Desde el interior observan

9.1.10

TheUnforgiven

Los días de duelo que siguieron a la muerte de la inocente Gaby sirvieron para darme cuenta de que eliminar las fuentes inmediatas del odio no era la solución. Sirvieron para darme cuenta de que el odio nacía desde lo más profundo de mi ser. Yo era la causa de toda la destrucción que había alrededor mío. Disfrazado en locura, en múltiples personalidades, en crear a la Belleza... daba lo mismo, eran sólo excusas; el odio nacía de mí. Todo había sido mi culpa y mía sola. Desde el último alarido que surgió de mi garganta, Alfred no había vuelto a aparecer. Por primera vez desde que todo comenzó sentí remordimiento por lo que había hecho. Fue por el remordimiento que me carcomía el alma que decidí lavar mis pecados. Para ello, necesitaba confesarme... Y tenía a la persona indicada para escuchar mi confesión.
Últimamente había abierto mi alma a una mujer que jamás hubiese pensado. Griselda me escuchaba pacientemente, y cuando yo no hablaba ella estaba ahí simplemente. Ella conocía mucho de mí, pero yo deseaba que pudiese leerme como a un libro abierto, deseaba contarle todo por lo que había pasado, todas las atrocidades que había cometido. Deseaba limpiar mi alma. Una de las tantas veces que ella estaba a mi lado soportando mi carga, le hablé sinceramente...

Frank – He hecho muchas cosas malas, Gri.
Gri – Todos hemos hecho cosas malas.
Frank – Cosas REALMENTE malas.
Gri – A ver, qué cosas tan malas has hecho?
Frank – Soy un asesino despiadado...

Su rostro delató un intento de sonrisa, pensaba que estaba gastándole una mala broma. Supongo que habrá pensado que sería divertido seguirme el juego y no me detuvo, me dejó proseguir...

Frank – ... también he violado a un par de mujeres. Al principio no sentía remordimiento alguno. Es más, creía que lo que hacía tenía algún fin ulterior, que seguía los designios de algún ser superior, hasta llegué a pensar que ese ser superior era yo. Jugué con la vide da muchas personas, se las arrebaté como nada y las deshice...

El intento de sonrisa había desaparecido totalmente. Su rostro era una piedra, me miraba con total seriedad. Empezaba a creer en lo que le decía.

Frank – ... carajo, hasta pretendí ser Dios. Pero ahora, de repente, todo el arrepentimiento que no sentí antes, lo estoy sintiendo todo junto. Ya no doy más, Gri, necesito hacer algo al respecto. Me ayudás a lavar mi alma?

Ya estaba asustada, no sabía que pensar. Pero a pesar de todo, siguió como siempre al lado mío y prometió ayudarme.

Gri – Sí, te voy a ayudar con lo que sea. Pero... no sé si creer o no todo esto que me decís. Es terrible lo que me contás, es de película. No sé.

Me levanté de la silla y la tomé de la mano. Estaba decidido a probarle que todo lo que decía era verdad. La llevé a mi taller, al taller que tantos cadáveres había albergado. Al entrar y sentir el penetrante olor a bómbice se quedó helada. La visión de la mesa patinada con sangre seca la terminó de convencer. Las lágrimas afluyeron a sus ojos. La expresión de su rostro era deliciosa: parecía que estaba experimentando todo el dolor que se había sufrido en esa habitación. El silencio sepulcral que guardaba ella fue suficiente para saber que ahora creía en todo lo que le había contado. De pronto, sentí cómo Alfred se acercaba cojeando. Sentí cómo la locura se apoderaba de mí una vez más. “Querés lavar los pecaditos? Vamos a lavar entonces...”, me susurró antes de tomar el control. Aún tomados de la mano, volvimos a la casa.

Frank – Todavía me querés ayudar?
Gri – ... sí...
Alfred – Yo también voy a ayudar...

Entramos a la casa y subimos a la planta alta. Una vez arriba, sentí mis músculos tensarse sin que yo se los ordenara y un terrible golpe aterrizó en la cara de Gri tirándola al piso inconsciente. Le até las manos y los pies y la llevé al baño donde aguardaba la bañera llena de agua fría. El contacto con la temperatura casi gélida del agua la trajo a la verdad al instante. Sus pupilas se dilataron enormemente en señal de pánico. Forcejeó un instante y se dio cuenta que era en vano.

Gri – Qué hacés, Frank!?
Frank – Lavo mis pecados...
Gri – No! Frank, no! No hagas otra vez lo mismo! Podés cambiar!
Alfred – Nosotros no cambiamos más.
Frank – Me dijiste que me ibas a ayudar...
Gri – Pensá, pensá en cómo te sentirías después!

Harto ya de sus intentos de convencerme, mi mano se apoyó en el medio de su pecho y la hundió en el agua. Sus ojos me miraban distorsionados desde el fondo de la bañera mientras ella forcejeaba inútilmente. Sus contorsiones crecían en fuerza a medida que el aire en sus pulmones escaseaba. El chapoteo era una música infernal, con cada segundo que pasaba crecía el oleaje en la bañera y se ampliaba mi sonrisa. Un instante después todo quedó en calma. Miré el fondo de la bañera y desde ahí me miraba Griselda con sus ojos totalmente abiertos. Miré hacia el techo con una sonrisa en la boca y cerré mis ojos.

Alfred – Lavados los pecados...
Frank – Por qué hacés esto, hijo de puta! No podés verme feliz!?
Alfred – Me divierte... Me divierte tu sufrimiento.
Frank – Esto se acabó! Se acaba acá y ahora!

Luego de decir la última frase, Alfred se disipó en mi subconsciente.

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Ahora me encuentro en el taller. El olor a podredumbre me está ahogando. Quiero salir de este lugar lo antes posible, pero todo tiene que terminar acá. Lo he meditado y para poder sentirme libre tengo que hacer esto. He escrito mi historia para que mi memoria perdure. No sé para qué, supongo que todavía me queda un poco de ego a pesar del arrepentimiento atroz que siento.
Mientras escribo las últimas líneas en mi diario, el encendedor en mi mano derecha está a punto de dar chispa. En este preciso instante, el olor a podrido se confunde con el intenso olor a nafta que me rodea. Mi ropa está mojada con el combustible y empieza a molestarme. Comienzo a dudar de si esta es la solución... pero antes de dejarme engañar por la locura de Alfred una vez más, le doy llama al encendedor. Al momento en que decido ponerlo en contacto con mis ropas empapadas en nafta, veo a Alfred con el rostro desencajado que se acerca corriendo para tratar de...