Desde el interior observan

22.7.09

Burn(ed)-ette

Habían pasado varios días desde que me desperté envuelto en mi propia sangre y había descubierto que mi presa ya no estaba. Mis heridas físicas ya se habían recuperado, pero el daño que me causó en la psique el descarado que se llevó a mi juguete todavía no estaba cicatrizado. La Furia fue mi compañera de cama muchas noches, no me abandonó nunca. Conversábamos y urdíamos planes imposibles para cobrar venganza. Pero eran eso, planes imposibles. Estaba llegando al límite de la cordura. Alfred caminaba como un animal salvaje enjaulado. Mike no paraba de decir cosas sin sentido. Y yo… Yo no dormía. Así pasaron días y días. Ya había bajado los brazos cuando el destino hizo lo suyo.

Frank – Miren quién va ahí.
Alfred – Oh casualidad! Justo que no aguantaba más!
Mike – No, esto no es casualidad…
Frank – Es causalidad.
Alfred – Tienen razón.
Mike – Es todo para que consigamos lo que tanto buscábamos.
Alfred – No aguanto más…

Mike intentó pararlo. Yo intenté pararlo. No hubo caso. Su deseo era más fuerte que cualquier cosa.
Detuve el auto a escasos centímetros de ella. Como un rayo me bajé, me situé a su lado sin darle tiempo a nada y la golpeé tan fuerte como pude. Unos minutos después descansaba en el asiento trasero del auto. Llegué a casa y la metí en el taller. Todavía estaba inconsciente. La até a la mesa que tanta sangre había bebido. Le miré la cara, aún se notaban los destrozos de mi palo de jockey. Qué buen trabajo había realizado. Decidí dejarla ahí hasta que se despertara. Mientras, yo tenía que preparar algunas cosas.
Ya en la casa, puse el atizador en el fuego del hogar para que se calentara al máximo. Estando parado al lado del hogar vi algo en el suelo. Y todo se hizo más que claro en mi mente. Estaba degustando mis ideas cuando escuché el grito de una Valkiria enfurecida. “Es hora”, rebotó en mi cráneo la frase y salí corriendo hacia el taller. Sus alaridos eran molestos. Era la primera vez que me pasaba. No podía soportarlos... Me dirigí hacia el taller. Un solo golpe del conocido palo de jockey deshizo lo que habían reconstruido de su cara, su cara dos veces deshecha a golpes. Otro golpe más y su mandíbula no pudo articular otro sonido en lo poco que le quedaba de vida. Los golpes del palo llovían sobre sus piernas torneadas. Se retorcía tanto en sus ataduras que logró soltar su brazo derecho. Muy mal para ella. Mi palo se dirigió hacia el codo. Lo golpeó tan duramente que lo rompió al instante creando un ángulo impensable en su brazo. Lloraba, lloraba tanto que parecía una cascada. Trató de gritar, pero su mandíbula despedazada la castigó con un dolor inaguantable, y lloró aún más. Levanté el palo sobre su cabeza y estaba por asestar el golpe de gracia cuando recordé lo mejor. El atizador… al rojo vivo. En menos de un minuto estaba parado nuevamente a su lado, solo que esta vez blandía un hierro incandescente. Vi cómo el Terror se posaba en sus ojos y hacía presa de su cordura. Le acerqué la punta del atizador a la cara. Estaba tan caliente como un sol. Su mejilla empezó a derretirse al contacto con el hierro. Esta vez el castigo de la mandíbula rota no fue suficiente y su grito empapado en terror puro inundó toda la estancia. Fue magnífico, aunque seguían molestándome sus graznidos. Le pedí a gritos que se callara mientras el atizador ardiente caía con toda la fuerza de un mar de furia sobre el brazo que le quedaba entero. Fue como cortar manteca con un cuchillo caliente. La carne sólo se derritió dando lugar a un jugo asqueroso y mal oliente que embadurnó la mesa. El horror fue más poderoso que cualquier dolor que pudiese experimentar y siguió gritando a viva voz. Ni mis repetidos golpes ni el flagelo de su quijada pudieron silenciarla. Yo no soportaba más ese sonido infernal y decidí acabar con todo de una vez y para siempre. Manoteé el alcohol de quemar que había visto junto al hogar y la bañe con el líquido. La miré por última vez y le acerqué la punta blanca del atizador. Ardió en un instante. Una sola masa incandescente de fuego y carne, carne que se derretía dejando su hedor impregnado en todo lo que tocaba. Sus gritos no cesaron hasta que se consumió casi por completo. Cuando terminó de quemarse, sus alaridos todavía retumbaban en mi mente. El atizador se resbaló de mis dedos y cayó al suelo haciendo un estruendo que me trajo de vuelta a la realidad.

Alfred – Haa… Haa… Haa…
Mike – …
Alfred – Terminó. Espero no tener que pasar por esto de nuevo. Ni volver a escuchar unos gritos así.
Mike – Esperemos que no. A ninguno le gustó estar ahí.
Frank – No.
Alfred – Ahí dónde?
Frank – Ahí.
Mike – Nos encerraste, hijo de puta.
Alfred – …

3 Víctimas:

EL ENANO dijo...

ASI MA GUSTA! QUE LAS COSAS TERMINEN COMO DEBE SER... CARAJO!!!
EN BUENA LEY...

atte

El Enano.


pd: ejjejejejej JAJAJAJAJAJAJ AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAJAJAJAJAJAAA..... G-E-N-I-A-L ! ! !

Guillermina dijo...

Pero muy bien, en hora buena que Frank tomara al toro por las astas... aunque en la votación muy bien no le va, ah?



Besitos, a los tres.

Lic_jasper dijo...

Frankisco, soy Dan. Fijate que hice post en Historia Quizás. Ahora me voy pero en cuanto pueda leo todo lo que me está quedando en el frasco :B.

Beso, cuidate mucho.