Desde el interior observan

27.2.09

Perversión en la Pampa

Estaba entrenando en el gimnasio, hablando con los chicos, riéndonos de cualquier cosa, cuando entró ella. Mi discurso de detuvo. Mi mirada se clavó y la siguió por todo el salón. Enano rió solamente. Tata lo imitó.

Frank – Me mata, boludo, es hermosa
Tata – Es una muñequita
Enano – Esa es?
Frank – Esa es Pampita 1:8
Enano – Está buena
Frank – Tiene la cara de Pampita, bolo
Enano – Puede ser…
Tata – Ojo que se nos pone violín el Fran
Enano – Jajaja
Frank – No me lo digas dos veces…


Para qué!? Alfred estaba distraído en mi mente hasta que escuchó la palabra violín. Al instante vino a mi consciente.

Alfred – Qué dijeron por ahí?
Frank – Nada! No dijimos nada!
Alfred – Dale, si escuché bien que dijeron violín
Frank – Ahora también eso? No conforme con los homicidios ahora querés violar a Pampita 1:8???
Alfred – Jejeje. No te das cuenta de que represento tu Ello? Todos tus deseos ocultos e instintos representados por mí. Y yo te otorgo el placer de poder concretar esos deseos, de obedecer a esos instintos
Frank – No… No, eso no
Alfred – Tarde…

Después de eso perdí el control. No le pude quitar los ojos de encima en toda la tarde. En un momento vi que ella tenía dificultades con un ejercicio y me acerqué a ayudarla. Aproveché la oportunidad para entablar conversación. Averigüé que su nombre era Carola. También supe que vivía cerca de casa, lo cual fue el detonante que disparó a Alfred.

Frank – Uh, vivís re cerquita de casa
Pampita 1:8 – En serio? Qué casualidad!
Frank – Si querés después nos vamos juntos, te acerco con el auto
Pampita 1:8 – Dale, estaría genial, salgo re cansada de acá
Frank – Listo, nos vamos juntos

Alfred reía a carcajadas en mi mente. “Ya vas a ver qué bien la vamos a pasar”, rugió.
Al rato, cuando ya habíamos terminado el entrenamiento, nos fuimos. Subió muy confiada al auto, sin saber lo que le esperaba. Arranqué y me dirigí hacia casa. Cuando vio que no iba en el camino que me indicaba, empezó a inquietarse. “A dónde vamos?”, inquirió aterrada casi. “Ya vas a ver…”, fue mi respuesta, y le apreté la nuca dejandola inconsciente. Llegué a casa. La bajé dificultosamente y la llevé a la habitación.
Cuando despertó se encontró amarrada a la cama. No llevaba puesto nada más que la ropa interior. Yo, parado al lado de la cama, la miraba con lujuria. Ella empezó a sollozar.

Frank – Así lo hacés más interesante…
Carola – No me hagás nada, por favor. Por favor…
Frank – Vamos a ver…

Sus ojos miraron con terror desorbitante cuando la daba vuelta en la cama dejandola boca abajo. Busqué un cinto. Comenzó a llorar desconsoladamente, "No, por favor, no… no me hagás nada, por favor…”, suplicaba. Levanté el brazo que asía el cinto. De un relampagazo el brazo bajó, llevando consigo el cinto que chasqueó estridentemente en sus nalgas. Gritó de dolor y gritó de miedo. Una vez más se levantó el brazo, una vez más el relampagazo y una vez más el chasquido.

Carola – Basta! Por favor, basta!!
Frank – Dale, suplicá y llorá que así es más lindo

Dos veces más chasqueó el cinto en su piel. Mientras lloraba y pedía por favor la di vuelta otra vez. Acto seguido, salí de la habitación. Cuando volví, traía todos los elementos: cera caliente, un repasador y un cuchillo. Tomé el jarro con cera y empecé a verterla sobre su estómago, sus gritos eran como éxtasis para mí. Gritaba más por el pavor que por el dolor, pero era igual para mí en esas circunstancias. "Dale, gritá nenita, gritá”. Me complació un rato, yo la escuchaba. Después de sentirme satisfecho, improvisé con el repasador una mordaza sobre su perfecta boca.
El cuchillo se vio pegado a la palma de mi mano por la fuerza con que lo sujetaba. Empecé a dibujar sobre su cuello, su pecho y su vientre dibujos que sólo yo veía mientras sus lágrimas mojaban su pelo. De repente, icé el cuchillo sobre su cara, sus ojos se abrieron del todo ante la inminente caída del filo. Lo levanté aún más y con un súbito movimiento el cuchillo se enterró en el blanco. Ella lloraba aterrorizada y miraba de reojo el cuchillo clavado en la almohada a un centímetro de su cara. Me reí.
En ese momento hice lo posible por detener a Alfred, pero fue como si tratara de parar a un tren con mis manos. Me quité la ropa y la poseí. La poseí mientras ella lloraba. La poseí como un animal sólamente sexual que no piensa en mada más aparte de eso. Al cabo de un rato, me levanté, le di un beso en la frente y le dije al oído…

Frank – Por hoy basta… pero mañana te agarro y te descoso, Pampita 1:8

La tapé hasta el mentón con la sábana y me alejé de la cama. "No te gustó? Me vas a decir que no te gustó!", se jactaba Alfred. "Sigh... lo ideal hubiese sido que ella estuviese de acuerdo...", le contesté. "Oh, qué aburrido que sos!", disparó.
Ahora, como seis horas después, estoy cocinando mientras escucho sus sollozos y sus gemidos. La quiero liberar, pero sé que no puedo. Se me vendrían miles de problemas encima si la dejo ir. Así que subo. Agarro nuevamente el cinto y mientras me mira despavorida, lo ciño alrededor de su cuello. Observo por última vez esos ojos hermosos antes de que se cierren para siempre. Y siento que una lágrima me moja la mejilla. "Tengo un serio problema", pienso y le saco el cinto del cuello. La desato, la visto. Y me dispongo a deshacerme del cuerpo.

20.2.09

Me llevé una parte de ella que no sobraba

La dureza de Sven Väth golpeaba mi nuca desde la parte trasera del auto. La voz gutural me incitaba a entrar en diálogo con Alfred: “Talk to your ghost, find out who you are!”. Repitiéndose durante casi ocho minutos, no dejaba de retumbar en mis oídos. Al fin me cansé y decidí hacerle caso.

Frank – Alfred… andás por ahí?
Alfred – Siempre
Frank – Sigh… Me querés decir de dónde saliste?
Alfred – Siempre fui parte tuya, Frank. Nací con vos, como pasa con todos los animales. La Naturaleza proporciona a todo ser vivo un instinto agresivo para evitar ser comido, que en la mayoría de los casos se convierte en instinto asesino cuando se necesita cazar para comer. Un instinto con tanta violencia con resultado de muerte que lo damos en llamar el instinto de muerte. Un instinto que lleva a matar o a morir según el papel que le toque realizar a cada partícula de vida. Un instinto tan aterrador para la conciencia del hombre que habitualmente preferimos olvidarlo, a pesar de que él no se olvida de nosotros.
Frank – De mí, no se olvida de mí, acá no hay ningún nosotros!
Alfred – Somos dos, Frank, no te olvides
Frank – De todos modos ahora los humanos no tenemos depredadores, no estamos en peligro de ser comidos por otro animal ni necesitamos cazar para comer. Así que no sé por qué estás acá!
Alfred – Esperá que no termino. La agresividad humana destinada por la Naturaleza para defendernos de las bestias y para la caza, al verse desprovista de propósito principal, se centra en otros objetos.
Frank – No te entiendo del todo…
Alfred – Otros objetos… como el que acabo de elegir. Vamos.

Intenté controlarlo, intenté con todas mis fuerzas, pero como siempre su fuerza de voluntad fue más grande que la mía. Nos encontrábamos muy cerca de la casa que había elegido. Subí por Chacabuco hasta el 1296. Me bajé del auto y llamé al 5º C.

Vicky – Hola?
Frank – Hola, Vicky! Andaba por acá y pasé a saludarte, como mañana no puedo venir...
Vicky – Qué bueno! Ya bajo

Me saludó con un abrazo, de esos que sólo una amiga incondicional sabe dar. Pasamos al dpto y abrimos la clásica Coca Zero con los clásicos Doritos. Empezamos a ponernos al tanto.

Frank – Y? Cómo te trata el calorcito cordobés?
Vicky – Mal, estoy triste. Me quiero volver a mi casa. No veo la hora de rendir para poder irme
Frank – Oh, Vicky! Me cansé de que siempre estés triste
Vicky – Bueno, así estoy. Qué querés que le haga?
Frank – Yo tengo algo que te va a sacar esa tristeza

Me levanté de la silla y fui a la cocina. Volví con un repasador y un cuchillo sujeto al cinto, oculto a mis espaldas. Ella me miró desconcertada. “Qué vas a hacer con e…”, quiso preguntar, pero ya era tarde. El repasador la amordazaba firmemente. La tenía sujeta con fuerza por los antebrazos. Forcejeó, pero le retorcí el brazo derecho y se calmó. “Ojito”, le dije. “no hagás fuerza que sólo va a ser peor. Además te quiero librar de tu tristeza, nada más". La obligué a que desacordonara sus zapatillas. Lo hizo con los ojos llenos de lágrimas. Al cabo de unos minutos me entregó los cordones con los cuales la até a una silla.

Frank – Bueno, Vicky. Dentro de un ratito, nunca más te vas a sentir triste de nuevo
Vicky – (Balbuceos bajo el repasador)
Frank – Qué? No querés? Todos quieren dejar de sentirse tristes, Vicky! Y vos, VOS, tenés la chance ahora!
Vicky – (Se larga a llorar desconsoladamente)
Frank – Vas a ver que no vas a estar más triste, ni vas a extrañar Rafaela…

Me acerqué con el cuchillo en la mano. De repente liberó uno de sus brazos de las ataduras. Mientras le hablaba momentos antes, logró aflojar las ligaduras sin que me diera cuenta. Me tiró un manotazo con tanta mala suerte que su mano impactó con el filo del cuchillo, cercenando un dedo. El grito que dio fue terrible, de no haber sido por la mordaza toda Córdoba se hubiese enterado de lo que pasaba en el 5º C de Chacabuco al 1296. Se llevó lo que quedaba de su mano contra el pecho y la apretó para detener un poco el río de sangre que manaba del muñón. En ese momento, de un solo tajo le dibujé una sonrisa roja en la garganta. La sangre brotó a borbotones mientras ella lloraba. Le quité la mordaza, sabiendo que ya era imposible para ella pronunciar palabra. Intentó decirme algo, pero un gorgoteo infernal fue todo lo que se escuchó. Quiso moverse pero la sangre se escurría con tal rapidez que sus fuerzas la abandonaron y sólo atinó a levantar la cabeaza y mirarme a los ojos mientras la vida se le escapaba. Finalmente, sus ojos azules se cerraron para siempre y quedó al fin inmóvil. La contemplé un momento: su remera y su pantalón regados de sangre, su mano mutilada, su abertura en la garganta, su cara pálida. Era una visión realemnte caótica y destructiva, pero aún así parecía en paz. "Listo, nunca más triste", reflexionó mi otro yo, "Ves como parece estar en paz? Un trabajo excelentemente bien hecho". Vi el dedo tirado y lo guardé en mi bolsillo. “Para recordarla como la buena amiga que era", dijo Alfred, “Es más, creo que con su último suspiro intentaba darnos las gracias… Lástima que sólo salio ese gorgoteo”.

17.2.09

He are dead

Miré el reloj y sus agujas se acercaban inevitablemente a la infame hora. En cinco minutos debía dar clases. Maldije. No podía creer cómo había llegado al punto de tener que dar clases. "En fin", me dije, "es lo que hay"; y busqué el libro y la lapicera. Bajé al comedor y esperé sentado, planificando rápidamente la clase. Me sacó de mi labor el sonido de la campana. Miré por la ventana y ahí estaba la pesadilla de todo profesor particular: Antuel. Con un suspiro profundo me levanté y fui a abrirle la puerta.

Frank – Qué hacés, Antu?
Antuel – Hola, Fran
Frank – Estudiaste, supongo
Antuel – Síp, vi el vocabulario y los verbos
Frank – Bien.

Le indiqué que se sentara mientras le servia un vaso de gaseosa como siempre. Observé como sacaba sus útiles de la mochila. Le llevé el vaso y vi en su cuaderno abierto que no había hecho la tarea. "Hoy te libro de tu esclavizante docencia”, sentí que me decía Alfred en un rincón de mi mente. Intenté domarlo, retenerlo; pero la idea de no darle clases nunca más precisamente a Antuel me sedujo, y dejé que Alfred tomara el control. Me senté, como todos los días, en frente de mi alumno.

Frank – A ver, sacá la tarea
Antuel – Eeemmm… no la hice
Frank – Por qué? Tenés que hacer lo que te digo, si no, no vas a aprobar
Antuel – Sí, pero me olvidé
Frank – A ver que te tomo un poco los verbos entonces… Forma del verbo to be en Simple Present para he
Antuel - …
Frank – He, she, it
Antuel – Are…?
Frank – Sigh... no
Antuel – Is!
Frank – Aha. Forma del verbo to be en Simple Present para I
Antuel – I… is…
Frank – Cómo me vas a decir I is!!??
Antuel – Qué se yo! No sé

Y en ese momento levantó el vaso para tomar gaseosa. No lo dudé y con la muñeca golpeé el fondo del vaso tan fuerte que éste se rompió en su cara. Un pedazo de vidrio se había clavado en su mejilla, atravesandola de lado a lado. Se retorció, gritó e insultó.

Antuel – Aaayyy!!! Qué hacés, culiado!?
Frank - Así vas a aprender, carajo

Me levanté y rodeé la mesa. Lo agarré por la nuca y su frente se estrelló contra la mesa. Se las arregló para pegarme un codazo en el estómago. Me dejó sin aire, pero no podía dejar que escapara, así que se su frente se estrelló una vez más contra la mesa, y otra y otra y aún otra vez más. Al final, su cuaderno de estudios quedó teñido de escarlata. La mesa tenía una hendidura de unos diez centímetros de diámetro donde la frente de mi alumno se destrozó con los sucesivos golpes.
“Fue fácil.", pensé, “Claro, tiene… tenía 15 años nada más”. Lo recosté sobre el respaldo de la silla. Junté los pedazos de vidrio y los metí en su mochila junto con sus útiles y su cuaderno ahora escarlata. Limpié el reguero de sangre sobre la mesa y sobre el piso del comedor. Una vez que había terminado con eso, cargué su cuerpo, metido en una bolsa de consorcio, en el baúl del auto. Me subí y salí en dirección al basural, donde se queman constantemente bolsas de consorcio como la que yo llevaba. Arrullado por la dulce voz de Tarja, dije en voz alta “Por primera y última vez: Gracias, Alfred”. Sentí que en algún recóndito lugar de mi mente, él me sonreía de forma cómplice.

11.2.09

Deadspirit4ever

Estaba estudiando tranquilo en casa cuando sonó el celular. Atendí. Era mi buen amigo Franco Z.

Frank – Waso
Franco – Hola muerto, todo bien? Cómo andás?
Frank – Acá estudiando… o tratando
Franco – Uuuh, qué garrón! Che, cuchá… Qué te estaba por decir?
Frank – Y, si no sabés vos…

Y fue ese el momento en que despertó Alfred. No sé por qué, pero despertó. Y siempre despierta hambriento. Franco seguía hablando en el audífono del celular. Yo ya no lo escuchaba, ya me encontraba fraguando su muerte. Lo interrumpí.

Franco – Y ya le avisé a Liz…
Frank – Dale, ya salgo para allá
Franco – Buenísimo, comemos acá y después la vamos a buscar a Lizzie
Frank – Roger

Me levanté como eyectado de la silla. Fui a bañarme. En la ducha perfeccioné el método que usaría. Un rato después salí de casa y fui hacia el centro. Antes de ir para el departamento me detuve en una casa que vendía productos agropecuarios.

Encargado – Hola, en qué te puedo ayudar?
Frank – Eeemmm, sí… ando buscando Compuesto 1080
Encargado – No, no, a ese lo sacaron del mercado, muy tóxico. No.
Frank – Carajo.
Encargado – Sólo queda un poco en el depósito. Estamos esperando que venga la municipalidad a llevárselo. Te puedo ofrecer otros pesticidas…
Frank – No, gracias. Está bien.

Me dirigí a una góndola donde había palas y picos. Llamé al encargado para consultarle el precio de un pico. Se acercó. Lo miró un instante y como no pudo recordar el precio me pidió que lo acompañara a la caja para comprobar el valor de la herramienta. Se dio media vuelta. No alcanzó a dar un paso y cayó pesadamente. El pico incrustado en el cráneo. Los ojos aún abiertos. "Perdón, pero necesito el Compuesto 1080", pensé. Me fui a la trastienda. No fue difícil encontrar lo que buscaba. Una bolsa marcada con una enorme calavera sobre un triángulo amarillo me revelaba el pesticida. Sólo una cucharada bastaba, la puse en un frasquito que encontré y salí.
Ya tenía el elemento para llevar a Franco a la tumba; pero cómo iba a lograr que lo ingiriera? A la fuerza? No, era demasiado arriesgado y demasiado cotidiano. “Cómo? Cómo? Pensá, macho” me obligué. Repentinamente, el caballo de Troya se hizo presente en mi imaginación. Se me escapó una carcajada.
Al rato, llegué al departamento. Subí y saludé como si nada a Fanquito.

Frank – Hola waso. Mirá lo que te traje
Franco – Uuuhhh, hijo de puta! Bayle’s!
Frank – Cortesía de la casa

Se lo entregué con una sonrisa. Contempló la botella de su bebida favorita, un momento después lo recuperé con la excusa de que yo lo serviría. En la cocina serví dos vasos. A uno de ellos le agregue el Compuesto 1080 sabiendo que funcionaría ya que es insípido. Fui al living, le entregué el vaso envenenado y brindamos.

Franco – Por que te hagas a Lizzie
Frank – Por nosotros

Y lo tomó casi de un sorbo. Lo saboreó de tal manera que hasta llegué a pensar que lo notaría. Bebió de nuevo.

Frank – No notás nada extraño?
Franco – Mmm no, debería notar alg…
Frank – Jeje

Soltó el vaso. Se le blanquearon los ojos y cayó al piso. Comenzaron las convulsiones, trataba desesperadamente de agarrarse el pecho, pero los espasmos musculares se lo impedían. La espuma empezó a brotar de su boca. “Se asfixian las células”, dije en voz alta, explicándole, “Ataca directamente el sistema nervioso central, impidiéndote respirar. El dolor de los espasmos es insoportable y lo único que lo detiene es la muerte. Que ya debe estar por llegar, de hecho”. Y de repente se quedó quieto. Todo había terminado. Busqué la botella de Bayle's y me fui. Alfred estaba muy satisfecho, esa noche me dejó dormir en paz.

9.2.09

Allweneed.isabullet

Iba manejando al ritmo de Creedence Clearwater Revival cuando el ansia de sangre atacó de nuevo. John Fogerty me gritaba “It ain’t me! It ain’t me!”. La frase retumbaba en mis oídos; me di cuenta de repente: No-soy-yo! No era yo el que controlaba mis acciones, era él, el Otro. El Otro tomó total y completo control de la situación.
El hecho de que me encontrara manejando sobre la ruta A74 me ayudó a decidirme por mi próxima víctima. Me separaban de Colonia Tirolesa 20 km. A fondo fue el pedal del acelerador, no podía aguantar más. Corroboré que en la guantera estuviese mi Smith&Wesson Magnum Python; ahí estaba, siempre fiel. Acaricié su tambor, “Semper Fidelis”, pensé. Afortunadamente, Creedence hacía la espera más amena, ya no aguantaba más.
Al fin, llegué a Tirolesa. Le mandé un sms: Ponete presentable, estoy a cinco cuadras, voy para allá. Cinco minutos después, me estaba bajando del auto, la Python pesandome en el pantalón, dandome escalofríos con su frío metal.

Aye – Hola, lokiii!
Frank – Qué hacés, Aye?
Aye - Estaba tomando sol, leía un libro
Frank – Aaah, le presumías a los colectiveros!
Aye – Seee, esos colectiveros… cómo me gustan! Jajaja
Frank – Jejeje
Aye – Vení, vamos adentro, sé que no te gusta estar al sol
Frank – Sí, gracias

Entramos. La casa estaba ordenada con una precisión abrumadora. Un lugar para cada cosa, cada cosa en su lugar. Fuimos a la habitación. La Python empezó a picarme en la espalda. Ya no podía más, pero mientras más esperara mejor iba a resultar. Pensaba en cómo lo iba a hacer, dónde la heriría primero. Pensándolo mejor, un solo disparo, teniendo en cuenta el calibre del arma, bastaría para mandarla a la tumba. Y el momento se dibujó en mi mente. Ya lo había decidido.

Frank – Mirá
Aye – Wow! Qué hacés con eso?
Frank – Mía. Hace bastante que la tengo
Aye – La puedo agarrar?
Frank – Be my guest
Aye – Uh, es pesada
Frank – 1,29 kg.
Aye – Che, la quiero disparar

Había caído en la trampa como la mejor. Me regocijé en mi interior por la facilidad con la que había mordido el anzuelo. Y la invité.

Frank – Vamos a algún descampado y rompemos las bolas un rato
Aye – Uh, buenísimo!
Frank – Buscá una olla o algo para reventarlo a tiros

Nos hicimos de una cacerola vieja y partimos. Llegamos a un descampado metido en el medio de la nada. Bajamos. Al instante decidí que pondríamos la olla sobre un poste que vi a unos metros. Colocamos nuestro blanco en su lugar. Le expliqué cómo manipularla sin volarse una mano y sin dislocarse un hombro o una muñeca por la patada de semejante bestia. Disparó. El tiro pasó lejos. Le dije que tirara de nuevo. Tantas veces como sea necesario para que entrara en confianza con la Python y no sospechara nada. Luego de varios disparos, uno dio en el blanco. La olla saltó por los aires con un agujero humeante en el medio. Ella, extasiada, saltaba de alegría.

Frank – Bueno, me toca.
Aye – Ooohh, ya?
Frank – Dale, si no te vas a gastar todas las balas vos
Aye – Esta bien
Frank – Andá a poner la olla en el poste

Y allá fue. Casi no podía contener la risa, no podía creer que hubiese caído tan redonda. Caminó hasta la olla, la puso en el poste y se dio vuelta. Venía caminando hacia mí cuando levantó la vista y se paró en seco. La Python la apuntaba con su boca, lista para escupirle plomo. Su cara de horror lo dijo todo. El estallido me dejó los oídos zumbando. Cuando pude escuchar de nuevo, ella gritaba desesperadamente agarrandose lo que antes era una rodilla. Me acerqué y la miré desde arriba. Un cuervo empezaba a revolotear por ahí.

Frank – Me parece que tenés compañía…
Aye – Ay, ay, aaaayyy! Mi pierna!
Frank – Ja! Qué pierna? La que tenías ahí? Jejeje
Aye – Hijo de re mil puta, eras mi amigo!
Frank – Y? Esta vez fuiste vos, Aye, pero consolate con que podría haber sido cualquiera. No era nada en contra tuya
Aye – Estás enfermo!!!
Frank – Seguro. En fin, me voy. Te dejo con tu amiguito nuevo. Cuidado que le gustan mucho los ojos. Igual, si no es él, será algún zorro o algún otro bicho.

Me alejé y subí al auto. No puedo llamarlo solamente el Otro, pensé. Tenía que bautizarlo, y recordé que alguien en su momento lo había nombrado Alfred. Prendí un Camel y me dirigí de nuevo a Córdoba. Ahora un poco más calmado.

8.2.09

Despierta la bestia

Todo comenzó con Guillótica. No por que la odiaba, si no por que se encontraba en el lugar equivocado bajo las circunstancias equivocadas. Para mí, en realidad, eran las circunstancias perfectas para iniciarme en esto que se convertiría en un vicio, en una adicción.
La segunda víctima fue Papá Noel, pero eso más que vicio y placer fue deber. El deber de liberar al mundo de su tiranía. El deber de devolverles la ilusión a todos los niñitos del mundo. Y paré mi actividad por un tiempo. No por que me hubiese arrepentido, no por que no quisiera hacerlo más. Sólo paré.
Hace poco la sed volvió de nuevo y fue la Chilena la elegida. Esta vez no usé ningún arma, sólo mis manos. Un hecho crucial. Despertó algo en mí que ahora no puede calmarse y quiere más, cada vez más… Y ahora, no puedo parar…