Desde el interior observan

4.9.09

AhoyAhoo

La presunta muerte de Mike me había dado un tiempo de tranquilidad. Todo había acabado, al fin gozaba de paz. El mal primordial que nos impulsaba al homicidio y al desastre había sido arrancado. Los días pasaban y sentía que la sed de matar no llegaba. Era perfecto, todo en orden, todo en su preciso lugar. Paz. Pensé que hasta podría rehacer mi vida. La locura, la psicosis, la neurosis, todo había desaparecido en el instante en que Mike partió… Aparentemente.
Todo estaba bien hasta que empecé a verlo en todos lados. Todos me hablaban de él o hacían alusión a él. Ahoo esto, Ahoo lo otro. Todos preferían a Ahoo. Al principio pude soportarlo. Pero luego de varias semanas de lo mismo empecé a perder la compostura. Cada vez más seguido me encontraba escuchando sobre Ahoo. Y cada vez que escuchaba algo sobre él me sorprendía a mí mismo pensando en cómo deshacerme de él. La semilla del odio estaba sembrada. Y los comentarios sobre Ahoo la regaban cada día. El odio hacia Ahoo se hizo incontrolable. Me obsesionaba su muerte, su final. Constantemente estaba pensando en como retorcer su cuerpo para exprimir hasta la última gota de su asquerosa existencia. La fatalidad estuvo de mi lado. Un día nos encontramos en la calle.

Ahoo – Frank, qué casualidad! Justo venía pensando en vos.
Frank – Y yo en vos…
Ahoo – Che, tengo unos trabajos acá que te quiero mostrar, vamos para casa?
Frank – Cómo no?
Ahoo – Genial.

El viaje en colectivo se hizo insoportable. Casi no podía contenerme y varias veces estuve a punto de desatar el Pandemonio en el mismo vehículo. Ya no soportaba más, quería destrozarlo, desgarrarlo y despedazarlo ahí mismo. Me obligué a aguantar.

Alfred – Haa, haa, haa… Dale…
Frank – Esperá… Un poco más… Un poco…
Alfred – Grrrnnn… N-no p-puedo…
Frank – Fuerza, podemos…

Llegamos a su hogar y para mi placer descubrimos que no había nadie. Alfred no pudo contenerse, mucho menos yo. Apenas vimos la puerta de entrada cerrada. Mis manos se clavaron en su rostro y azotaron la cabeza contra la puerta. La sorpresa fue tal que no tuvo tiempo ni de gritar. Los golpes se sucedieron unos a otros. La puerta se rajó. Una grieta la cruzaba en toda su longitud. La frente de Ahoo ya empezaba a sangrar. Las puntas de mis dedos se hundían en su carne como cuchillos en manteca. Fue ahí cuando lanzó un grito de furia y dolor e intentó dar pelea. Pero mi odio era más fuerte que cualquier otra cosa. El agarre de mis manos en su cara era perfecto, me daba total control sobre su cuerpo. Así, lo arrastré unos pasos hacia la derecha y su cabeza encontró otro obstáculo. Esta vez un poco más duro que la mera madera. Golpeé la bóveda de su cabeza contra la pared varias veces. La pintura blanca de la pared se convertía de a poco en pintura roja. Seguía profiriendo insultos y maldiciones. Seguía forcejeando en defensa propia. Pero el odio y el rechazo que sentía hacia su persona lo sometieron al instante. Mis pulgares se enterraron en sus ojos. Obtuve dos cosas: un río de sangre que regó el piso y un grito gutural extraído de las más profundas fosas del Averno. Esos dos ingredientes terminaron de despertar a mis demonios.
Ya no éramos solamente Frank y Alfred purificando nuestro odio. Todos mis demonios y yo mismo conformando una Legión demente y ansiosa de sangre y dolor. La Legión concentró toda su fuerza en mis manos. Mis manos, mis propias manos convertidas en los instrumentos demenciales del Infierno. Todo el odio que podía sentir estaba concentrado en la punta de mis dedos. Mis dedos ya no encontraban carne que perforar en el rostro de Ahoo, pero no estaban satisfechos. La fuerza que ejercía la Legión era impresionante, tanto que con un leve apretón de mis manos, mis dedos empezaron a abrirse paso por el cráneo de Ahoo. Mis manos y su cabeza estaban fundidas muy profundamente, sin posibilidad de separarlas sin romper las unas o la otra. Sabía que mis manos no iban a romperse.
Con una furia animal, golpeé, azoté, apaleé y magullé la cabeza de Ahoo contra todo lo que encontraba. Él ya no luchaba, se limitaba a gritar como un alma que se lleva el Diablo. El pánico, el terror y el dolor se habían apoderado de su consciencia. Paredes, mesa, piso, puerta, sillas, todo fue objeto de muerte para la vida que se iba. En uno de los tantos golpes, Ahoo dejó de chillar. Ya había muerto, pero mi odio no estaba aplacado. La Legión seguía con sed. Seguí machacando ese cráneo deshecho y sin vida contra el piso. Lo golpeé tanto que los huesos se deshicieron bajo mis manos. Ya no había cráneo que golpear, pero seguía golpeando. Sentía la necesidad de profanar eso que antes había sido una persona, seguía golpeando, desparramando carne, huesos, sangre por todos lados. Cuando la cabeza desapareció, la Legión en mis manos se concentró en el torso de lo que instantes antes había sido Ahoo. Los golpes de puño llovían sobre el cuerpo sin vida, el odio todavía no se aplacaba. Lo apaleé hasta que sentí romperse las costillas, hasta que sentí desgarrarse los músculos. Ahí, los puños dieron lugar a las garras y empecé a cortar la piel con mis uñas. Parecía un demonio salido de las propias aguas del Tártaro. Mis ojos estaban inyectados de sangre, una sonrisa me partía la cara. La estaba pasando bien. El odio finalmente empezaba a cesar. Seguí desgarrando con mis dedos piel y músculo, dejando al descubierto los órganos.
Cuando vi sus vísceras esparcidas por todo el lugar paré. Sentí cómo mis manos se aflojaban y volvían a ser las mismas de siempre. Sentí cómo un río de endorfinas era liberado justo en el centro de mi cerebro. El odio se había ido, y yo estaba feliz. Me había deshecho de la raíz de mis males. No más Ahoo, no más males…

4 Víctimas:

Ananda dijo...

Así que Ahoo...
Estás cada día más loco, Frank.

Frank dijo...

Ahoo o aho o baka... Todos valen.

Allek dijo...

he vuelto, te invito a que lo cheques?
un abrazo

Scarlett dijo...

Este Ahoo debe ser un chico muy malo...