba espantado.

Frank – Qué pasó!?
Alfred – Jejeje…
Frank – Qué fue todo eso!?
Alfred – …
Mike – Contale. Merece saberlo.
Frank – Qué!? Qué merezco saber!? Qué fue todo eso, por Dios!?
Alfred – …
Mike – Sigh. No le vas a contar?
Frank – Déjense de idioteces y diganme ya que fue lo que pasó!
Alfred – Oh, está bien!
Mike – Sí, contale.
Alfred – Al fin pasó, Frank.
Frank – Qué!?
Alfred – Perdiste el control totalmente.
Frank – Qué control!? El control de qué!?
Mike – Te ganó esta vez.
Alfred – Eso. Te gané.
Frank – No puede ser… No, no puede ser…
Alfred – A ver... Todo eso que viviste recién... Es lo que vivo yo día a día en tu enfermo inconsciente.
Frank – No…
Alfred – Sí! Ahí me tenés encerrado siempre! Y hoy, por primera vez, logré encerrarte yo a vos y tomar el total y completo control de nuestro cuerpo!
Frank – Es mí cuerpo!
Mike – Nuestro… cuerpo.
Alfred – Por fin has visto lo que tengo que vivir yo todos los días de mi existencia! Te creés que me encanta estar ahí!? Sentiste que te volvías loco, no? Sentiste que perdías la razón completamente y estabas a punto de darle paso al desquicio total! Qué carajos te creés que pasó conmigo!? Ah? Qué mierda te creés que pasó conmigo, Frank!? Es por culpa tuya y tu asquerosa mente enferma que yo soy así!!!
Frank – Basta, callate! Siempre fuiste una bestia instintiva, siempre fuiste un animal rabioso!
Alfred – Por que siempre me tuviste ahí…
Mike – Tiene razón…
Frank – Silencio! Esto es entre él y yo!
Mike – Como quieras. Pero mientras ustedes arreglan sus diferencias, yo me voy a divertir un rato…

24.6.09

ByeByeBeautiful

Entré a la habitación contigua y ahí estaba, desnuda, atada sobre la mesa. Lloraba. Balbuceaba palabras en un idioma que no entendía. Supongo que imploraba perdón. Pero en ese momento no me importaba nada, quería descargarme. Tantas ilusiones robadas, tantos sueños destruidos… Debía robar las ilusiones y destruir los sueños de alguien más para sentirme en paz otra vez. Ya había analizado suficiente la situación, así que me propuse hacer lo que tenía que hacer.
Me acerqué a ella y le acaricié una mejilla. Con una expresión de pánico, retiró su cara de mi mano. El chasquido del cachetazo retumbó en las paredes. Seguía llorando un río de lágrimas. Empecé a mostrarle mis instrumentos. Cada cosa que sacaba se la paseaba frente a los ojos, para que viera bien lo que le esperaba. Se lo tenía merecido. No eran sólo mis ilusiones las que había robado. Habiéndole mostrado todo, me dispuse a trabajar.
Agarré el destornillador para empezar. Empapé la punta de la herramienta en tinta para marcarla por siempre. A la fuerza y acompañado de sus alaridos le dibujé un tatuaje entre sus pechos. “CULPABLE” apareció en una marca roja y negra en su pecho. Gritaba como nunca hubiese podido gritar. Yo me extasiaba con cada alarido. Contemplando la marca, agarré el cuchillo. Ella se removía en la mesa, tratando de librarse de sus ataduras, pero era en vano. Nada iba a impedir que la descuartizara. Con el cuchillo en mano le rasgué la piel de los muslos de arriba abajo, dejando al descubierto su carne. Sus gritos llegaron a una intensidad inusitada. Su desconocido idioma seguía insultándome, supongo. La división anatómica de sus músculos era perfecta. Podía diferenciar claramente a cada uno de ellos, lo cual facilitaba mi tarea enormemente. Introduje el filo donde se unían dos músculos. Con cuidado de no rasgar la carne, separé un cuadriceps entero. El jugo rojo que manaba estaba todavía caliente. Lo palpé un poco y se lo tiré en la cara. La poca cordura que le quedaba hasta ahora dio lugar a la total insanidad y a la histeria. Sus gritos ya no eran de una persona, eran gritos dignos de un animal rabioso. “Dale, gritá. A ver si te sale llegar a sus notas”, le dije con desprecio. Acto seguido, continué separando músculos cuidadosamente. La tarea se había vuelto realmente complicada. Tenía las manos bañadas en su asqueroso jugo rojo y caliente, el cuchillo se me resbalaba de las manos, la misma carne era una porquería escurridiza. Con furia por no poder proseguir, levanté el cuchillo y lo enterré en lo poco que quedaba de muslo llegando hasta el hueso. El cuchillo quedó incrustado de tal manera que me fue imposible recuperarlo con las manos bañadas en sangre.
Privado de mi instrumento favorito, agarré las tijeras. Le abrí unas fauces en la base del abdomen. Sus gritos cesaron, su cara se transformó en una horrible mueca de sorpresa y dolor cuando introduje mi garra en su interior y jalé con todas mis fuerzas sacando un bollo amorfo de vísceras. Dos, tres, cinco, siete metros de intestinos quedaron desparramados en el suelo mientras ella gritaba totalmente horrorizada por lo que le estaba pasando. Me reí. Me reí a carcajadas. Aunque sabía que no me entendía le dije, jactándome “Te lo merecés! Te lo merecés, puta inmunda! Vos te llevaste todas nuestras ilusiones, destruiste algo que amábamos… Y ahora, tenés que pagar por eso." La miré mientras iba perdiendo el conocimiento. Un cachetazo bastó para traerla de nuevo. "A ver si podés mantener las notas como ella" le dije, mientras metía la mano en el hueco que le había practicado. Busqué, busqué y encontré algo que se movía sistemática y constantemente. Lo apreté con todas las fuerzas que me permitía el reducido espacio. Su grito casi me parte los tímpanos. Un hermoso fa sostenido hasta el último aliento. Cuando cesó, supe que había muerto. Saqué la mano y traté de limpiármela con sus propias vestiduras tiradas en el piso…

Frank – Y así es como ajusticiaríamos a Anette Olson, chicos.
Alfred – Jajaja! Sí!!!
Mike – Bah, una animalada. Dónde está la maquinación, el planeamiento, la psicología?
Alfred – Vos callate, no entendés nada!
Mike – El que no entiende nada sos vos, animal!
Frank – Se callan los dos. Mike, así sería y punto. Lo que ella hizo es una animalada. Una animalada se merece.
Mike – Son unos Neandertales los dos…
Alfred – Y vos una nena…
Frank – Oh, mierda! Así va a ser siempre!?
Alfred – …
Mike – …

18.6.09

Les Liasons Dangereuses

Para celebrar la reciente victoria que habíamos obtenido uniendo nuestras mentes, decidimos juntarnos a destapar unas cervezas en algún barsucho de Córdoba. Llegado el día del encuentro y la hora apropiada, nos encontramos. Ya nos sabíamos amigos, así que las primeras cervezas fueron más que amenas. Un poco más tarde, influenciados por el alcohol, comenzaron las charlas más bien profundas…

Frank – Te atrae la idea de la Muerte?
Gustav - No sé si atraerme, pero que me he puesto a pensar en eso, seguro.
Frank – Y qué pensás?
Gustav – Pienso que es frustrante no poder ver el momento de transición entre la vida y la muerte desde afuera.
Frank – Yo sí puedo…
Gustav – Qué?
Frank – Nada, nada. Y eso te hace pensar que es feo morir?
Gustav – La muerte nunca es agradable.
Frank – Yo no lo creo así. La Muerte puede ser lo más lindo que a uno le pase en la vida, por más irónico que suene.
Gustav – No entiendo.
Frank – Todo depende de cómo se lo tome uno. Para mí la Muerte es lo mejor que me pasó.
Gustav – Cómo lo mejor que te pasó? Estás en pedo ya.
Frank – Jajaja, no, no. La Muerte es creación, Gustav, creación sublime.
Gustav – Creación de qué? Y de quién?
Frank – De uno, che! Uno crea con la Muerte.
Gustav – No, no sé a dónde querés llegar.
Frank – Te querés morir ya, Gustav?
Gustav - …
Frank – Digo, si tuvieses la oportunidad de morirte ahora mismo… Qué elegirías?
Gustav – Seguir viviendo.
Frank – Después de muerto podés seguir viviendo. Vivís como recuerdo en la mente de los demás. Sos inmortal. Qué mejor que ser inmortal?
Gustav - No sé, no creo que sea así...

En ese momento saqué la 9 y la puse sobre la mesa. Gustav se quedó tieso, no tenía idea de qué iba a pasar. Aún así, no parecía nervioso ni asustado. Parecía como si estuviese más bien cómodo, como si algo de alguna manera le dijera que todo iba bien y que no había de qué preocuparse.

Frank - …
Gustav - …
Frank – Agarrala. Sentí su peso en tu mano. No te sentís con un poder sobrehumano? Con un poder capaz de destruir y crear al mismo tiempo?
Gustav – Y… La verdad que sí.
Frank – No te gustaría crear algo? Ser el creador único de algo igualmente único?
Gustav – Es una idea tentadora, pero no. No te voy a matar, Frank.
Frank – Jajaja! No, no. Nunca insinué eso.
Gustav – Entonces?
Frank – Entonces… Ponetela en la boca.
Gustav – Qué? Seguro?
Frank – Sí. Te estoy ayudando a ser el único creador de algo igualmente único.
Gustav – Pero...
Frank – Pero nada! Ahí en tus manos tenés el instrumento para crear eso! Te estoy dando una oportunidad única y no la tomás!
Gustav – Pero, no sé. Nunca pensé en esto como en creación.
Frank – Bueno, es momento de que lo pienses.
Gustav – Ayudame. Por favor.
Frank – Mirá, la Muerte es la creación de todo. Mediante la Muerte podés crear cosas hermosísimas. Yo lo he hecho varias veces ya...
Gustav – Pero cómo!? Cómo manejás a la muerte!?
Frank – No. Es obvio que nadie puede manejar a la Muerte.
Gustav – Pero qué hago?
Frank – No te dije ya? En las manos tenés el instrumento de la Muerte. El instrumento de la creación. Mirala. Sólo mirala... Mirá el cañón, el percutor, el gatillo... No te inspiran poder? No te inspiran la sensación de que podés crear cosas únicas?
Gustav – ... Sí.
Frank – Ahí tenés a tu musa. Mirala, inspirate. Vas a ver que te va a salir algo hermo...

El estampido sonó por demás fuerte. La gente del bar salió corriendo en todas direcciones sin entender nada. Aproveché la confusión para acercarme a lo que quedaba de Gustav. Le quité el arma de las manos y le dije algo al oído mientras todavía estaba lo suficientemente consciente como para entenderme.

Frank – Te dije que yo podía ver la transición entre la vida y la Muerte desde afuera. También te dije que la Muerte nunca es fea… para mí. Y también te dije que la Muerte fue lo mejor que me pasó en la vida. Irónicamente, la Muerte me hace sentir vivo…

Sintiéndose manipulado, una lágrima rodó por su deshecha mejilla mientras moría. Me alejé del cadáver y salí afuera. Mientras iba hacia mi parada conversaba con él.

Frank – Wah, estuvo genial Alfred. Por fin dejaste de lado al animal que llevás dentro y usaste la cabeza!
Alfred – Qué cabeza? Yo estaba en otra recién.
Frank – Cómo!? Y a Gustav quién lo mató!?
Alfred – Y si no fui yo, sólo quedás vos…
Frank – Pero yo sentía que era otro el que controlaba la situación!
Alfred – Mierda! Otro más!?
--- – Sí… Otro más…
Alfred – Y vos quién puta sos!? Decí ya quién sos!
--- – Mike.
Frank – Carajo, dos ahora?

Este Mike me dio mucho más miedo del que Alfred me pudo dar jamás. Sólo con hablar con la gente podía generar los mismos resultados que Alfred. Callado, mientras Alfred y Mike discutían a los gritos, trataba de pensar cómo iba a controlar a estos dos.

10.6.09

SCAR-lett

El celular sonando me sacó del aula. La pantalla del teléfono la acusó: Scarlett. Ya sabía para qué llamaba. Pensé en dejar que sonara y dilatar más el asunto, pero era en vano. Para qué lo inevitable? Si no es hoy, es mañana, así que atendí...

Frank – Scarlett…
Scarlett – Hola, Frankito bonito!
Frank – Ya sé, ya sé... Tu café.
Scarlett – Sí! Café!
Frank – Dónde?
Scarlett – El Olmos, te gusta?
Frank – Te veo ahí en 15.
Scarlett – Jum!

Me quedé parado en el pasillo un instante, maquinando. Iba a conocer a alguien que no conocía. Alguien nuevo en quién probar cosas nuevas. Probar… Hacía tiempo ya que la idea se me había ocurrido. De hecho, hacía tiempo ya que él lo había propuesto. Al principio ni se me ocurría pensar en eso, pero desde que nos reconocí como a una sola persona, empecé a abrazar la idea.

Alfred – Sé lo que estás pensando…
Frank – Y qué te opinás?
Alfred – Al fin! Cuánto hace que te dije?
Frank – Bueno… Vamos a ver qué onda…

Entré de nuevo al aula para buscar mis cosas y salí del edificio. Cuando llegué al punto de encuentro, ya me estaba esperando. Me saludó muy efusivamente, como tantas veces me había dicho. Fuimos a tomar el café. Ella hablaba muchísimo. Hablaba de todo. Yo la escuchaba fascinado. Pero mi fascinación no pasaba por lo que decía ella, ni si quiera pasaba por ella... ni cerca. La fascinación que me paralizaba pasaba por lo que yo estaba pensando; y su voz me alentaba a seguir ese hilo de pensamiento. En un momento dado, no sé de qué hablaba y la interrumpí.

Frank – Scarlett… Vamos a casa?
Scarlett – …
Frank – Es que quiero que me conozcas bien. Si te muestro mi casa, mis cosas, mis libros, todo… vas a tener una idea más clara de lo que soy. Te pinta?
Scarlett – Sí, dale, vamos. Me gustaría conocerte en serio.
Frank – Genial, vamos.

Durante el trayecto a casa, en el auto sucedió lo mismo que en el café. Su voz me hizo entrar en trance otra vez. No podía dejar de pensar en eso. Todo el camino lo hice con eso en mente. Llegamos a casa. La hice entrar y no pude aguantar más. Entré detrás de ella, la tomé por el cabello y la mesa quedó hundida donde impactó su frente. La arrastré del pelo por toda la casa, mostrándole mis cosas. Para que me conociera. Cuando hubo mirado todo, la senté en una silla y la golpeé incansablemente con los puños, con el dorso de las manos, hasta con los codos. Su voz, devenida en alaridos, seguía fascinándome. Así que no lo pensé más y fui a buscar las tijeras. Cuando volví con ella y la agarré de la cara, sus ojos me revelaron que lo había comprendido. Comenzó a implorar piedad. “Mientras más hables, peor es para vos…”, le susurré al oído. Le abrí la boca la fuerza y le introduje la tijera. Bastó un leve movimiento para crear una cascada de sangre que manaba de su boca... y obtener el producto de mi fascinación. Cayó sobre su regazo. Mientras ella seguía escupiendo lágrimas y sangre, yo levanté lo que buscaba. La llevé a la altura de mi cara y la metí en mi boca. Era gomosa, difícil de deshacer. Estuve un rato masticando y comiendo su lengua mientras a ella se le escapaba la vida con cada chorro de sangre. Finalmente, pude incorporar lo que tanto me fascinó durante todo el día. Irónicamente, en el mismo instante en que yo gané eso, Scarlett perdió la vida.

4.6.09

Thegratestofwishes

El aire puro del campo me estaba haciendo bien. El sol se iba poniendo, el campamento ya estaba armado, el asado en la parrilla... Faltaba el fogón. Como todos estaban ocupados, agarré el hacha y empecé a subir por el monte buscando leña seca. Iba distraído pensando en nada mientras subía. Cuando quise acordar, el terreno había dejado de ascender y me encontraba en una planicie boscosa. No sé por qué pero no me extrañó. Seguí caminando un poco con mi leña seca en mente hasta que llegué a un claro. En el medio del claro había un árbol caído, y sobre el tronco de éste estaba sentada una mujer. Me quedé boquiabierto. Cuando me acerqué, se dio vuelta apresuradamente, como si la hubiese sorprendido mientras hacía algo… o mientras esperaba a alguien. Cuando me miró a los ojos, su mirada se tranquilizó y me sonrió. “Te estaba esperando”, me dijo. Yo no podía creer a mis ojos…

Frank – A mí…?
Ella – Sí, a vos te estaba esperando.
Frank – Eeemmm… Cómo te llamás?
Ella – Faye, me llamo Faye…
Frank – ...
Faye – No me vas a preguntar por qué te estaba esperando?
Alfred – No me importa eso... Ahora tenés otro propósito...
Frank – …Para qué me esperabas? Por qué yo?
Faye – Por que te estuve observando últimamente… Y sé que tenés algo adentro que querés sacar.
Alfred – Nadie quiere sacar a nadie!
Frank – Mmm… Puede ser…
Alfred – No!
Faye – Sí, te estuve siguiendo y me di cuenta de que podés necesitar mi ayuda. Vení sentate conmigo así hablamos sobre eso.

Y me senté a su lado. Hablamos un rato largo. Para mi sorpresa, sabía todo. Todo lo que hice, todo por lo que pasé. Y para mi mayor sorpresa, quería ayudarme. Seguimos hablando un rato largo. Yo intentaba por todos los medios diplomáticos que conozco sacarle más información de la que me daba. Hasta que me cansé. Cuando le dije que me iba a asegurar de hacerle cosas terribles si no me decía de una vez por qué tenía tanto interés en mí, me las mostró. Eran perfectas, inmaculadas, sin una sola mancha. Hasta parecía que irradiaban luz. Me mostró sus alas de mariposa. Translúcidas, pero de los colores más preciosos que jamás había visto en mi vida. "Ahora entiendo... Faye significa hada", le dije con toda la fascinación del mundo. Estaba maravillado. Durante mucho tiempo había buscado a mi musa, a mi hada, a mi ninfa... Y resulta que ella me estaba esperando. Su sonrisa despedía destellos de luz. El solo hecho de ver esas frágiles alas me hizo desear tenerla, que sea mía.

Frank – Vas a ser mía…
Faye – Siempre fui y siempre voy a ser tu hada.
Frank – Yo sé lo que te digo… Vas a ser mía…
Alfred – Sí, sí! Yo también la quiero. Dale, hagamos lo nuestro!
Faye – No te entiendo…
Frank – Ya vas a entender. Vas a ser mía y sólo mía.
Faye – Por supuesto, soy TU hada…

Y la abracé. La calidez que sentí, no la sentí nunca antes. Estaba decidido. Iba a ser mía, y me iba a tomar todas las precauciones de que no fuese de nadie más. Mientras nos abrazábamos, contemplaba sus alas. No lo pensé más. De un tirón rasgué sus frágiles alitas de hada. Las manos me quedaron manchadas con sus escamas de colores. Seguí rasgando el tul que nacía de su espalda, lo rasgué y lo hice jirones. Ella nunca se quejó. La solté y me alejé un poco. Vi que lloraba. “No llores”, le dije, “No estés triste. Vas a ser mía y sólo mía, no ves?” Ella asintió, pero seguía llorando. “Yo quiero ser tuya. No así, pero si esto es lo que te hace feliz… te lo permito”. Sus palabras me sorprendieron. Los ojos se me inundaron de lágrimas. Vacilé un instante.

Alfred – No! Ni se te ocurra!
Frank – Tranquilo que lo vamos a hacer. Nuestra hasta el final...
Alfred – Bieeen!

Retrocedí hasta donde había dejado caer el hacha. Cuando regresé al tronco caído, Faye todavía estaba sentada llorando, con sus alitas destrozadas. Me acerqué y levanté el hacha sobre su cabeza. Me miró por última vez, me sonrió, y antes de que bajara el hacha me dijo: "Desde que nací que supe que iba a estar con vos". Se escuchó un golpe seco y un salpicón escarlata me manchó la cara. Estuve parado junto al cadáver de mi hada un rato hasta que decidí volver.
Cuando llegué al campamento ya tenía pensada la excusa para explicar el manchón de sangre y las escamas de colores en mis manos. Cuando me vieron, sus caras se transformaron. Me esperaba lo peor...

Enano – Culiado!!!
Frank –…Yo… esteee…
Tata – Nos estamos cagando de frío acá, culiadazo! Y la leña!?
Frank – …La leña… Eeemmm…
Alfred – No se dan cuenta!? Qué mierda pasa?
Frank – No, lo que pasa es que no encontré ningún árbol seco...
Alfred – Pero pará! Por qué no ven la sangre, las alas!? Qué pasa!?
Enano – La re concha de la lora! Y qué hago con el frío?
Tata – Te lo metés en el orto… Jajaja!
Enano – Jaja!
Frank – Je… jeje… je…
Alfred – Acá pasa algo raro…

Nunca comentaron nada sobre la mancha de sangre que me cruzaba la cara, ni las escamas de colores de sus alitas… Lo cuál me lleva a pensar: Qué pasó y qué no pasó? Al fin perdí completamente la cabeza? Alfred… existe?

24.5.09

Onlytodieforme

La vida transcurría normalmente. Un día sin sobresaltos, un día más, podría decirse; casi aburrido. La extrañaba. Así que levanté el teléfono y la llamé sin pensarlo.

Yo – Hola…
Ella – Hola, qué pasa?
Yo –…
Ella – Fran, qué pasa? Estás bien?
Yo – Eh, sí, sí… No, no pasa nada… Yo sólo… Nada
Ella – Decime, munito. Sabés que podés hablar conmigo.
Yo – Te extraño…
Ella – Je… Yo también, hace mucho que no hablamos, no? Querés que nos juntemos a tomar un café?
Yo – Dale. Al final nunca te traje a conocer el shopping de acá... Querés venir así tomamos nuestro café y después vamos al cine?
Ella – Dale! Sí, sí quiero!
Él – Sí! Una más, una más…
Yo – Bueno, nos vemos ahí mañana?
Ella – Síp! Besote, te quiero...
Yo – Yo también.

Había comenzado el viaje. Todavía no sabía cómo iba a matarla, pero ya había sellado su destino. La iba a mandar allá donde la Eternidad, la Inmortalidad y el Amor se juntan a jugar a las cartas y tomar café. Esos eran mis objetivos: inmortalizarla y llenarla de amor eternamente. Quería que fuese especial, que fuese único, que nada pudiera superarlo. Con eso en mente, me puse a consultar literatura pertinente: busqué miles de casos de homicidios en Internet y ninguno me convencía. Así que puse mi cabeza en funcionamiento. Al cabo de un rato, encontré lo que buscaba en los rincones más recónditos de mi mente. Al otro día, me adelanté a Ella y la fui a buscar. “Oh, qué sorpresa! Pensé que nos íbamos a encontrar allá”, me dijo con su carita de ángel. “Sí, pero se me ocurrió algo mejor”, le contesté. Y salimos para casa. Durante el trayecto hablamos de todo, en realidad Ella hablaba y yo escuchaba. Para ser sincero Ella hablaba y yo repasaba todo lo que había planeado. Llegamos a casa y yo no dejaba de pensar. Sexo. El sexo era la clave de todo. Tenía que encamarla para poder lograr mi objetivo ulterior: que fuese único, inolvidable... inmortal.
Entramos a la casa y subimos a mi habitación. Empecé a decirle algo que ahora no recuerdo, algo sin importancia, para distraerla. Cuando vi que estaba dispersa, la tomé de los hombros y la besé. La besé larga y apasionadamente. Quería olvidarme de todo y entregarme a su cálido beso, pero no podía dejar las cosas así. Tenía que obedecerme y eternizarla. Mientras la besaba, la tumbé en la cama y empecé a quitarle la ropa. Ella no opuso resistencia. Cuando la tenía totalmente excitada y a mi dispocisión, agarré la soga que había preparado y le até las muñecas. “Nos vamos a divertir un rato”, le dije, con una sonrisa de lascivia en la cara. “Sí, dale, sí quiero!”, aulló, totalmente excitada. Agarré la otra punta de la cuerda y la pasé por la viga del techo. Tiré de ella lentamente hasta izarla y dejarla apoyando apenas las puntas de los pies en la cama. Al verla así, Alfred se convirtió en un animal.

Él – Dale, dale, la cojamos así como está!
Yo – No.
Él – Por qué!? Qué tiene de malo, si hasta Ella lo quiere!
Yo – No. No es para eso para lo que la trajimos acá.
Él – Bah! Vos y tus objetivos estéticos y espirituales de mierda!
Yo – Volvés a decir eso y el próximo sos vos. No le vamos a hacer nada más de lo que planeé, ok? Ahora sentate ahí y callate.
Él - …

Agarré el cuchillo y la miré. Me miró un poco asustada. Le sonreí y le dije que todo iba a salir bien, que iba a llevarla a un lugar mágico donde iba a ser inmortal y eterna como los ángeles. Fue ahí cuando se dio cuenta de lo que le esperaba y empezó a llorar. Le expliqué que no debía sentirse engañada ya que lo que yo más quería era amarla por siempre, por eso fue que antes de matarla tuve que encamarla y excitarla: para que pudiera llevarse mi amor con ella. Pedía por favor que no le hiciera nada, pero la Eternidad y la Inmortalidad la esperaban. Me paré en la cama frente a Ella, me acerqué y al tiempo que le daba el último beso le hundí el cuchillo en el vientre. Sus ojitos se hicieron enormes. Por un instante casi pude ver adentro suyo a través de sus ventanas. Acompañando el caer de sus párpados mi cuchillo subió por su vientre abriéndola casi por completo. Debía apresurarme, debía terminar antes de que su corazoncito se detuviera para siempre. Tenía que hacerla un ángel antes de que se me acabara el tiempo. Así que metí mis manos en sus entrañas y de un tirón descomunal abrí sus costillas hacia fuera. El crujido fue una canción celestial para mis oídos. Con su propia sangre le escribí un “Te amo” en la frente para asegurarme de que tuviera mi amor en la Eternidad. Me bajé de la cama y contemplé mi obra de arte: Ahí estaba, a punto de volar hacia la Inmortalidad mi ángel con alas de sangre.



[Bueno, el flay es el siguiente: Es un jueguito que no sé quién habrá iniciado pero a mí me lo pasó Ameliah... La bocha es así: hay que escribir algo con las palabras vida, amor, literatura, sexo, cine y viaje. Después se lo pasás a 6 personitas más. Mis personitas son (muahaha): Gui, Kane, Lucero, Ananda, Dan y Edur]